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Rothbard: Anatomía del Estado

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El Estado no para de crecer. Tenemos una Unión Europea que cada vez quiere centralizar más, cuya finalidad es crear un Estado federal europeo a través de una élite de burócratas criados en colegios con valores europeístas que, como Janusz Korwin-Mikke afirma, son contrarios a los verdaderos valores europeos cristianos. Si bien Murray Rothbard escribió su obra La Anatomía del Estado en Estados Unidos, en el contexto del New Deal, es perfectamente aplicable al contexto europeo.

Lo que fue una unión arancelaria, beneficiosa para los ideales del libre mercado, se convirtió en Maastricht en 1992 en una unión política. No contentos con ello, en 2004 buscaron crear una Constitución, pero fue vetada por los burócratas franceses y holandeses. Aun así, en 2007 firmaron el Acuerdo de Lisboa, que creó el Consejo, fortaleció la Comisión y actuó de facto como una Constitución, ya que puso por encima la justicia europea a las nacionales. Por eso, la obra de Rothbard puede ser útil para esta batalla ideológica entre libertad y burocracia en la Unión Europea.

¿Qué es el Estado?

Rothbard empieza explicando que casi todos consideran al Estado como un medio necesario para lograr los objetivos de la humanidad. No solo eso, sino que con el ideal democrático en Occidente se ha identificado el Estado con la sociedad. «El Estado somos todos» es una frase que para Rothbard viola casi todos los principios de la razón y el sentido común. Si esto fuese cierto, cualquier mal que aplicase el Estado sería algo voluntario y aceptado por los afectados. 

Como «nos gobernamos nosotros mismos» las revueltas fiscales están prácticamente olvidadas, al contrario que durante la etapa monárquica. Hans-Hermann Hoppe afirma que en democracia “la distinción entre gobernantes y gobernados, así como la conciencia de clase de los gobernados, se vuelven borrosas”. Un gobierno de propiedad privada hace que se sepa quién está extrayendo rentas a los ciudadanos, siendo una persona con nombre y apellidos. Como dice J.R.R. Tolkien: “Si pudiésemos volver a los nombres personales, haría mucho bien”. Otra cuestión que ha perdido legitimidad es el tiranicidio, tratado por autores como el jesuita Juan de Mariana, que es impensable porque el público considera injusto castigar a la «voz de la nación» que se ha elegido mediante un proceso democrático.

Rothbard afirma que el Estado no somos todos, sino que es la organización que tiene el monopolio del uso de la fuerza en un determinado territorio. Franz Oppenheimer distingue entre dos maneras excluyentes de adquirir riqueza: los medios económicos y los políticos. La diferencia entre ellos es que los primeros refieren a la producción y al intercambio y los segundos a la fuerza y a la violencia. El Estado es, por tanto, la organización de los medios políticos y, en palabras de Rothbard, proporciona un canal legal, ordenado y sistemático para la depredación de la propiedad privada.

¿Cómo se justifica el Estado?

Nunca ha existido un contrato social. El Estado ha nacido siempre en virtud de la conquista. Para perpetuarse, ha necesitado tanto de intereses económicos como de un trasfondo ideológico. Los intereses económicos son la burocracia permanente, que creó los monarcas absolutos y que actualmente se traduce tanto en el funcionariado como en la alianza Estado-grandes firmas.

Para garantizar la aceptación activa o resignada de la mayoría de los súbditos por medio de la ideología, el Estado ha usado a los «intelectuales». Son «moldeadores de opinión» a los que la burocracia de este ofrece un puesto seguro y permanente, que no estaría tan asegurado en un mercado libre. Sería correcto añadir que dentro de este grupo no solo están los científicos sociales y los historiadores, sino también los periodistas y los científicos naturales.

Durante la pandemia se ha visto una de las justificaciones del Estado que Rothbard expone, aunque es una de las más impopulares a largo plazo. Es la grandeza y sabiduría de los que gobiernan. Por algún motivo, los gobernantes y los «expertos científicos» que ellos designan pueden lidiar con una pandemia, mientras que los ciudadanos en libertad no. Su apoyo principal son los periodistas que, en vez de ser un contrapeso al gobierno, justifican medidas liberticidas claramente contradictorias entre ellas. Lo hacen porque, verdaderamente, están financiados desde el poder político. A partir de ahí construyen un relato en el que el ciudadano desobediente es culpable de los males que ocurran. 

El miedo

La otra justificación es que el poder del gobierno es necesario para evitar los males que resultarían de su caída. Para ello, el Estado inculca miedo a los gobernantes de otros Estados, como cuando en Europa escuchamos hablar de Vladimir Putin cuando quienes verdaderamente nos están perjudicando ahora en España son Pedro Sánchez y Ursula von der Leyen. Rothbard explica que la premisa básica del Estado es identificarse con el territorio que gobierna. Por eso, un contrapeso interesante de la monarquía que explica Erik von Kuehnelt-Leddihn es que “los monarcas, al contrario que los líderes democráticos, son étnicamente mixtos. Suelen tener un origen extranjero. Sus familiares son extranjeros.”

