Alemania tuvo su mejor época en los siglos XVIII y XIX, cuando estaba formada aún por muchos estados pequeños e independientes. Florecía su cultura: la música, con compositores como Mozart, Haydn, Beethoven, Schubert, Brahms, Liszt y los Schumanns; y la literatura, con autores como Schiller y Goethe. La competencia entre los estados ponía la base de un sistema universitario excelente que se convirtió en el modelo para todo el mundo y que ayudaba al progreso de la ciencia. Sólo hasta 1930, Alemania contaba con 27 premios Nobel en química, física y medicina, una cifra mayor a la de ninguna otra nación. Además, económicamente, fue en los estados alemanes donde la revolución industrial se introdujo con más fuerza, después, naturalmente, de Inglaterra.
Todos estos hechos están relacionados con la competencia entre los estados alemanes y la facilidad que existe en estados pequeños de "votar con los pies" cuando el Gobierno se torna más opresivo. Estados pequeños como son hoy Lichtenstein o Mónaco no pueden permitirse el lujo de cerrar las fronteras porque necesitan importar muchos bienes y servicios, ni pueden ser opresivos sin que sus ciudadanos se marchen. Por ello están obligados a adherirse al comercio libre.
El hecho de que hubiera muchos estados independientes en Alemania fomentó mucho la libertad y, con ella, la cultura, la ciencia y la riqueza. Ojalá hoy se independizaran otra vez Sajonia, Baviera, Hamburgo, Bremen, etc., y se corrigiera el error trágico de 1990 de reunir la parte oeste y la parte media de Alemania. Sería un impulso enorme para los alemanes.
La tendencia está clara. Cuanto más pequeños son los estados, más incentivos hay para que sean más liberales. Por eso, la independencia –diga lo que diga el derecho internacional– de un país como Kosovo no me asusta.
En Kosovo el 88 % de la población son étnicamente albaneses kosovares, 8 % serbios y 4 % de otros grupos étnicos. Parece que esos 88% de albaneses kosovares ya no quieren aguantar el mando del Estado serbio.
Criticar esta independencia potencialmente liberalizadora porque pueda estar en contra del derecho internacional me parece problemático. Y criticar la secesión porque podría causar más secesiones, lo que reduciría el tamaño de los estados aumentando los incentivos a liberalizar, me parece un error trágico. Si la crítica al caso de Kosovo se basa últimamente en el deseo de la unidad del estado español, el argumento se reduce a un nacionalismo estatista y miope.
Aunque esta secesión en sí es difícilmente criticable, sus circunstancias sí lo son. Ahora, la defensa de Kosovo es más sencilla debido a la estancia de tropas de la OTAN en su territorio. Esas tropas son financiadas por impuestos, por ejemplo, de alemanes a los que nada importa la independencia del Kosovo. Los albaneses kosovares deberían defenderse ellos solos o con ayuda voluntaria.
Una crítica adicional a una secesión podría ser que, simplemente, se está constituyendo otro estado que también oprimirá a sus súbditos. Esa opresión puede ser más o menos intensa que la opresión por el estado central. Por ejemplo, la opresión aumentará si Hamburgo, en un experimento instructivo y corto, se independizara con un régimen comunista. En este caso es legítimo y heroico formar grupos armados de forma voluntaria para defender a sus pobres habitantes de la opresión comunista, como es igualmente legítimo defender a los súbditos de cualquier opresión de cualquier Estado. Pero lo que no está bien y es tiránico es forzar con impuestos a quienes no quieren financiar la reconquista de Hamburgo por el Estado central. Es trágico que los estatistas nacionalistas que defienden la intervención del estado central en casos similares piensen que son liberales.
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