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Salario mínimo y España vaciada

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¿Dónde es más posible que un empresario esté dispuesto a hacer una gran inversión, en una ciudad grande o en una ciudad pequeña?

El Gobierno que nos toca sufrir tiene muchas cosas malas y hasta horrorosas, sin duda. Pero al mismo tiempo, creo que a los buenos economistas les va a proporcionar entretenidos pasatiempos a la vieja usanza. No llevaban ni dos meses en sus cargos, y ya nos habían proporcionado enjundiosas oportunidades de análisis, como con la propuesta de regular las grandes superficies para equilibrar la situación con el campo; la regulación de la publicidad de las apuestas o las subidas del salario mínimo, aunque esta no sea tan novedosa, todas ellas olvidadas por el tsunami del coronavirus. Siendo tantos ministros como son y lo bien coordinados que están, solo cabía ser optimistas respecto a la cantidad de propuestas que tendríamos oportunidad de analizar, y los hechos van confirmando los temores. Esperemos solo que la discusión no llegue a progresar desde el marco teórico, porque eso sí sería trágico para los españoles.

De la que voy a hablar ahora es bien conocida y los efectos están bien estudiados. El análisis económico y la evidencia empírica coinciden en señalar que la subida del salario mínimo destruye empleo. Esta destrucción se nota más en los trabajadores menos productivos, como pueden ser jóvenes (por inexperiencia), mujeres (no me atrevo a decir las razones) o mayores. La razón es obvia: el empresario solo contratará a un individuo si los costes que ello le supone (el salario, pero no únicamente) son inferiores a los ingresos que prevé obtener de tal trabajo. Si nada más cambia, al subir el salario mínimo, habrá gente que se queda fuera del mercado porque el empresario no cree que pueda cubrir sus costes con lo que espera que ganen. Sencillísimo, pero al parecer fuera del alcance de la comprensión de nuestros políticos.

Sin embargo, lo que no es tan obvio es la relación que la subida del salario mínimo pueda tener con otro fenómeno de reciente preocupación para la misma clase que fuerza la subida: el “vaciamiento” progresivo de España. Y es que los economistas austriacos, desde que leemos a Bastiat o Hazlitt, tratamos de ser muy cuidadosos con las consecuencias inesperadas de la regulación. Una cosa es lo que el Gobierno dice creer que va a pasar y otra es lo que pase. Y como dicen ambos autores, hay que mirar no solo a los grupos afectados en el momento actual, si no a todos los grupos y en todos los momentos.

Es con esta perspectiva que se puede llegar a establecer una relación causal entre subidas del salario mínimo y vaciamiento de España. Para probar dicha constatación, es necesario un estudio empírico, y sería muy interesante ver si ha habido alguna aceleración del fenómeno con las subidas obra del gobierno del PSOE y después con Podemos.

A la espera de dicho estudio, sí tenemos una evidencia empírica palpable en telediarios y que algunos ciudadanos habrán sufrido en sus carnes si estaban en la carretera equivocada en el momento erróneo. Me refiero a las movilizaciones de empresarios y trabajadores agrarios, una de cuyas quejas tenía que ver con la insostenibilidad de sus negocios si han de pagar a sus trabajadores el nuevo salario mínimo.

No sabemos si esto es o no cierto, pero sí que la teoría económica expuesta un poco más atrás hace pensar que es posible. En todo caso, si el negocio de explotar el campo tiende a hacerse inviable, cabe esperar que tampoco sea viable vivir en entornos rurales y campestres por carecer de actividad económica que pueda sustentar a sus habitantes. Por tanto, en la medida en que el salario mínimo dificulta la viabilidad de la empresa agraria o ganadera, contribuye a la España vaciada.

Ocurre que el vaciamiento no se está produciendo solo del campo a la ciudad. También parece haber un fenómeno tanto o más acusado de abandono de la pequeña ciudad por la grande, y así hasta llegar a las mayores urbes. Como cabe esperar, la explicación transcurre por cauces similares.

Ya hemos dejado claro que la subida del salario mínimo tiende a destruir empleo en función de la productividad del trabajador: a menor productividad, más probabilidad de que la subida del salario mínimo le expulse del mercado. Aunque pueda parecer lo contrario, la productividad del trabajador depende relativamente poco de su disposición a trabajar (esto lo digo para que nadie asocie baja productividad con vaguería), y mucho de los medios que tenga a su disposición. Es evidente que la productividad de un minero con pico es muy superior a la de un minero que use sus manos, y la de aquel a la de uno con perforadora.

Y estos medios dependen completamente de la inversión que haga el empresario empleador. Podemos decir que, a mayor inversión, mayor productividad, si todo va bien. Y si a mayor productividad, mayor salario posible, entonces eso implica que el salario mínimo afectará menos a sectores intensivos en capital que a aquellos con poca inversión.

Ahora la cuestión pasa a ser: ¿dónde es más posible que un empresario esté dispuesto a hacer una gran inversión, en una ciudad grande o en una ciudad pequeña? Por supuesto, un sinnúmero de factores influye en la decisión, pero, dada la densidad de población, cabe esperar un mayor número de clientes en la primera, sean consumidores u otras empresas, o incluso Administraciones públicas. Y es que muchas inversiones se basan en la obtención de economías de escala, mucho más fáciles de obtener en una gran ciudad que en un pueblo, para muchos modelos de negocio.

