Si le hablas a Dios, estás rezando; si te responde, tienes esquizofrenia.
T. Szasz
Este pasado 8 de septiembre falleció una de esas personas cuya falta de popularidad y nombre entre el público resulta bastante injustificada. Parte de esto podría deberse a un mensaje, el suyo, más que incómodo para no pocos poderes tanto formales como fácticos. Thomas Szasz, nacido en 1920 en Hungría, con apenas 18 años se trasladó a estudiar y vivir a EEUU, donde acabó estudiando medicina y especializándose en psiquiatría. Pronto destacó como un profundo crítico de la psiquiatría oficial.
Baste mencionar, para comprender su antagonismo con la psiquiatría dominante, que Szasz consideraba por ejemplo falsa la existencia de enfermedades de tipo mental. Tal es el argumento central de su obra El Mito de la Enfermedad Mental. Szazs afirmaba que el concepto de «enfermedad», según la definición clásica-victoriana, sólo es aplicable a lesiones del cuerpo físico y sus órganos. A lo que uno replicará que el cerebro es, sin duda, también un órgano. Szasz no niega evidentemente esto, sino que puntualiza que las enfermedades del cerebro como órgano son estudiadas por la neurología. La psiquiatría, sin embargo, ocupada de la mente, no trataría de enfermedades en tanto la mente no es un órgano físico. Es decir, hablar de mente enferma sería para Szasz como hablar de una economía enferma; se trata meramente de metáforas lingüísticas. La psiquiatría estudiaría por tanto comportamientos, pero no enfermedades. Si uno acaba teniendo problemas de comportamiento por una enfermedad cerebral (intoxicaciones, infecciones, etc., cerebrales), esto pertenece por tanto a la neurología, no a la psiquiatría. Y si un día halláramos que todos los problemas mentales son enfermedades cerebrales, la psiquiatría desparecería en pos de la neurología. Como inequívocamente aclaraba Szasz, si un problema no puede observarse en una autopsia no es una enfermedad.
Son otros sin embargo los argumentos en los que Szasz fue más contracorriente. Basándose en sus profundas ideas libertarias e individualistas –de que uno es dueño absoluto de su cuerpo y mente-, Szasz fue un incansable crítico del uso del tratamiento en pacientes de forma coactiva, o dicho resumidamente de la hospitalización involuntaria. Forzar a alguien a ser hospitalizado o tratado contra su voluntad es mera y llanamente esclavitud, y todos somos y debemos ser libres en tanto no hayamos arrebatado antes la libertad a alguien (robando, matando, secuestrando, etc.). Exactamente Szasz consideraba la hospitalización involuntaria un crimen contra la humanidad. Así, en los 70 contribuyó a la fundación de la Asociación Americana por la Abolición de la Hospitalización Mental Involuntaria. Dentro de su lógica libertaria, defendía por supuesto el derecho al suicidio, que se cuidaba mucho de diferenciar de la eutanasia sancionada por el Estado. Nada menos que dos obras íntegras dedicó al tema: La prohibición del suicidio: La vergüenza de la medicina y Libertad Fatal: Ética y Política del suicidio. Ya saben, desconfíen del que se proclama liberal y está contra de la legalidad del suicidio (o eutanasia), pues será otro intervencionista-colectivista enmascarado. Y es que, por supuesto, Szasz fue un acérrimo enemigo del Estado. Siempre defendió, hasta el final de sus días, que la psiquiatría, y la medicina entera, debía separarse del Estado por las mismas razones que, parafraseando a Ayn Rand, debía separarse la Iglesia del Estado.
Esa invasión de la medicina por parte del Estado es para Szasz en no poca medida responsable de la desquiciante medicalización farmacológica de la sociedad actual. «En tanto la teocracia es el sistema de Dios y sus clérigos o la democracia el sistema de la mayoría, la farmocracia es el sistema de la medicina y los médicos». Décadas después de esta cita, la fundación Life Extension recuperó felizmente el término farmocracia. La medicina en general, y la psiquiatría en particular, con prácticas en su historial como la lobotomización o la crítica de la masturbación, ha llegado según Szasz a convertirse en una nueva y perniciosa religión. A este propósito dedicó, entre otros, su libro Farmocracia: Medicina y Política en América.
