En la Unión Europea las empresas familiares (EF) representan entre el 60 y el 90% del volumen de negocios, según naciones, y suponen dos tercios del PIB y de los empleos. En Estados Unidos, a mediados de los noventa, más del 90% de las empresas eran familiares, algo más de la mitad de los bienes y servicios de aquel país. La tercera parte de las Fortune 500 (las quinientas empresas más importantes en USA) a finales del pasado siglo estaban controladas o dirigidas por familias. A pesar de cierto menosprecio por parte del ámbito académico, las EF representan una poderosa realidad económica y gozan de buena salud.
Las crónicas acerca de las EF se suceden continuamente. Acaba de publicarse que parte de la familia Areces pleitea en los tribunales una mejor valoración de sus acciones para su próxima salida de El Corte Inglés. Amancio Ortega ha sido recién designado por Forbes el octavo hombre más rico del mundo y no debería obviarse el carácter aún familiar de su imperio cuando su ex-cónyuge, Rosario Mera, posee el 7% de Inditex-Zara. Los ejemplos de EF exitosas enredadas por múltiples cuestiones podrían ampliarse. En cualquier caso, ¿cuál es la marca diferencial de las EF respecto de las empresas estrictamente gerenciales? Siempre se consideró por los historiadores económicos (Alfred D. Chandler y otros) que la gestión eficaz de las empresas debería atribuirse en exclusiva a directivos profesionales y que los negocios familiares eran otra cosa, un asunto menor entre clanes. No obstante, la EF ha sobrevivido a la marea burocratizante, tiene voz propia y levanta el vuelo.
David S. Landes, en su última obra Dinastías (Crítica, 2006), no da una definición totalizadora de la EF –cuestión relativamente ardua si preguntamos en las cátedras de EF– pero sí que descubre un relevante friso de las interioridades de las familias más acaudaladas del mundo. Landes cuenta el majestuoso ocaso de la casa Rothchild, la sempiterna alianza de dinero, poder y corrupción en los Morgan y los Rockefeller, las indecisiones de los Ford y la pugnaz supervivencia de los japoneses Toyoda.
Interesa además en Dinastías ciertas consideraciones en torno al subdesarrollo. El autor eleva la apuesta en favor de las EF como factor de prosperidad en los países pobres ante la globalización. Quizá la tecnología y la logística internacional son insuficientes: "Las ventajas culturales… no son fáciles de emular, y los emisarios enviados al extranjero para aprender o los viajeros que aprenden de sus estancias en el extranjero no siempre están dispuestos a regresar a su país natal. La exportación de talento humano puede ser más duradera que la exportación de capital o de bienes". Landes ejemplifica con la temprana industrialización de Egipto a principios del siglo XIX –vertical, desde arriba– que no funcionó sin un previo tejido empresarial familiar. De ahí la importancia de las estirpes que ofrecen numerosas pruebas de carácter emprendedor y superación de riesgos. Hay interesantes estudios sobre los valores familiares entre comerciantes del Líbano que se mantienen incólumes frente a los desastres de la guerra.
En ocasiones la EF metamorfosea en empresa gerencial y viceversa. Parece una condición guadianesca para la supervivencia: o bien se contratan managers y la familia permanece en segundo plano, o bien se prescinde de extraños y se asume todo el protagonismo. Una muestra: los Agnelli y los Peugeot tuvieron en la ejecutoria de Cesare Romiti y Jean-Martin Folz, respectivamente, una temporal tabla de salvación. Es posible que la clásica explicación de los tres círculos "pariente-propietario-empleado" que se entrecruzan no aclare por completo la realidad del fenómeno familiar, sino más bien la perseverancia de sagas empresariales que fracasan, renacen o se agazapan, sustentadas en capacidades intangibles, tácitas, no articuladas, que el azar o la causalidad hacen brotar o sumergir. Tales capacidades configuran el inaprensible escenario de los negocios familiares.
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