En el año 1714 se publicaba La Fábula de las abejas. Vicios privados, virtudes públicas, que es realidad era una versión ampliada y mejorada de El Panal rumoroso o Los bribones se vuelven honestos, publicada unos años antes, en 1705. El autor, el médico holandés Bernard de Mandeville se granjeó no pocas críticas defendiendo las extravagantes y provocativas ideas que se desgranaban de la fábula.
A pesar de sus aficiones literarias, se ganó la vida como médico psiquiatra en Inglaterra, a donde su familia tuvo que emigrar cuando su padre, médico holandés también, estuvo implicado en unos tumultos asociados con la protesta por la subida de impuestos. Estaba muy bien considerado como médico y publicó alguna obra sobre la histeria y la hipocondria.
Pero por lo que es conocido en todo el mundo es por sus reflexiones morales, que le convirtieron en objeto de admiración y crítica a partes iguales. Su éxito explica que en 1729 su Fábula de las abejas ya contara con nueve ediciones.
Porque la idea de esta obra, que está sintetizada en el subtítulo de la misma (vicios privados, virtudes públicas) no es fácil de digerir. Y, sin embargo, desde mi punto de vista, es uno de los ejercicios de introspección social más honestos de la historia.
Mandeville nos muestra un panal de abejas en el que reina el egoísmo:
Grandes multitudes pululaban en el fructífero panal y ese gran concurso les permitía medrar atropellándose para satisfacerse mutuamente a lujuria y la vanidad … Así pues cada parte estaba llena de vicios pero todo el conjunto era un paraíso.
Todo el panal criticaba esta situación y clamaba por una solución. Así que Júpiter, compadecido, envía una reina que impone las normas morales que harían del panal un ejemplo de sociedad virtuosa. El resultado fue la ruina de la sociedad, su empobrecimiento y el abandono del mismo. Las abejas tuvieron que emigrar para poder sobrevivir.
Detrás de esta historia hay dos puntos reseñables que han trascendido hasta nuestros días. El primero es el concepto de orden espontáneo que permite que haya armonía, paz y prosperidad por la convergencia natural de los diferentes intereses individuales, sin necesidad de que éstos sean un ejemplo de virtud y sin planificación. Esta idea fue heredada por el mismísimo Adam Smith, quien la expresó en su teoría armónica de la sociedad en la sostiene que, si se respeta el sistema de libertad natural (con todo lo que ello implica), entonces no habrá conflicto entre los intereses particulares y los de la sociedad. De lo contrario, la ley de las consecuencias no queridas nos llevaría probablemente a una situación indeseada y perjudicial para el grupo.
El segundo aspecto se refiere al mensaje moral. Y fue éste el más criticado por casi todos los autores, empezando, precisamente, por Adam Smith. Porque lo que transmite Mandeville es que el egoísmo y el vicio no lleva a una sociedad decadente necesariamente sino que, por el contrario, detrás de muchos comportamientos virtuosos se esconde una motivación no tan loable. Muchas camas de hospital o puestos escolares han sido financiados movidos por la vanidad de donantes que pretendían lavar sus conciencias, o simplemente sentirse poderosos. La vida contemplativa y austera de muchos filósofos o moralistas esconde una indolencia nada plausible. Y el heroísmo, como es sabido, en ocasiones oculta un miedo tan terrible que la única opción es la huída hacia adelante, el acto heroico. Muchos hombres virtuosos en lo más visible son mezquinos en otros aspectos.
Esta visión del ser humano como incapaz de ser virtuoso al ciento por cien, supone un bofetón a quienes pretenden educar moralmente a la sociedad. Porque la idea subyacente a la chocante filosofía de Mandeville es que se trata de reconocer nuestra humanidad y sacar el mejor partido de ella. Porque cuando se pretende forzar un comportamiento virtuoso, las consecuencias pueden ser (y suelen ser) muy diferentes a las inicialmente previstas, siempre cargadas de buenas intenciones.
Se trata, por tanto, de dejar el perfeccionamiento moral al ámbito individual, de abandonar los planes buenistas que pretenden que la apariencia virtuosa es suficiente para que la sociedad sea un ejemplo de moralidad para las demás y para la posteridad., y tratan de imponerla a través de regulaciones, prohibiciones y de una educación colectivista.
Mandeville, en nuestro avanzado siglo XXI, aún tiene mucho que enseñar.
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