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Sobre mercados de capitales e inversión

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Creo que el agregado de las irracionalidades individuales, siempre que sean aleatorias y no obedezcan a una causa sistémica, da un resultado colectivo bastante racional.

Después del paréntesis del mes pasado, continúo la serie que empecé hace ahora un año con la intención de repasar las asignaturas del Máster en Economía UFM-OMMA: en este caso, es el turno de Mercados de Capitales e Inversión, impartida por la profesora Florencia Roca.

Asignatura fundamentalmente práctica, me gustó refrescar mis conocimientos de estadística para aprender a diversificar una cartera de activos siguiendo la teoría de Harry Markowitz: varianzas, desviaciones estándar, covarianzas, coeficientes de correlación… Es de agradecer que la profesora Roca no se limitara al tradicional ejercicio con dos activos para calcular riesgo y rentabilidad esperada: Excel permite ir más allá sin que todo esto sea algo traumático.

Digo que me gustaron los casos prácticos, pero me gustó todavía más la teoría, tanto la ortodoxa como la heterodoxa: es decir, la hipótesis del mercado eficiente y los precios aleatorios e impredecibles como prueba de la racionalidad de los mercados, pero también la inversión en valor de Warren Buffet y compañía, y sobre todo, los efectos del comportamiento no siempre racional de los inversores, puesto de manifiesto por la economía del comportamiento (lo siento, no me termina de gustar lo de “economía conductual”).

Quizás esta rama de la economía no nos ayude a determinar si nuestra estrategia de inversión debe ser pasiva (asumiendo que el grado de eficiencia del mercado es fuerte y, por tanto, no voy a derrotarlo) o activa (entendiendo que eso no es siempre cierto y puedo descubrir oportunidades de inversión, ya sea mediante análisis técnico o análisis fundamental), pero sí nos ayudará a explicar errores en el procesamiento de la información también en los mercados de capitales, dado que no somos sólo Homo Economicus, como ya he comentado anteriormente aquí.

Al fin y al cabo, los inversores son seres humanos que, en determinadas circunstancias, también pueden comportarse irracionalmente como consecuencia de distintos tipos de sesgos: dejándose llevar por la opinión de otros inversores, sobrevalorando información que puede resultar irrelevante a largo plazo, dando demasiada credibilidad a los éxitos aunque no haya motivos para considerarlos duraderos, mostrando un injustificado exceso de confianza sobre sus propios resultados, negándose a operar en términos bajistas para no sentirse socialmente rechazado, manteniendo en cartera acciones que ya nunca producirán ganancias…

Y sin embargo, aunque no todos los inversores se comporten como seres absolutamente racionales en todas las ocasiones, los mercados de capitales funcionan razonablemente bien: no siempre, de acuerdo (lo cual permite a los value investors tener éxito encontrando compañías no valoradas correctamente), pero no parece que se pueda decir que el sistema en su conjunto se comporte irracionalmente.

Lo explica muy bien James Surowiecki en su libro The Wisdom of Crowds: su tesis es que cuando hay diversidad de opiniones (los individuos poseen información particular basada en los hechos que conocen), son independientes (los individuos no se dejan influir por los demás), están descentralizadas (los individuos tienen un conocimiento especializado) y se pueden agregar (se puede tomar una decisión colectiva a partir de juicios individuales), los grupos tienden a acertar.

Surowiecki detalla un ejemplo paradigmático: cuando, en 1986, el Challenger hizo explosión en directo, la noticia llegó al Dow Jones sólo 8 minutos después y los inversores empezaron a vender las acciones de las 4 principales empresas que habían hecho posible el lanzamiento, de manera que unos pocos minutos después, todas ellas habían perdido entre el 3% y el 6% de su capitalización bursátil.

La cotización de una de ellas, Morton Thiokol, tuvo que ser suspendida: al cierre, la compañía valía un 12% menos, mientras que las otras, habían mitigado sus pérdidas de manera que, al final del día, su caída había sido aproximadamente del 3%. Es decir, el mercado había identificado claramente quién era el principal responsable del desastre.

Un estudio realizado posteriormente reveló que ese día no había habido ni rumores que inculparan a Thiokol ni gestión de información privilegiada por parte de sus directivos: no se conocieron las causas del accidente hasta 6 meses después, cuando la habitual comisión encargada de investigarlo, llegó a la conclusión de que, efectivamente, un fallo en unos anillos de goma que sellaban las juntas de los cohetes aceleradores, fabricados por Morton Thiokol, habían tenido una fuga como consecuencia de las bajas temperaturas. El resto de las compañías quedaron exoneradas de responsabilidad.

El estudio supone que hubo algún tipo de información confidencial al respecto, pero no pudo demostrarse, y los responsables del mismo no tuvieron más remedio que remitirse a una cita de Maureen O’Hara, economista de la Universidad de Cornell: “si bien los mercados parece que en la práctica funcionan, no estamos seguros de cómo lo hacen en la teoría”.

Luego, sí: los mercados de capitales no son siempre eficientes, entre otras cosas porque están integrados por seres humanos que pueden equivocarse al interpretar la información disponible, pero creo que el agregado de todas esas irracionalidades individuales, siempre que sean aleatorias y no obedezcan a una causa sistémica, da un resultado colectivo bastante racional.

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