Se cumplen este mes treinta años del prematuro fallecimiento de Murray Rothbard y el año próximo, el centenario de su nacimiento, por lo que entiendo que es de justicia contribuir a conocer un poco mejor su obra y entender cuáles fueron el contexto en el que se originó el moderno anarcocapitalismo. En este texto me gustaría abordar una faceta del autor que normalmente no es muy destacada: la de historiador de las ideas y movimientos políticos, frente a la más conocida de estudioso de la historia del pensamiento económico.
La tradición de la derecha estadounidense
En concreto, me gustaría comentar uno de sus libros póstumos, The betrayal of the american right, traducido al castellano por el Instituto Mises como La traición de la derecha estadounidense, fácilmente descargable desde su página de internet. La razón de escoger este libro no reside solamente en que es uno de los que mejor explica los orígenes del movimiento, sino porque ayuda a comprender también el origen de la polémica entre Hoppe y Milei. El libro es parte de una historia intelectual del movimiento libertario norteamericano y parte una autobiografía del propio Rothbard, en la que detalla desde dentro las líneas de actuación y las divisiones y traiciones dentro del mismo.
Lo primero que podemos ver es que el autor, anarcocapitalista, confeso desde su juventud, no renuncia para nada a la batalla política. Uno de los debates que dividen a los libertarios actuales es el de si participar o no en la política convencional, para intentar cambiar desde dentro el sistema. Rothbard parece pensar que sí es conveniente y buena parte del texto es un relato autobiográfico de las aventuras y desventuras del profesor Rothbard en el seno de las facciones políticas de la derecha americana, hasta su desencanto y giro a la izquierda política y su vuelta final al mundo de la derecha.
La clave está en la política exterior
Otro aspecto que cabría destacar es que Rothbard distingue entre el ámbito de la teoría, en el cual muestra una gran coherencia a lo largo de su vida, y el de la acción política, en el que se mueve más por aspectos coyunturales. Escoge en cada momento la opción política que le parece menos mala entre las existentes, pues como el lector del libro observará, ninguna le parece del todo satisfactoria.
El factor que definiría para nuestro autor es principalmente uno: la mayor o menor propensión del político a apoyar guerras de los Estados Unidos en el exterior y el mayor o menor intervencionismo en política internacional sea influyendo en organismo internacionales, aunque sea con ayudas a otros países como el plan Marshall. La cooperación, o bien con los mecanismos de guerra económica, sanciones o embargos, que la potencia norteamericana ha aplicado durante todo el siglo XX.
Aspectos como el mayor o menor intervencionismo económico o las guerras culturales, si bien no juegan un papel menor en su definición política, no son el factor principal que lo define como anarcocapitalista, sino la política exterior. Ni siquiera la mayor o menor defensa de los principios de la escuela austríaca, que Rothbard declara haber conocido una vez finalizada su tesis doctoral, entendidos como defensa de la propiedad y los mercados libres, son el eje sobre el que gira su visión del anarcocapitalismo.
La vieja derecha
Recordemos que la influencia antiestatista de Rothbard parte de las ideas de lo que él denomina como Old Right, o derecha vieja norteamericana. Los principios de esta escuela son básicamente dos, y por este orden, primero la oposición radical al imperio norteamericano, que había comenzado a fraguarse a fines del siglo XIX con la conquista de Hawái y la guerra con España en 1898 y a la intervención militar en el exterior, principalmente la orientada a influir en la política europea. El segundo es la oposición a las políticas del progresismo americano, cuya apoteosis son las medidas intervencionistas del llamado New Deal, llevadas a cabo durante la gran depresión de los años 30.
El primer punto no es en principio anarcocapitalista en su discurso, pero sí en las consecuencias de aplicar este discurso. Los líderes de la vieja derecha se alinearon alrededor de plataformas contrarias a la intervención en las guerras mundiales del siglo XX. En especial contra la primera, pero sin cuestionar en principio ni la propia existencia del estado ni el ejercicio de sus funciones consideradas nucleares, la justicia y la seguridad. Pero se opusieron a la intervención en conflictos que, según ellos entendían, no tenían nada que ver con la seguridad de los americanos.
Pero de hacer caso a algunos de sus principales exponentes como Randolph Bourne o Albert Jay Nock la intromisión por medios violentos en los asuntos de otros territorios es la principal causa de que los estados se refuercen y expandan a su alcance. No intervenir implicaría quitar a los estados la principal justificación para subir impuestos, regular la economía o regimentar a la población.
