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Un rescate no es un crédito

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Al ser preguntado por la posible inminencia del rescate total al Estado español, Rajoy sale al paso diciendo que es como una familia que pide un crédito. Dice que está analizando tranquilamente las condiciones. Después de tanto presionar en Europa, tras salir el BCE ante el mundo a anunciar el mecanismo de compra de bonos, ahora resulta que el presidente del Gobierno se hace el remolón. Se muestra ofendido, incluso, cuando le preguntan por este asunto. Ahora la situación de España está en boca del mundo entero. En el primer debate presidencial entre Romney y Obama, sin ir más lejos, el único país extranjero mencionado fue España. Y no fue un halago, precisamente. Somos la antítesis de buena gestión económica. Pero Rajoy está a otra cosa. Él se hace el interesante, posponiendo la solicitud del rescate mientras finge estudiar el tríptico de condiciones del banco de la esquina.

El término "crédito" significa buena reputación, tener confianza en la capacidad del otro para cumplir con sus obligaciones. Es precisamente esto lo que Rajoy ha dilapidado. El presidente del Gobierno ha desperdiciado la oportunidad de aplicar una política económica que devuelva a España a la senda de la sostenibilidad financiera. Ha perdido la confianza que los agentes económicos habían depositado en él. En consecuencia, los mercados de deuda han reaccionado como es su obligación: cerrándole casi por completo el grifo del crédito. Es por esto por lo que España se ve obligada a pedir el rescate total. Porque el rescate no es un crédito, sino la pérdida del mismo.

La única forma en la que se está consiguiendo financiar el Estado es por la respiración asistida que nos da el BCE y Alemania. Primero nos concedieron un rescate encubierto, entre compras de bonos del BCE y entrega de liquidez a los bancos para que a su vez adquirieran deuda pública española. Después el famoso rescate de 100.000 millones para la recapitalización de las antiguas cajas de ahorros. Y, más recientemente, el anuncio del BCE de poner a disposición de España el nuevo mecanismo de compra de bonos en caso de que solicite formalmente el rescate. El anuncio de Draghi ha hecho que los mercados descuenten la posibilidad de rescate total y eso ha mejorado ligeramente la prima de riesgo. Pero si Rajoy no lo pide, o si sigue mareando la perdiz con su retranca gallega, este efecto se disipará y volveremos a las andadas.

Rajoy, como decía, ha hecho sobrados méritos para ganarse la desconfianza total de todo el mundo. Recibió una herencia envenenada, todo sea dicho. España comenzó la crisis con una deuda del 36% del PIB y cerramos 2011 casi en el 70%. Asusta la velocidad a la que crece nuestra deuda, acercándose a ritmo de vértigo hacia el simbólico 100%. Hemos sumado una media de unos 100.000 millones de euros a la deuda cada año, con un déficit público del 11,6% en 2009, 9,3% en 2010 y 9% en 2011. Ésta última cifra, regalo de despedida de Zapatero, ha sido especialmente simbólica en el exterior por pulverizar el objetivo de déficit, que estaba en el 6%.

Rajoy, sobre el que españoles y extranjeros depositaron cierta esperanza en que enderezara el rumbo, ya ha aportado contundentes razones para que la desconfianza hacia las cuentas de España sea generalizada. El objetivo inicial de déficit del 4,4%, que él mismo presentó como cifra a cumplir a rajatabla, casi como símbolo de una nueva política seria y creíble, tardó escasos meses en renegociarse al 5,3%. Una vez que a regañadientes le aceptaron el nuevo objetivo en Bruselas, reabrió el melón para volver a subirla al 6,3%, argumentando que no la iba a cumplir. Y ahora que incluso esto se ha aceptado, se da por hecho que ni siquiera se va a respetar. En sólo medio año de gobierno de Rajoy, el Estado ya se había fundido el objetivo de déficit para todo el año.

Para 2013 la cosa no parece que vaya a mejorar. El Gobierno no quiere admitir, de una vez por todas, que hay una burbuja de gasto público perfectamente prescindible que se puede eliminar sin necesidad de sangrar más a los ciudadanos. Pero está claro que los políticos no están dispuestos a apretarse el cinturón. Los Presupuestos para 2013, lejos de recortar más o menos el gasto, directamente lo suben un 5,3%. Lo acompañan, eso sí, de una inmensa batería de impuestos que continuará deprimiendo la actividad económica, como lo ha venido haciendo hasta ahora. El objetivo de déficit para 2013 sólo se cumplirá si se da el escenario optimista que el Gobierno ha supuesto para la elaboración de los Presupuestos. Lo que es otra forma de decir que tampoco se va a cumplir con lo pactado. Esto debe ser lo que llaman la salvaje austeridad española. Todas éstas son razones más que de sobra para desconfiar. Son los motivos que han llevado a los prestamistas a retirarle a Rajoy el crédito.

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