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Roger Scruton, el conservador convencido

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Scruton nos deja un corpus teórico de gran hondura filosófica y audacia intelectual.

Si uno bucea entre las imágenes que Google nos ofrece al teclear el nombre de Roger Scruton, pronto encontrará al filósofo asomado a los verdes prados que asociamos al paradigma del campo inglés. Ese paisaje de colinas onduladas y frondosos valles fue para él el mejor panorama que la naturaleza podía ofrecer al hombre, y como tal el punto de partida de su reflexión filosófica. Una reflexión que ha sido una verdadera elegía del tradicionalismo inglés, que va de lo cercano a lo distante, que de la realidad más próxima se eleva a lo trascendente. Sir Roger Scruton ha sido uno de los filósofos conservadores más influyentes del último siglo, representante de una tradición política que siempre ha tenido en las Islas Británicas su más fértil suelo.

Su extensa obra, que abarca de la filosofía moral y política a la estética y las artes, la cultura y las costumbres, puede resumirse como una búsqueda de la vida buena, en todo su sentido filosófico griego. Algo a lo que quiso llegar a través de lo que podríamos llamar arraigo: arraigo en la familia, arraigo en la comunidad local, arraigo en la patria. Arraigo, en definitiva, del hombre en su entorno. Arraigo, también, del hombre en lo sagrado. Un camino que solo permite recorrer la adhesión a los valores conservadores, esos que hacen del mundo que nos rodea, un hogar. Solo con esos anclajes, solo dando sentido al vínculo entre pasado y futuro que es el presente puede el hombre alcanzar la plenitud, aceptando las imperfecciones.  

Sería inabarcable tratar de resumir en unas pocas líneas el conjunto de sus libros, pero sí que debemos destacar algunas de sus ideas más señaladas.

La estética tuvo para él una importancia central, porque la belleza es uno de esos valores -como la verdad o el bien- que dan significado a la vida. El hombre tiene necesidades espirituales, y precisamente el sentimiento de lo bello nos conecta con lo trascendental, nos redime del caos y del sufrimiento. Scruton lamenta que el arte haya abandonado la búsqueda de la belleza para convertirse en una mera expresión del aquí y el ahora de la sociedad de consumo, que del culto de la belleza haya pasado al culto al ego. Porque sin belleza, perdemos el sentido de la vida.

Así como la estética de Scruton bebe de los clásicos de la Antigüedad -Platón a la cabeza-, su reflexión política parte de los grandes pensadores del conservadurismo británico. Especialmente, de Edmund Burke. Se ha destacado mucho el paralelismo que hay entre la reacción de Burke a la Revolución francesa y la reacción del propio Scruton al Mayo del 68 francés. La experiencia destructiva de las revoluciones en el continente europeo lleva a ambos autores a destacar la importancia de la continuidad histórica para preservar los bienes colectivos de la sociedad. Una idea que queda perfectamente resumida en el siguiente párrafo: “El conservadurismo parte de un sentimiento que toda persona adulta puede compartir sin reparo: el sentimiento de que todas las cosas buenas se destruyen fácilmente, pero no se crean fácilmente. Esto es especialmente cierto de las cosas buenas que recibimos como valores colectivos: paz, libertad, ley civilidad, espíritu público, seguridad en la propiedad y en la vida familiar…”[1]

El conservadurismo es, por encima de todo, un esfuerzo para preservar el orden social. Por ello, frente a la ruptura revolucionaria y al pensamiento utópico, opone el cambio gradual y la prudencia intelectual. Scruton rechaza las teorías que pretenden rehacer la sociedad “desde arriba”, porque la sociedad surge “desde abajo”. No hay mayor ataque a la libertad, precisamente, que ese. Los derechos sin poder son meras ficciones políticas, y por ello la gran tarea política consiste en la construcción de un orden legal conforme al orden social. Así, también coincide con Burke en la centralidad que otorga a la sociedad civil, a los little platoons que nos vinculan a la comunidad política.

Scruton también se dedicó a pensar sobre uno de los temas de nuestro tiempo -por utilizar la expresión orteguiana-: el medio ambiente, la ecología. Asunto que, junto al género, se ha convertido en el gran campo de batalla cultural de la izquierda. Aquí quiso plantear una alternativa a ese cuasi-monopolio de la izquierda, porque entendía que este tema está en el corazón del conservadurismo. La protección de la naturaleza no puede atribuirse a las regulaciones internacionales y omnicomprensivas que promueven los organismos multilaterales -tan alejados de la realidad cotidiana- sino que se debe dar protagonismo a las comunidades locales en la conservación de su entorno, a la responsabilidad individual guiada por el sentimiento de oikofilía, el amor al hogar. No por casualidad los mayores desastres ambientales de la historia reciente se produjeron en regímenes socialistas, ahogados en las burocracias.

