Estoy de acuerdo con todos los que confirman el fracaso del 29-S porque hay más razones a favor de ello que en contra. Especialmente concuerdo con Jiménez Losantos que, como muy pocos de los periodistas con fama, ha sabido señalar la falacia sindical. Han sido diferentes las herramientas que los hombres libres (preferiría no tener que defender el carácter general de este género) han utilizado para evitar a las mafias subvencionadas, aunque en todos los casos ha sido el factor humano el que ha dado el impulso básico para la victoria, como siempre ha sido.
Para sortear los atentados sindicales a la libre circulación por las carreteras, muchos han sido los que han utilizado las tecnologías de la información, la comunicación y la localización. ¿Qué mejor instrumento que un GPS para que una universitaria encontrara rutas alternativas por las que llegar a sus clases, evitando los cortes de los impunes violentos? Rutas que, por cierto, los sindicalistas seguro que ni conocen, pues de su sede hasta la puerta del político se va por autopista y en Audi A8, propiamente.
Para saltarse el cierre forzoso otros han usado el viejo método de abrir el negocio en cuanto el piquete se había ido. Otros, quienes han podido, han incrementado la productividad de la oficina en las fechas previas a la convocatoria para suplir las horas de trabajo a perder el día de autos. Tiene de inconveniente esto que el perverso efecto publicitario de la huelga no quedó impedido, pero, al menos, España no va a peor económicamente a causa de los sufridos oficinistas.
Muchos otros, haciéndose eco del llamado de Juan Ramón Rallo, o sin haberlo leído, porque se les ocurrió al impulso de su sentido cívico, han fotografiado las coacciones sindicales, grabado los insultos y publicitado el desafuero de los indecentes. También aquí la tecnología se revela instrumento de las libertades.
Pero las herramientas son eso, ni más ni menos. Si no las hay, no se pueden usar, obviamente, aunque es posible idear medios para escapar del liberticidio. Pero aunque dispongamos de ellas, se precisa tener la conciencia clara para hacerlo. Fue, una vez más, la creatividad humana, la función empresarial del hombre, a decir de Huerta de Soto, la que produjo un bien apreciadísimo llamado "fracaso sindical", es decir, triunfo de la "ética de la libertad".
Toda buena acción, reiterada, ha de producir estados sólidos de pensamiento y, con ellos, pautas sociales de acción, pautas que reproduzcan una y otra vez conversaciones antisindicales, comentarios antisindicales y afirmación hasta la saciedad de la libertad de trabajar por encima de la coacción. Es con pautas como se forman instituciones sociales sólidas, como la propiedad privada o la libertad de expresión, y es con pautas como se derriban las opresiones, que son la contracara de los derechos y de las libertades. Por eso es por lo que hay que ir más allá en el acoso y derribo a los acosadores, es decir, a los sindicatos.
Hay que acabar con la existencia de liberados sindicales, es decir, con una especie parásita que vive, bien de su empresario, bien de su administración pública, aportando solamente destrucción de derechos e improductividad. Hay que acabar con las subvenciones, por supuesto, y sustituir la protección constitucional a los sindicatos por una separación constitucional sindicatos-Estado.
Porque siempre hay que acabar con el mal para que el bien tenga asiento en su lugar, es decir, entre nosotros.
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