Dentro de unos pocos días se celebrará en esa ciudad castellana una interesantísima reunión del Mises Institute, Salamanca, cuna de la teoría económica, de la que el IJM es coorganizador, y cuyas sesiones tendrán lugar en la sala capitular del convento de San Esteban. El evento también va a servir para conmemorar los 400 años de la publicación del Monetae mutatione de Juan de Mariana, así como para entregar el premio Schlarbaum 2009 al profesor Huerta de Soto. Me gustará compartir más adelante con ustedes los contenidos de las conferencias, pero antes quería ubicar históricamente este importante convento dominico.
San Esteban está en la parte baja de la ciudad, relativamente cerca del río Tormes, como subiendo hacia la Plaza Mayor a mano derecha. Tiene una enorme iglesia renacentista y un precioso claustro donde residen los frailes. Durante los siglos XVI y XVII vivieron allí maestros muy notables de la llamada Escuela de Salamanca, que iban a impartir sus clases en el paraninfo de la antigua universidad. Se conserva una capilla con las tumbas de los doctores más influyentes, como Francisco de Vitoria o Domingo de Soto.
Este convento tuvo además alguna relación especial con el Nuevo Mundo, pues allí solían alojarse los dominicos que iban y venían a los recién descubiertos territorios americanos. Es por ello que el Padre Bartolomé de las Casas residió en San Esteban, al igual que el maestro Vitoria. Uno y otro representan posiciones distintas respecto al hecho de la conquista y evangelización de las Indias. Es bien conocida la rigurosa denuncia sobre los abusos de los españoles que escribió De las Casas en su Brevísima relación de la destruición de las Indias (1552), que seguramente a pesar suyo ha dado lugar a uno de los tópicos más repetidos de la famosa Leyenda Negra sobre las atrocidades hispanas. Coincidiendo con una bien organizada campaña de propaganda política de los rebeldes holandeses contra Felipe II (algo en lo que, por cierto, el Monarca castellano fue más bien muy poco hábil), los textos del fraile dominico sirvieron para ilustrar unos atractivos libros y folletos que mostraban con todo colorido las barbaridades más increíbles de los conquistadores españoles.
Está claro que De las Casas tuvo bastante razón al recriminar ciertos abusos, pero desde luego que no fueron tan generalizados como se piensa; ni tampoco fueron menores a los cometidos en otras muchas partes del mundo, en tiempos antiguos y recientes, y por otros muchos países. La obra de España en América cuenta desde luego con luces y sombras, y no podemos eliminar ninguna de las dos realidades.
Seguramente De las Casas podría asemejarse con un cierto utopismo bienpensante que hoy en día es muy frecuente. Hablar de un mundo ideal, sin fricciones, con las culturas en una feliz alianza que apenas nunca ha existido. Pero, sobre todo, con ese papel director de los poderes públicos que tanto gusta. El propio fray Bartolomé obtuvo permiso de la Corona para poner en marcha una especie de experimento social de convivencia entre españoles y nativos en Verapaz (Guatemala), que al cabo fue un fracaso organizativo y una bancarrota económica. Tal vez por eso prefirió dedicarse a criticar los desmanes, por lo demás frecuentes a su alrededor.
De las Casas fue un dominico longevo, que tuvo una cierta influencia en la Corte de Carlos V y Felipe II, aunque menor de lo que hoy se suele creer. Los consejeros de Indias escucharon sus relaciones, como las de otros muchos religiosos y seglares que vieron los abusos que se cometían en América. El Gobierno español atendió a estos descargos, y fue introduciendo mejoras y controles en sus leyes y en sus representantes indianos. Virreyes y gobernadores fueron investigados por una especie de Tribunal de Cuentas que funcionó con enorme seriedad y eficacia. La tarea imposible habría sido desmontar por completo la nueva sociedad hispano-amerindia que iba conformándose poco a poco.
En este sentido Francisco de Vitoria fue un personaje mucho más realista y a la vez profundo. Se le considera iniciador de una Escuela de Salamanca que durante doscientos años generó ese importantísimo pensamiento filosófico, económico, jurídico, político y teológico, que al cabo de los siglos comienza a reconocerse.
Aunque nunca viajó al Nuevo Mundo, su Relección sobre los indios (1532) muestra una inteligencia y modernidad bastante sorprendente. Estudiantes y profesores, juristas, políticos y hasta el mismo Emperador Carlos escucharon sus clases con admiración. En algún sitio he leído que, estando enfermo o ya mayor, sus alumnos bajaban al convento de San Esteban para llevarle en volandas a su cátedra de Prima (no creo que esto ocurra en ninguna universidad del mundo…).
A Vitoria se le atribuye la concepción de los derechos humanos, como principios universales que todos los hombres –europeos o indígenas– compartimos, precisamente por esta condición personal. Por tanto, ese respeto individual debía garantizarse en las leyes, como sucedió en algunas revisiones legislativas de América. Y junto al respeto por la persona hay que defender el respeto por sus propiedades, actividades económicas e incluso su libertad de conciencia. Fue doctrina común que no se debía bautizar por la fuerza a los indios: la evangelización debería realizarse como un convencimiento persuasivo; adecuado, claro está, a los tiempos que nos ocupan y a la formación de unos pueblos históricamente enclavados en culturas casi neolíticas.
Vitoria escribió también sobre la guerra, analizando bajo qué causas legales podría producirse; sobre la necesidad de un comercio libre entre España y América; o sobre cuáles serían los Justos Títulos que permitían el gobierno español en las Indias. Su enseñanza trascendió las universidades hispanas, sirviendo de argumentario en los textos de filosofía o política que durante el siglo XVII iban a prefigurar una Ilustración secularizada en la Europa continental y anglosajona.
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