Con la muerte de una de las mejores empresarias de la historia, Rosalia Mera, los sindicatos no han dejado pasar la ocasión para mostrar su odio a los empresarios, su radical mentalidad anticapitalista y su absurda retórica marxista. Autodotados de superioridad moral sobre el resto de los mortales, tratan de hacernos creer que son los protectores de los trabajadores y que son ellos los que propician realmente el crecimiento económico y el bienestar de los países.
Nada más lejos de la realidad. Son los empresarios (y los capitalistas), y no los sindicatos, los creadores de riqueza.
Son los empresarios los que están continuamente alerta para descubrir oportunidades de negocio, es decir, descubrir nuevos productos y servicios con los que satisfacer mejor a los ciudadanos; son ellos los que diseñan planes de negocios rentables y sostenibles que añaden valor a la sociedad; son ellos los que apuestan por procesos productivos largos que acabarán haciendo (¡con el tiempo!) más productiva a la sociedad; son ellos los que anticipan los salarios de los trabajadores antes de que los productos sean producidos y vendidos; son ellos los que se enfrentan a una incertidumbre inerradicable; son ellos los que deben conseguir financiación para llevar a cabo sus proyectos; son ellos los que deben innovar y mejorar día a día para ser competitivos; son ellos los que compran a un precio conocido para vender a un precio desconocido; son ellos los que se juegan su dinero tratando de anticiparse a un futuro incierto; son ellos los que deben dejarse la piel ¡cada día! para seguir manteniendo la confianza de sus clientes; y son ellos los que quiebran si no satisfacen necesidades de la sociedad.
Los sindicatos no tienen todos estos arduos y engorrosos problemas. No tienen que preocuparse de ofrecer una propuesta de valor cada vez más eficiente, eficaz y rentable. Tampoco tienen que preocuparse de su financiación: reciben muchos millones de euros del Estado. Concretamente 15,7 millones de euros en subvenciones en 2011, 11,1 millones en 2012 y 8,8 millones en 2013.
Lo deseable y justo en una sociedad libre sería que se financiasen con las cuotas de sus afiliados. Esta sería la mejor prueba de que los trabajadores valoran a los sindicatos. Ciertamente, si los trabajadores creyesen positivamente que las organizaciones sindicales velan por sus intereses pagarían las cuotas sin dudarlo ni un instante.
Pero no es así: el número de afiliados es cada vez menor, situándose actualmente en torno al 10-12% de los trabajadores. Un apoyo verdaderamente minoritario. Para que se pudiese hablar de ‘representación de los trabajadores’ se necesitaría al menos un 85-90% de afiliación (y aun así no sería justo para el 15-20% restante).
Cualquier otra organización con ese número ínfimo de afiliados no existiría en absoluto o tendría un tamaño e influencia residual en la sociedad.
Pero la alianza entre sindicatos y políticos hace que esto no tenga demasiada relevancia. Es el Estado el que inyecta la financiación a los sindicatos. Y lo hace mediante la extracción de renta de los agentes productivos de la sociedad a través de los impuestos. Coactivamente, de forma obligatoria, parte de nuestra renta se destina a estas organizaciones aunque la inmensa mayoría creamos que no nos benefician en absolutamente nada o que incluso nos perjudican enormemente.
¿Y a cambio de qué perdemos una parte de nuestra renta para regalársela a los sindicatos? A cambio de tener una de las legislaciones laborales más rígidas y arcaicas del mundo desarrollado.
Aprovechándose del inmerecido y asombroso poder que otorga la Constitución a estos agentes «sociales», los sindicatos mayoritarios cuentan con potestad para imponer por ley salarios y todo tipo de condiciones laborales a empresarios y trabajadores en España. No es de extrañar, por tanto, que la tasa de desempleo supere el 26%, la más elevada de la Unión Europea junto con Grecia.
Y es que cuando el rango salarial y las condiciones de trabajo son impuestas desde arriba y no son pactadas libremente entre empresario y trabajador, se desligan los salarios de la productividad, poniendo en serio peligro la supervivencia de toda la empresa y todos sus trabajadores debido a la pérdida de competitividad y márgenes del negocio.
Los sindicatos no crean riqueza, la destruyen. Y lo hacen provocando desempleo masivo, cierre de empresas y consumo de capital. Para aspirar a ser una sociedad próspera y libre es imperativo eliminar los privilegios legislativos que ostentan estos agentes «sociales» generadores de pobreza.
@jmorillobentue
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