Decía Ortega que el de “generación” es un concepto fundamental para el estudio de la historia. Las personas, en cada periodo, están influidas por las creencias de cada tiempo, por los símbolos y elementos culturales compartidos que determinan la forma de posicionarse y entender el mundo por parte de los coetáneos -distintos de los contemporáneos, que comparten, sólo, tiempo y atmósfera-. Cada “actualidad histórica” está conformada por tres dimensiones vitales, la de quienes viven el hoy desde sus veinte años, desde sus cuarenta y desde sus sesenta, y “eso, que siendo tres modos de vida tan distintos tengan que ser el mismo “hoy”, declara sobradamente el dinámico dramatismo, el conflicto y colisión que constituye el fondo de la materia histórica, de toda convivencia actual”.
Pero también dice Ortega que “el descubrimiento de que estamos fatalmente adscritos a un cierto grupo de edad y a un estilo de vida es una de las experiencias melancólicas que, antes o después, todo hombre sensible llega a hacer”. Y es que tomar conciencia -aunque sea sólo en parte- del conjunto de condicionantes externos que inevitablemente nos influyen, y que asimilan nuestro comportamiento al del resto de coetáneos, es un muy duro golpe para aquel a quien le han hecho creerse libre y original. Permanecer en la ignorancia evita el sufrimiento, tomar conciencia de esa realidad, desde la alta atalaya en la creíamos estar instalados, supone un costalazo brutal altamente deprimente y desmotivador.
En el pasado cada individuo todavía veía el mundo desde la porción de terreno en que le había tocado nacer, con una latitud y una longitud concretas, unas “circunstancias” ambientales, en definitiva, distintas de las del resto. Hoy en día, sin embargo, hasta con eso se está acabando. Los adelantos técnicos nos permiten vivir casi del todo ajenos a la realidad natural que nos circunda, y comer y desarrollarnos en urnas de cristal y acero iguales a lo largo del planeta, desde el ártico hasta las arenas del desierto.
La formación reglada, altamente estandarizada, protocolizada y formalista lima cualquier tipo de influencia del docente, que tiende a ser un bien fungible, sin apenas trascendencia. Hasta en el cuidado de la salud se utilizan protocolos implementados desde divinas instancias supranacionales, que ignoran cualquier tipo de condicionante espaciotemporal, sin dejar espacio para una disidencia proscrita y silenciada.
El ocio y el entretenimiento tienden a ser, cada vez más, los mismos, desde Oceanía hasta África, pasando por la Antártida o Europa. E igual pasa con la información, y las modas, y tantas y tantas otras cosas. Hasta las diferencias generacionales entre contemporáneos parecen quererse disipar, y el bombo y los platillos con los que se jalea, machaconamente, a las Gretas inclusivas, imbuyen del mismo pensamiento único, de los mismos valores, tanto a la señora de 65 -de cualquier parte del mundo- a quien los cada vez más extendidos avances médicos y estéticos hacen sentirse terriblemente joven, como al crío de 16, inoculado con ínfulas de adulto, desde el poder que cree que le dan el teclado y la pantalla de su móvil.
Decía también Ortega que todo cambio del mundo, del horizonte, trae consigo un cambio en la estructura del drama vital; y que aunque el cuerpo y el alma del hombre no cambien, cambia su vida porque ha cambiado el mundo en el que vive. El problema es si conseguimos aislarnos para vivir al margen de ese mundo, como si no cambiase. A eso es a lo que vamos, sin saber en qué quedará entonces la palabra libertad.
Y o no nos enteramos, o lo que vemos nos parece tan inevitable que para qué…
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