La guerra es la salud del Estado
La guerra sería la salud del estado, como se pudo comprobar después de cada una de las guerras mundiales y las que vinieron a continuación. En ellas se subieron los impuestos, se regularon precios, se dirigió la producción, creándose organismos de planificación de la economía, antes nunca vistos en la economía norteamericana. También se introdujeron sistemas de recluta obligatoria para los jóvenes en edad militar y se estableció una retórica en la cual todo, incluidas las libertades más básicas, deberían estar subordinadas al esfuerzo bélico. Cualquiera que se opusiese a estas medidas sería visto como una especie de traidor al esfuerzo colectivo.
Y, en efecto, en buena medida se consiguió. Una vez declarada la guerra, el discurso crítico con el poder del estado fue visto con sospecha, como bien intuyeron los viejos derechistas. Y pronto pasó a la casi marginación al ser expulsados quienes expresaban tales posturas de los medios de comunicación mainstream y relegados, en el mejor de los casos, a medios casi marginales.
La lucha contra las derivas estatistas retrocedió varios decenios. Y, lo que es peor, fue suplantada en el seno de la derecha por visiones más intervencionistas y mucho menos libertarias como las de los neoconservadores de Irving Kristol o las de la nueva derecha conservadora (y por lo que se afirma en el libro financiadas por los servicios de inteligencia norteamericanos) de la National Review de William F. Buckley.
Una derecha que pronto relegó también su defensa de la propiedad privada y la no intervención en economía. Esto es, si se abandonan los principios políticos de no intervención en lo que es más grave, la guerra y la intervención en los asuntos de otros países, el siguiente paso es abandonar también los principios de no intervención en la economía y los mercados.
El papel del anticomunismo
Recordemos que en la visión anarcocapitalista de Rothbard y sus primeros seguidores la economía es sólo una parte del orden social; muy importante, sí, pero no necesariamente la principal. La lucha por eliminar la intervención en ella sería sólo una parte de la lucha general contra la intromisión del estado en la vida de las personas. Y esta no se circunscribe exclusivamente a los aspectos económicos. En esto consistió la traición de la derecha para Rothbard, el abandono de los principios que la hicieron grande hasta quedar desdibujada en un ideario inconexo, consistente en una genérica defensa de los valores occidentales y un feroz anticomunismo.
Anticomunismo que acabaría justificando medidas colectivistas en nombre del combate al colectivismo. La evolución de los escritos teóricos en las principales revistas y publicaciones de la derecha lo probaría. Se llenaron de antiguos comunistas resentidos, muchos de ellos antiguos trotskistas como Irving Kristol o James Burnham, que sólo abandonaron parte sus viejos esquemas de pensamiento para dedicarse a combatir a sus viejos enemigos los estalinistas al frente de los principales estados comunistas de la época, si no que justificaban, a diferencia de sus antepasados, medidas sociales e intervencionistas en economía y educación.
Contra el intervencionismo
Conviene recordar que la otra gran pata de la lucha de la vieja derecha vieja fue la oposición a las medidas sociales primero de los progresistas y luego de Roosevelt, en especial la imposición de los sistemas de seguridad social de reparto, que acabarían con el tiempo derivando en la dependencia de millones de americanos de las prestaciones sociales que les garantizaría el estado. Bismarck acertó al decir que los sistemas de pensiones públicas harían dependientes a los ciudadanos, de tal forma que se garantizaría la existencia de una gran masa de población que estaría interesada en la conservación del estado, no sólo en sus entonces reducidas dimensiones sino en unas mucho mayores.
También se opusieron ferozmente a las regulaciones laborales o a confiscaciones como la del oro decretadas por el gobierno. Pero se oponían no porque no las considerasen eficientes o porque tuviesen consecuencias negativas no previstas en otros sectores, como enseña la escuela austríaca, sino porque reforzaban el poder del estado, algo que muchos economistas libertarios de hoy no acostumbran a tener en cuenta en sus análisis.
El legado de la nueva derecha
La nueva derecha traicionó este legado, y Rothbard no se cansó nunca de recordarlo, y al debilitar las defensas contra el estado no sólo no impidieron su crecimiento, sino que contribuyeron a transformarlo en aquello que supuestamente querían evitar. De ahí que presidentes de “derecha” como Richard Nixon puntúen entre los más intervencionistas de la historia del país en ámbitos económicos (sus controles de precios causaron consecuencias devastadoras) y haya tenido el dudoso mérito de apartar al dólar, y por consecuencia al resto de las monedas mundiales, de cualquier vinculación con el oro. Estas serían las consecuencias de abandonar los viejos principios, por otros más oportunistas y adecuados a la coyuntura. Espero que hayamos aprendido algo de la historia de la derecha americana para que sus errores no vuelvan a repetirse.
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