Una de sus definiciones más características fue la acuñada en los años 60 de «Estado Terapéutico» para dar cuenta de la alianza del Gobierno o Estado con la psiquiatría. Para Szasz se trata de un sistema totalizante y prototalitario en el que se busca reprimir las acciones, pensamientos, ideas o emociones censuradas por el órgano político empleando la farmacología como brazo de implementación. La timidez, la ansiedad, la promiscuidad, la homo o bisexualidad, el tabaquismo, el uso de drogas que el órgano político-gubernamental etiqueta como ‘ilegales’, comer en exceso… deben ser, según la religión secular del Estado y la farmacología, tratadas y remediadas. Sin duda el gran libertario Murray Rothbard pecó hace 30 años de ingenuidad cuando en las páginas finales de su brillante obra La Ética de la Libertad aún dudaba de si se extendería por todo Occidente el puritanismo moral intervencionista ‘por nuestra salud’. En esta línea, hace pocos días veíamos cómo la ciudad de Nueva York prohibía la venta de refrescos gigantes. Quizás no falte tanto para que el Gobierno multe y sancione a quien se ponga enfermo, rediseñen el Impuesto sobre la Renta como Impuesto sobre Grado de Enfermedad, o directamente prohíban a uno morirse. No bebas, no fumes, no tengas relaciones sexuales, no comas demasiadas ni demasiadas pocas calorías, sé sociable sin caer en la excesiva extroversión… ¿A qué nos suena todo esto? Al terrible mundo feliz de Aldous Huxley donde somos máquinas y autómatas dirigidos por el órgano gubernamental de turno. Por supuesto no deberíamos fumar o beber demasiado alcohol si queremos estar sanos, pero estas cuestiones competen a los que nos dedicamos a la salud y a los ciudadanos libres de hacer, o no, caso, pero no al Gobierno que emplea la coacción y el palo de la ley a ciudadanos convertidos en siervos y lacayos. Como dice el libertario Ron Paul, si el Gobierno debe protegernos de nosotros mismos, absolutamente ya cualquier cosa imaginable le estará permitida a un Gobierno.
Y como no podía ser menos, Szasz abogaba por la legalización sin cortapisas de todas las drogas. Teniendo efectos nocivos para la salud muchas de ellas, la prohibición y la guerra contra las drogas no hace sino aumentar la tragedia y el perjuicio infligidos por éstas. El libre mercado, la libre competencia y la libertad de elegir del paciente y consumidor eran para Szasz parte de la receta, nunca mejor dicho, libertadora en el campo de los fármacos y las drogas. Y he aquí uno de sus libros más célebres: Nuestro derecho a las drogas.
Entre las decenas de premios recibidos en su vida, por ejemplo, fue nombrado en 1973 humanista del año por la Asociación Humanista Americana y doctor honoris causa por la Universidad Francisco Marroquín por su contribución a las ideas de la libertad.
Thomas Szasz es de esas personas que, si no existieran, habría que inventarlas. Nunca, sin embargo, nacerá un Szasz auspiciado por la industria farmacéutica ni por las subvenciones e intereses político-burocráticos. El mundo, nuestro mundo, necesita de muchos Szaszs. Que proclamen que la libertad es una e indivisible. Que no puede haber libertad intelectual y de mente si no la hay económica. Y viceversa.
La plaga de la humanidad es el miedo y el rechazo a la diversidad: el monoteísmo, la monarquía, la monogamia. La creencia de que sólo hay una manera correcta de vivir, sólo una forma de regular el derecho religioso, político, sexual, es la causa fundamental de la mayor amenaza para el ser humano: los miembros de su propia especie, empeñados en asegurar su salvación.
T. Szasz.
2 Comentarios
Me topo con este artículo de
Me topo con este artículo de presunto rigor intelectual pero con todo el respeto fallido y pobre en argumentos.
Szasz es un autor muy interesante y su labor crítica hacia la psiquiatría como especialidad médica que en ocasiones se extralimita es por supuesto valiosa, pero como suele ocurrir los extremistas se parapetan en su torre y niegan una parte de la realidad compleja.
Quien no ha visto nunca la desorganización del pensamiento y de conducta que puede llegar a presentar una persona con una enfermedad mental grave puede negar la existencia de éstas, pero se trata de un sesgo de no observación, no de una realidad.
Otra cosa es que se pueda y deba criticar que la psiquiatría haya querido invadir o dar respuesta a muchos problemas de la vida aplicando recetas como dar antidepresivos ISRS para casi todo.
Szas plantea su crítica a la psiquiatria como herramienta estatal básicamente. La Psiquiatría exculpa al culpable y encierra al inocente. El problema es el estado de bienestar (o malestar) q favorece la irresponsabilidad de familiares y comunidad e incentiva todo un sistema cuyo principal interés no esla asistencia del individuo padeciente sino los propios agregado a la corrupción inherente q se refleja en toda institución de salud y asocde profesionales