La teoría austriaca del ciclo económico es, hasta el momento, la mejor explicación para la ocurrencia de crisis en el mundo moderno. Básicamente, interpreta que dichas situaciones son la fase depresiva que sucede a la etapa expansiva producida mediante la creación de dinero (entiéndase en sentido amplio) por los Estados.
Como es bien sabido, la creación del nuevo dinero, típicamente debida al privilegio de coeficiente de caja de los bancos que les permite dar en préstamo el dinero depositado por sus clientes, da lugar a un aparente incremento en el ahorro. Por ello, bajan artificialmente los tipos de interés y se da lugar a inversiones que no hubieran tenido lugar en ausencia de dicho incremento, y que posiblemente no sean reflejo de las preferencias de los individuos ni sean por tanto sostenibles. Estamos en el momento del boom, donde fluye el dinero con alegría y cualquier cosa es posible, incluidos aeropuertos en Ciudad Real o coches Audi para todos los españoles.
Sin embargo, el mismo hecho de que no haya ahorro real soportando las nuevas inversiones, pone en marcha los mecanismos correctores del exceso. En algún momento, el dinero de nueva creación alcanza al consumidor final, que no ha cambiado sus preferencias, y se encuentra con más dinero para gastar. Esto hace necesariamente que suban los precios de los bienes más cercanos al consumidor (la mal llamada inflación), y que estas etapas productivas parezcan ser más rentables que las más alejadas del consumo.
En ese momento, los empresarios se dan cuenta de las inversiones más alejadas del consumo eran un error, y tratan de redirigir sus recursos a las etapas productivas cercanas al consumo, interrumpiendo los procesos más largos y que ahora no se llevarán a cabo. Estos procesos interrumpidos han supuesto, pues, un desperdicio de recursos, que ahora no podrán ser recuperados. Los inmuebles a medio hacer que campan por España son una ilustración bastante elocuente de estos efectos.
Se llega así a la fase depresiva del ciclo económico, a la tan temida crisis económica, en que lo que debería pasar es que los recursos se reubicaran a los usos en que realmente son valiosos. Esto conlleva pérdidas para los inversores, y sufrimiento para los trabajadores, mientras están en desempleo hasta encontrar un nuevo puesto de trabajo, en que su experiencia quizá ya no sea tan valiosa.
En todo caso, en ausencia de barreras al movimiento de los factores (algo muy lejano de la realidad de las economías occidentales, por cierto), el ajuste sería relativamente rápido y poco virulento para las vidas de las personas.
Se viene asumiendo, por los teóricos austriacos, que la iniciación de un ciclo económico es negativa para los individuos y la sociedad. Algunas razones son difícilmente discutibles: así, es claro que el ciclo económico redistribuye la riqueza existente a favor de los primeros receptores del dinero (bancos, Gobierno), pues se encuentran precios más bajos que los que van a encontrar los receptores finales (típicamente, asalariados y pensionistas). De hecho, esta era la motivación tradicional para provocar inflación, una especie de impuesto oculto a favor del Estado.
También se suele aceptar que la expansión crediticia destruye riqueza. En efecto, en el boom se inician actividades que luego no van a poder concluirse, dilapidando recursos que no se recuperan. Se destruye, pues, parte de la riqueza de la sociedad, en forma de ahorro mal dirigido. Se podría pensar que el ahorro que se destruye es el que se ha creado de la nada. Sin embargo, no hay forma de diferenciar a priori entre ambos tipos de ahorro, y fluyen tanto ahorro real como ficticio hacia las malas inversiones, atraídos por la falsa señal del tipo de interés. Toda la riqueza que parecía existir desaparece y se esfuma, y el problema es que la explosión también se lleva por delante riqueza realmente existente.
En resumen, para lo sociedad hay un aspecto negativo indiscutible, la redistribución de la riqueza, y otro que parece más ambiguo, el de destrucción de riqueza.
Sin embargo, y aquí es donde podría haber un aspecto positivo en la creación de un ciclo, durante el boom se pueden generar (y, de hecho, se generan) muchas instancias de lo que Rothbard llama "recetas" (recipes). Las recetas son ideas que el actor usa para alcanzar su objetivo; por ejemplo, la "receta" para transformar hierro en acero, o trigo en harina. Para Rothbard, el factor distintivo de la receta es que una vez aprendida, no se tienen que aprender de nuevo, no se tiene que producir de nuevo, y se queda como un factor de producción ilimitado: "se vuelve una condición general del bienestar humano de la misma forma que lo es el aire"[1].
Como bien indica Rothbard, la creación de estas recetas sí consume recursos. La diferencia con otro tipo de riqueza, es que no se destruyen, se vuelven una condición general. Así pues, en la fase depresiva del ciclo estas ideas no se destruirían, al contrario que las malas inversiones, quedando disponibles como condiciones generales para la sociedad, que, en este aspecto, estaría mejor que antes de iniciar el ciclo.
En el balance resultante del ciclo económico (siempre y cuando no hubiera regulación dificultando la reubicación de recursos en la fase depresiva), tendríamos como negativo la redistribución y la destrucción de riqueza, y en el positivo la aparición de nuevas recetas, que estarían disponibles antes en el tiempo. Estas recetas benefician a toda la sociedad, por lo que podrían compensar, no solo la destrucción de riqueza, sino incluso su redistribución.
Si la tesis mantenida fuera correcta, entonces ¿podría ser conveniente para la sociedad la creación de ciclos económicos, esto es, las políticas expansivas de los Estados tan denostadas por los economistas austríacos?
No me atrevo a dar una respuesta contundente, ni siquiera negativa. Lo que está claro es que, aun siendo así, quedarían por determinar las condiciones del ciclo económico. Por ejemplo, ¿quiénes habrían de ser los primeros receptores en este ciclo supuestamente benéfico?
Y no se olvide que una de las condiciones fundamentales para que la fase depresiva no sea muy destructiva es que no haya barreras a la circulación de los factores, o sea, que no haya regulación económica impuesta por los Estados. Por eso, aunque la tesis fuera acertada, nuestros Estados estarían muy lejos de poder aplicarla en la actualidad.
Vamos, que no creo que ningún político o economista del establishment tenga este pensamiento en mente cuando decide o aconseja mantener los tipos de interés bajos.
[1] Rothbard M.N. (1993). Man, Economy, and State. Ludwig von Mises Institute: Auburn, Alabama. Ver p.11. La traducción es propia.
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