Muchas veces polémico, brexiteer recalcitrante, denostado por gran parte de la academia por rechazar los cánones del progresismo, Scruton nos deja un corpus teórico de gran hondura filosófica y audacia intelectual. De ahí, nuestro reconocimiento, nuestro homenaje.


[1] The beleiveing conservative, Cuadernos FAES, 2015.

 

3 Comentarios

    • Artículo de Francisco José
      El artículo que se califica o critica, de Francisco José Contreras sobre Scruton, se pude encontrar aquí: https://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2020-01-18/francisco-jose-contreras-el-conservadurismo-de-roger-scruton-89724/
      Sobre el choque epistemológico subyacente, esta crítica a la sociología de Manuel Castells podría enmarcar los tres (o dos) enfoques en conflicto: https://cdn.mises.org/qjae3_4_4.pdf

    • Frente al enfoque holístico y
      Frente al enfoque holístico y colectivista (de Castells, de los nacionalismos y del socialismo -hermanos gemelos-) existen dos enfoque individualistas, como señaló Hayek (1945) en «Individualismo: el verdadero y el falso» http://www.hacer.org/pdf/Hayek04.pdf https://cdn.mises.org/Individualism%20and%20Economic%20Order_4.pdf ).
      Mientras que el primero es el único capaz de explicar la formación de los productos sociales espontáneos, el propio Menger criticó al segundo (individualismo racionalista o cartesiano), señalando que la teoría del ‘diseño’ de las instituciones (enfoque pragmático) conduce necesariamente al socialismo (ver notas 3 y 4).

      Resumo algunos párrafos:
      “A la tradición cristiana aceptada que dice que el hombre debe ser libre para seguir “su” conciencia en materias morales si sus acciones han de tener algún mérito, los economistas agregaron que debe ser libre para hacer uso completo de “sus” conocimientos y capacidad; que se le debe permitir tomar decisiones guiado por su preocupación sobre las cosas precisas que “él” conoce y por las que se preocupa, si se espera que haga la gran contribución que es capaz de hacer a los propósitos comunes de la sociedad.

      La base del argumento correcto es que nadie puede saber “quién” tiene el mejor conocimiento en cuestión y que la única forma en que podemos averiguarlo es a través de un proceso social en que todos puedan averiguar lo que pueden hacer. […] un proceso interpersonal en que la contribución de cualquiera es probada y corregida por otros. Este argumento no supone que todos los hombres sean iguales en sus talentos y capacidades naturales, sino solamente que ningún hombre está calificado para dictar el juicio definitivo respecto de las capacidades que otro posea o se le deba permitir utilizar.

      […] el Estado como organización deliberada, por una parte, y el individuo por la otra, lejos de ser considerados como las únicas realidades (toda la estructura de asociaciones intermedias debía suprimirse deliberadamente, según la intención de la Revolución Francesa), el verdadero individualismo deja amplio espacio a las convenciones de vínculo social no coercitivo, que son consideradas como factores esenciales para preservar el funcionamiento ordenado de la sociedad humana. […] que no son el resultado de ideas inteligibles, cuya justificación en la instancia particular puede no ser reconocible, y la cual a menudo le pareciera ininteligible e irracional.

      [….] el verdadero individualismo afirma el valor de la familia y todos los esfuerzos comunes de la pequeña comunidad y grupo, que cree en la autonomía local y en las asociaciones voluntarias, y que verdaderamente descansa en el argumento de que gran parte de la acción coercitiva del Estado puede llevarse a cabo, en mejor forma, mediante una colaboración voluntaria más acentuada. En esto no puede haber mayor contraste con el falso individualismo, que desea disolver todos estos grupos pequeños en átomos sin más cohesión que las normas coercitivas impuestas por el Estado, convirtiendo todos los lazos sociales en relaciones prescriptivas; […] no es menos verdadero: que la coerción sólo puede probablemente mantenerse a un mínimo en una sociedad en donde las convenciones y la tradición hayan hecho que el comportamiento del hombre sea en gran medida pronosticable.»


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