Esto cierra el círculo de causa-efecto. La subida del salario mínimo exige mayores productividades de los puestos de trabajo; es más difícil generar puestos de trabajo de alta productividad en pueblos que en ciudades, y en estas que en grandes urbes; por tanto, es comparativamente más difícil crear un puesto de trabajo que cumpla con el salario mínimo en pueblos que en ciudades, y en ciudades que en urbes. De aquí se llega a la lógica inescapable de que habrá un flujo de gente obligada a abandonar su sitio de residencia e incluso de preferencia, simplemente por la ausencia de oportunidades causada por la subida del salario mínimo.

Por supuesto, el razonamiento propuesto es abstracto y genérico, y seguro que hay sectores económicos puntuales que obtienen economías de escala en ámbitos rurales. Pero en todo caso creo que la tendencia es difícil de rebatir. Así que, si de verdad a nuestros políticos les preocupa que España se quede vacía, ¿por qué no suprimen el salario mínimo para empezar?

2 Comentarios

  1. «…habrá un flujo de gente
    «…habrá un flujo de gente obligada a abandonar su sitio de residencia e incluso de preferencia, simplemente por la ausencia de oportunidades causada por la subida del salario mínimo.»

    Una historia profunda.

    Hace unos cien años mi bisabuelo abandonó su pequeño pueblo (uno de esos minúsculos pueblos vinícolas de la Reconquista, con una iglesia sin líneas rectas, propia de un relato de Valle Inclán, donde la gente jamás vio el mar ni supo nunca de la existencia del azúcar). Se fue, ya mayor, a una gran capital de España con su familia, donde ocupó varios oficios de pobre recién llegado: cuidador de caballerías, afilador, portero, sereno, enterrador.

    Tuvo un hijo que murió por la gripe en el 17 o el 18, o quizás de tuberculosis, o de tifus, o de todo a la vez. Mejor así, pues de haber sobrevivido y estar sano, lo habrían llevado a morir en la maldita guerra de África, de la que nadie se acuerda ya. Deberíamos recordar el terrible daño que el moribundo régimen dizque liberal de la constitución de 1876 le hizo a tantos jóvenes españoles hace cien años.

    En 1946, mi bisabuelo murió aplastado por una gran máquina en una fábrica que estaban construyendo, la cual desapareció en los años ochenta. No había cursillos de «prevención de riesgos laborales».

    Mi abuela decía que habría sido mejor no salir del pueblo. Allí el aire era más limpio, la gente no se insultaba ni se robaba, de vez en cuando había un baile o un entierro donde la gente recordaba con cariño al finado. En ese pueblo tan pequeño no había alcalde, pero sí había un sacerdote viejo casi analfabeto que iba a lo suyo, y un maestro viudo que casi no daba clase porque se pasaba el día escribiendo poemas y dibujando en un cuaderno. A veces, salía por la noche a mirar las estrellas. Un melancólico.

    No había banderas, ni propaganda, ni médicos, aunque sí un practicante que hacía ronda por los pueblos vecinos. El cartero pasaba una vez al mes, y traía cartas, paquetillos, alguna revista o periódico, chocolate de la capital y algún juguete pequeño que le encargaban. Los hombres se dedicaban al vino y a la cebada y a guardar dinero, que perdía valor con el paso de los años y de los gobiernos. Las mujeres se dedicaban a rezar, a coser, a limpiar, a agasajar al cura y al practicante, mientras que llamaban vago al maestro. Los gatos vigilaban la paz, y los perros avisaban de las idas y venidas.

    Era un pueblo muy pequeño, pero tuvieron que salir porque vino no sé quién a mentirles diciendo que la vida en la ciudad era mejor, que había que dar educación a los hijos y que debían luchar por su patria. El maestro se opuso. Nadie le hizo caso. Al vivir apartados del mundo, no tenían anticuerpos contra las mentiras de los años veinte.

    Esto que cuento no es lo mismo que el salario mínimo, pero también destrozó a las familias, a los niños, a los adolescentes. Rompió la transmisión de valores y el equilibrio psicológico: el sentido de autosuficiencia y ahorro, y el instinto de responsabilidad hacia los demás, los vecinos.

    ¿Por qué acusan a los de mi generación de haber destruido la civilización, cuando la verdad es que ninguna persona normal tiene responsabilidad de las barrabasadas de los políticos?

    ¿Por qué la gente se empeña en defender el salario mínimo, cuyos efectos son los mismos que cuando los gobernantes roban a los pobres con la inflación, o deciden llevarlos al frente a que los reviente un cañón?

    Si fuera yo un paranoico pensaría que la gente está desinformada debido a la acción de los medios de comunicación, los cuales defienden los intereses bastardos de la clases gobernante, con el objetivo de crear (o recrear) un sistema de castas. Pero no soy un paranoico. Solo digo lo que sé, y solo sé que no sé nada.

    • Precioso el comentario, pero
      Precioso el comentario, pero se olvida de una cosa: sin aquella dolorosísima salida de su bisabuelo del entorno rural al incierto futuro urbano, usted nunca habría estado sentado delante de un ordenador tecleando sus memorias de los trabajosos tiempos que nos narra, ni nunca hubiera sido posible el compartir esos pensamientos con el «mundo mundial» de la http://www... A todo sacrificio parace ser que al final le llega su recompensa, aunque el principal protagonista del mismo muchas veces no viva para recibirla. Un afectuoso saludo.


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