El sistema de cooperación internacional al desarrollo está en plena refundación. Así piensan diversos expertos en una publicación del Real Instituto Elcano. Identifican una crisis tanto de legitimidad como de identidad del sistema.
La llamada Ayuda Oficial al Desarrollo es criticada de forma creciente por una variedad de analistas. Desde la izquierda neomarxista (permítanme la licencia del "neo") más anticapitalista a las ya conocidas críticas desde los liberales, pasando por economistas académicos.
Los puntos de las críticas son obviamente distintos, pero todos ellos merecen consideración. Los unos enfatizan el papel de la ayuda como instrumento ideológico de Occidente y de grandes corporaciones; los otros, que es un arma del intervencionismo gubernamental; y los de más allá ponen su acento en la falta de evidencia empírica sobre la bondad de la ayuda en generar efectos positivos de desarrollo.
Por el otro lado están, lógicamente, los defensores de la ayuda externa. Jeffrey Sachs es su cabeza más visible, y quizás menos matizada y más utópica. Pero se estaría errando si se pensara que, criticando a Sachs, se critica a todos aquellos que piensan que los países desarrollados tienen un importante papel que jugar en ayudar a las sociedades y regiones más pobres.
¿Qué debería hacerse con el sistema internacional de cooperación al desarrollo? El debate está abierto y, en realidad, salvando extremos, algunas de las posturas no son tan contrapuestas como parece. El mismo Bill Easterly, visto generalmente como un enfant terrible del enfoque de la ayuda externa, reconoce que ésta cuenta en su haber con casos de éxito. Las dos siguientes citas provienen de su The White Man’s Burden: Why the West’s Efforts to Aid the Rest Have Done So Much Ill and So Little Good: "Algunas historias de éxito muestran que las agencias de ayuda pueden hacer progresos. Ha habido programas exitosos alimentando a los hambrientos, lo que significa que niños han podido conseguir comida en Voluntad de Dios, Ecuador. El éxito en expandir el acceso al agua limpia ayudó a los pobladores de una comunidad de Kwalala, Malawi".
Y, acto seguido, afirma que "Las agencias de ayuda podrían hacer mucho más sobre estos problemas si no estuvieran desviando sus energías hacia Planes utópicos y fueran hechos responsables por las tareas tales como proporcionar comida, carreteras, agua, servicios sanitarios, y medicinas para los pobres".
Según se desprende de Easterly, hay un importante margen para mejorar los resultados e impactos de la cooperación al desarrollo. Desde mi punto de vista, se requiere un enfoque mucho más modesto, con programas centrados en problemas concretos, en los que exista rendición de cuentas (accountability). Los protagonistas de estos programas deben dejar de ser planners, para ser searchers con incentivos claros y un conocimiento de las circunstancias locales relevante.
La ayuda externa no es en absoluto una pieza clave para que los países crezcan y se desarrollen de forma armoniosa y sostenida. Incluso puede ser contraproducente. Pero, al mismo tiempo, puede ser un elemento que ayude a suavizar problemas acuciantes puntuales.
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