La importancia de esto radica en las guerras modernas. Las guerras son verdaderamente conflictos entre diferentes castas gobernantes. El Estado y los intelectuales, al hablar de que un Estado está siendo atacado por otro, buscan justificar que el ataque va dirigido hacia toda la población. Por tanto, lo que antiguamente eran conflictos entre monarcas, que tenían que pagar a sus propios mercenarios y cedían o conquistaban territorios en batallas a campo abierto, pero sin influir en los civiles inocentes en los núcleos urbanos; se han convertido en guerras de destrucción masiva, con conscripción obligatoria y en las que las infraestructuras civiles quedan fuertemente dañadas y miles mueren, llamándose a aquello daños colaterales. Ni siquiera los límites internacionales que se pusieron, como el «derecho de neutralidad», se cumplen y, a no ser que se tenga las armas necesarias, es difícil hacer valer la neutralidad.

¿Cómo se expande el Estado?

Según Rothbard, los hombres han intentado crear siempre métodos para limitar el poder del Estado. Las declaraciones de derechos, la separación de poderes o los límites constitucionales son ejemplos que en un primer momento han podido funcionar, pero el Estado y sus intelectuales los han convertido en sellos de legitimidad. Charles Black explica que una sentencia de inconstitucionalidad puede ser un poderoso límite frente al Estado, pero una sentencia de constitucionalidad un arma poderosa. Los tribunales no son independientes del poder político e históricamente se han dedicado a validarlo. Un ejemplo fue la ampliación del Tribunal Supremo de EEUU para validar el New Deal, es decir, los poderes del Congreso para controlar la economía nacional.

Hay que tener en cuenta la teoría de Charles Tilly que explica que el Estado fue diferenciando entre violencia legítima e ilegítima, y así, los funcionarios acabaron aplicando la violencia con mayor eficacia y con mayor consentimiento de los ciudadanos. Esto tiene relación con la tesis del profesor Joseph Nye respecto del poder blando. Mientras los Estados menos sofisticados se basan en el poder duro, que es la coacción militar y económica; los más sofisticados se basan en el poder blando, que es su incidencia en los individuos a través de la cultura o de la diplomacia. El control de los burócratas de la vida cotidiana a través de las regulaciones y los permisos o el final del efectivo serían ejemplos de este poder blando, que puede llegar a ser mucho más peligroso que el duro.

¿Qué teme el Estado?

El Estado teme perder legitimidad. Por eso sus intelectuales rechazan y condenan toda «teoría de la conspiración» y todo revisionismo histórico. Las teorías de la conspiración pueden hacer que el público dude de la propaganda ideológica del Estado. El término fue acuñado por la CIA para desacreditar las teorías sobre el asesinato de Kennedy. Como dice Noam Chomsky: «¿Qué significa decir que es una “teoría de la conspiración” decir que los principales planificadores estadounidenses desarrollaron planes que se pueden ver en el registro documental y los llevaron a cabo, que se puede ver en el registro histórico? No es una teoría de la conspiración.»

Los intelectuales se han encargado de acusar a los «conspiranoicos» de diferentes trastornos como paranoia, apofenia o falta de empatía. Sin duda, la patologización del adversario es una buena táctica. El revisionismo tampoco es bien recibido. Pone en duda el dogma democrático-liberal del «fin de la historia» de Francis Fukuyama. Harry Elmer Barnes escribió:

Desde la Edad Media no ha habido tantas fuerzas poderosas organizadas y alertas contra la afirmación y aceptación de la verdad histórica como las que están activas hoy en día.

Harry Elmer Barnes

Finalmente, Rothbard explica qué delitos son más graves en el léxico del Estado: traición, deserción, subversión, conspiración, magnicidio o regicidio. Solo hay que ver cómo se ha tratado en la «opinión pública» a Julian Assange por revelar secretos de Estado o a Ross Ulbricht por crear un mercado totalmente desregulado. Es sin duda contradictorio que la institución que su razón de ser es supuestamente defender al público se encargue primero de defenderse del público.

Conclusión

Rothbard define correctamente qué es el Estado, cómo se justifica, cómo se expande y qué teme. Entiende el Estado como una organización que monopoliza la violencia en un determinado territorio. Así, llega a su análisis sobre las guerras como conflictos entre castas gobernantes, y que se debe aplicar en el análisis geopolítico. Si queremos desguazar el Estado debemos hacer uso de las teorías de la conspiración y del revisionismo histórico, que son las mejores maneras posibles de contraargumentar a los intelectuales que legitiman el Estado. Para terminar, dice Lysander Spooner:

Los derechos naturales de un hombre son suyos, frente al mundo entero. Y cualquier violación de ellos es igualmente un crimen, ya sea cometida por un solo hombre o por millones; ya sea cometida por un hombre que se hace llamar ladrón (o por cualquier otro nombre que indique su verdadero carácter), o por millones que se hacen llamar gobierno.

Lysander Spooner
Ver también

Polémicas sobre Rothbard: Historia, epistemología, órdenes espontáneos, dinero, ética y sectarismo. (Adrián Ravier).

10 mitos sobre Murray N. Rothbard. (Adolfo Lozano).

Una defensa rothbardiana de las Instituciones. (Manuel Llamas).

Tres principios libertarios en tiempo de guerra. (Patrick Carroll).

La guerra y la salud del Estado. (José Carlos Rodríguez).

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