La caída del Muro de Berlín simbolizó en la práctica el derrumbe de las ideas del pensamiento único enemigas de la libertad y del ser humano. En la teoría ya había sido Ludwig von Mises en el año 1920 el que demostrara, con su artículo Die Wirtschaftsrechnung im Sozialistischen Gemeinwesen, que eran puras fantasías de imposible aplicación y destinadas al fracaso. Muchos intelectuales, ante la evidencia de su tremendo error, han reconocido su equivocación y afirmado que verdaderamente el socialismo fue la gran tragedia del siglo XX. Sin embargo, otros se han negado a reconocerlo y han buscado refugio en áreas como el urbanismo y el medio ambiente.
En la actualidad, los sistemas urbanísticos y de ordenación del territorio sustentados en las ideas del pensamiento único se encuentran en una profunda crisis, no sólo por los innumerables escándalos de corrupción que aparecen todos los días en la prensa, sino también por las consecuencias devastadoras que se producen por la descoordinación de la asignación de los usos de un recurso escaso como es el suelo. Por eso, los intelectuales de izquierda se encuentran muy nerviosos y exhaustos al ver cada día como sus ideas ya fracasadas en el siglo pasado se terminan de desmoronar en este. Por esta razón, y no otra, se han empezado a movilizar de forma muy coordinada en medios de comunicación afines a su ideario con una única misión: culpar al mercado del actual desastre propiciado por sus propias ideas.
El último episodio de esta ofensiva ha sido el artículo publicado en el diario El País bajo el título Otro urbanismo es posible, escrito por el arquitecto Eduardo Mangada, que se hizo famoso al proferir la frase "Madrid no crece ni crecerá". El que fuera Premio Nacional de Urbanismo en 1978, concejal del ramo del consistorio madrileño con el PCE entre 1979 y 1982 y, posteriormente, consejero de la Comunidad de Madrid de 1983 a 1991 con los gobiernos socialistas de Joaquín Leguina lo tiene muy claro. Sus palabras dejan entrever que la culpa de lo que está sucediendo en la actualidad no es de sus propios errores intelectuales sino del mercado y de la propiedad privada.
El doctor Mangada nos sorprende con frases como que lo que ha producido una invasión indiscriminada de nuestro territorio así como la destrucción de recursos naturales y del paisaje es "la ausencia de unos modelos económicos y territoriales" y "un proceso guiado únicamente por el beneficio inmediato de las empresas inmobiliarias". Sus palabras dejan claro su profunda aversión hacia la palabra beneficio. Mangada considera, al igual que otros muchos izquierdistas, que el beneficio en el sector es ilegítimo y producto del fraude por parte de los entes privados. Estos señores parece que no quieren darse cuenta de que para que en el mercado libre existan beneficios se tienen que cumplir una premisa básica: satisfacer las necesidad de los demandantes de algún bien o servicio. En el mercado uno sólo puede enriquecerse haciendo ricos a los demás. Pero, sin duda, don Eduardo esto no lo ha entendido o no lo quiere entender puesto que nos sorprende con afirmaciones como "pocas veces, la humanidad ha tenido tal poder económico y financiero concentrado en tan pocas manos", cuando la realidad es, precisamente, la opuesta: nunca la civilización ha tenido tanta riqueza dispersa entre tantas manos (aunque lamentablemente no con la rapidez que sería deseable).
Lo más asombroso de don Eduardo Mangada es que no reconoce que el actual desorden que existe en la construcción de las ciudades es producto de su ideario. Además, se atreve a asegurar que hay que recuperar "la cultura del plan" y que los desordenes producidos "borrarlos es imposible" y "de lo que se trata es de civilizarlos física y socialmente, con o sin la participación de los promotores privados que ya han extraído una cuota importante de beneficios". Pánico me dan estas palabras, porque traslucen que no se ha dado cuenta todavía de que dónde nos encontramos es precisamente en un sistema fuertemente intervenido, en el que los derechos de desarrollo del suelo están nacionalizados y la asignación de los usos del mismo monopolizados por el Estado. El sistema que demanda Mangada es justamente el que existe en la actualidad y el que está ocasionando los brutales desordenes en nuestras ciudades, creando urbes que no atienden a las necesidades de los ciudadanos sino a los fines particulares de los gobiernos que ostentan el poder.
Por otro lado, don Eduardo nos pone como ejemplos paradigmáticos los desarrollos obreros urbanos de las "Siedlungen alemanas", desarrollados en la posguerra, de muy interesantes tipologías habitacionales y que tanto se enseñan a los alumnos de las escuelas de arquitectura como magníficos modelos de hacer ciudad. Lo que no se explica a esos estudiantes es la cantidad de costes externos que presenta la elaboración de este tipo de urbanismo, en el que el Estado se erige como promotor y constructor e impone a los ciudadanos un modelo de ciudad que persigue los fines individuales de los técnicos, políticos y burócratas.
Mangada también asegura que los técnicos "tendrán que aprender a hacer planes" y que éstos deben ser "redactados por quienes sepan hacerlos". Lo que pretende es que, al igual que sucede en la mayor parte de los casos actuales, los planes no los hagan los técnicos que compiten en el mercado para satisfacer con sus proyectos al mayor número de personas posibles, sino que los elaboren aquellos que persigan los mismos fines que quienes controlan el poder o son amigos de los mismos. Lo más terrible de todo esto es que el doctor Mangada también defiende como modelos a seguir los desarrollados en el sur de Madrid en los años 80, plagados de viviendas sociales y con modelos urbanísticos desastrosos, que por mucho que se querrían cambiar en la actualidad, no se puede porque el sistema vigente no lo permite. Si los ciudadanos prefieren vivir en otras zonas de Madrid, lo que hace que las viviendas en el sur sean más baratas, será por algo.
Indudablemente sí, otro urbanismo es posible, y este debe estar basado en el derecho natural a la propiedad privada y en el mercado. Sólo de esta manera se podrán crear modelos de ciudad que atiendan a las necesidades de los ciudadanos y no a los fines perseguidos por quienes pretenden imponer a los demás su criterio y sus ideas. Además, es la única forma de corregir los errores que el señor Mangada asegura que son de imposible solución, pues sólo el mercado puede volver a coordinar nuestro territorio. Las ideas socialistas, como no podía ser de otra manera, han vuelto a fracasar y sólo será cuestión de tiempo el ver cómo pasamos de un urbanismo socialista totalmente planificado de forma coercitiva, como es el actualmente vigente, a otro urbanismo de mercado con una planificación basada en la multiplicidad de contratos libres.
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