Antonio José Chinchetru presentó este miércoles, 25 de junio, su primer libro, que es también el primero de la editorial Episteme, llamado Bajo el signo de Fidel. Trata de las experiencias que compartió con Luis Margol en un viaje a Cuba. Estas vivencias le sirven a Chinchetru para reflexionar sobre las características de un Estado totalitario.
Uno de los asuntos que plantea el libro es el de la moral. Las normas morales son propias de una sociedad libre, o al menos en la que se permite una cierta autonomía a la voluntad. Hay un conjunto de normas que facilitan los intercambios, las interacciones pacíficas entre las personas. Puesto que en una sociedad no tribal tenemos que tratar con desconocidos, tenemos que formarnos alguna idea de cuál será su comportamiento. Necesitamos saber si el otro respetará a mi persona o mi propiedad, si mentirá, si cumplirá sus promesas, si pagará sus deudas… El comportamiento moral reduce estas incertidumbres y facilita la libre colaboración entre las personas.
Pero el Estado totalitario quiere sustituir ese entramado de relaciones voluntarias entre ciudadanos por miles, millones de relaciones personales… con el Estado. Las relaciones de cada individuo con los demás constituyen un estorbo para el Estado, que quiere tener un monopolio con cada persona. Es la atomización de la sociedad, que tan ajena es al ideario liberal, pero que es el objetivo último del totalitarismo. Privado de las solidaridades trabadas en las relaciones interpersonales, cada individuo sólo tiene un apoyo: el Estado, que es su proveedor, su salvador, al igual que su amo y su verdugo.
En la medida en que el Estado logre sustituir esos lazos solidarios entre las personas por la dependencia de cada uno de esos individuos hacia sí, habrá minado la moral de la sociedad. Primero, porque en esa relación atomizada de dependencia individual del Estado, la moral no cumple ninguna función. El régimen de Cuba sigue esa política y mina la moral de los cubamos.
La pobreza es un subproducto del socialismo. Pero se convierte también en un arma, pues si el pueblo se debate al borde de la supervivencia, si no puede mantenerse con los recursos propios, si un comportamiento laborioso, probo, austero, no es garantía de nada, las normas de la moral se tornan irrelevantes, cuando no inconvenientes.
La inmoralidad es también un instrumento en manos de Fidel y su camarilla, porque mina la persona. Si un padre se alegra porque ve en la llegada de un extranjero la oportunidad de prostituir a su hija, ¿tendrá la fuerza moral para enfrentarse al régimen? Los vicios privados, ¿no serán un argumento más para la represión? La dignidad personal es, como la propiedad, un bastión contra el poder.
Chinchetru ha sabido recoger esta situación en su libro, breve pero aleccionador. Gracias, Antonio.
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