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Requiem por un imperio difunto

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Los acontecimientos posteriores a la I Guerra Mundial generaron una inestabilidad en Europa de la que todavía estamos pagando sus costes.

Hace casi seis años les escribía aquí, a propósito de la familia de Otto de Habsburgo, hijo del último emperador Austro-Húngaro (Carlos I: 1887-1922), sobre varios libros muy interesantes alrededor de la extinción del citado Imperio después de la I Guerra Mundial y los tratados de París, que fueron rabiosamente hostiles contra esta dinastía al desposeerla de su territorio y dividir los reinos.

Verán que les animaba a releer a Stefan Zweig y El mundo de ayer (Memorias de un europeo); también a Joseph Roth: La cripta de los capuchinos o La marcha de Radetzky; y añadía “si tienen la fortuna de localizarlo”, el Requiem por un imperio difunto de Fetjö. Pues bien, este último acaba de ser reeditado por Encuentro, y me dejarán que complete ese recorrido por la historia centroeuropea con la obra de François Fetjö (1909-2008), periodista y politólogo nacido en Hungría, de familia judía, que vivió en París desde 1938.

Saben que la palabra requiem es el acusativo de requies, nombre latino que significa “descanso” (y que proviene del verbo requiescere: descansar; por ello el Requiescat In Pace de nuestros cementerios se traduce por “descanse en paz”). En casi todos los idiomas se ha convertido en un cultismo que significa “misa de difuntos” (recordemos las magníficas composiciones de Mozart o Verdi), de manera que el título de François Fetjö simboliza la evocación hacia ese imperio de los Habsburgo que desapareció tras los acuerdos de Saint-Germain de 1919 (y disculpen la digresión lingüística, al terminar este mes de noviembre que el imaginario cristiano destina al recuerdo de los fallecidos con ese día 1 de Todos los Santos seguido de los Difuntos).

Volviendo al libro de Fetjö, señalaremos primero que se trata de una apretada sucesión de datos históricos y políticos, hilvanados con los comentarios del autor. No es de una lectura fácil, quiero decir, como sí presentan las obras un poco noveladas de Stefan Zweig o Joseph Roth. Se divide en cuatro partes desiguales: una más breve, “Causas y objetivos de la Primera Guerra Mundial”, nos introduce en la Europa de los años anteriores a la Gran Guerra, repasando la política de Gran Bretaña, Francia, Rusia, el Imperio Alemán, Italia o Rumanía en cuanto protagonistas (a algunos los califica como “culpables”) del conflicto.

El segundo apartado es una “Historia de los Habsburgo hasta el siglo XVIII”. Comienza con ese conocido lema: “tu, felix Austria, nube [cásate]”, ejemplarizado en 1477 por el Emperador Maximiliano, que incorporó la Casa de Borgoña tras su boda con la duquesa María, y casó a su hijo Felipe con la princesa Juana de Castilla, resultando al final la imponente herencia europea y americana del Emperador Carlos V. Cierto que esto llevó a “acumular demasiadas tareas” a los gobernantes Habsburgo: desde la frontera oriental con el Turco hasta los conflictos por el Oeste con Francia y todas las guerras de religión con los protestantes. Posteriormente, aunque la Corona española se había separado con Fernando II tras la Paz de Westfalia, los Habsburgo afianzan su expansión por tierras danubianas y del norte de Italia, junto a los territorios de los Países Bajos después de Utrecht. El siglo XIX comienza con un complejo Imperio de Austria – Hungría dentro del que convivían también serbios y croatas, checos, rutenos o eslovacos, de religión cristiana católica o reformada, musulmanes y judíos.

La tercera parte, como la anterior más extensa, nos introduce directamente en la Primera Guerra Mundial, tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo (1914). Sobrino del emperador Francisco José (1830-1916), iba a heredar el trono después del suicidio de su primo Rodolfo en Mayerling (1889), lo que desencadenó la terrible contienda que el viejo monarca no supo evitar ni tampoco detener. Francisco José murió a mitad del conflicto, sucediéndole su sobrino-nieto que sería el último Emperador, Carlos VI.

A pesar de sus deseos al subir al Trono en 1916 (“quiero hacer todo para desterrar, en el más breve plazo, los horrores y los sacrificios de la guerra”), se encontró con un complicado sistema de intereses políticos alrededor de los países en guerra. Fetjö nos describe pormenorizadamente la enmarañada diplomacia de esos años 1916 a 1918 (habla de un “sabotaje de la paz”) en la que torpezas y egoísmos personales impidieron que se consiguiera detener el conflicto de una manera mucho más satisfactoria de lo que finalmente ocurrió. Carlos buscó un acercamiento con los franceses, ingleses o norteamericanos, a veces a espaldas de una Alemania que buscaba su propio interés (hay un entretenido apartado sobre la negociación con el Presidente Wilson a través del rey español Alfonso XIII). Pero finalmente su diplomacia no llegó a buen puerto, quedando el Imperio a expensas de los acuerdos firmados tras la rendición del Kaiser, que sabemos incluyeron su desmembramiento en una república de Austria, de Checoslovaquia, el Reino de Hungría y el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos.

Celebramos estos años el Centenario de todos aquellos acontecimientos, que marcarían una inestabilidad en Europa de la que todavía estamos pagando sus costes (porque “con las mejores intenciones se puede hacer una mala política”). Fetjö reconoce que “Austria-Hungría no estalló: la hicieron estallar”; pero enseguida añade con bastante realismo: “Europa Central sólo es ya un recuerdo geográfico, e incluso los geógrafos y los historiadores tienden a reemplazar su nombre por el de Europa del Este. No conduce a nada polemizar con los muertos o incluso acusarles de irresponsabilidad y de imprevisión. El historiador debe contentarse con restituir, en la medida de lo posible, con objetividad, los orígenes, el desarrollo, el desenlace de una situación y las consecuencias a corto y a más largo plazo que nos impone asumir, a nosotros también europeos, que somos, en último término, responsables de nuestro porvenir, ya que no podemos luchar contra nuestro pasado”.

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