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Una crítica liberal a la ‘censura’ en las redes

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Estos días ha habido discusión entre autores liberales sobre si era procedente -o no- criticar la actuación de determinadas redes sociales en relación con el cierre de la cuenta del Presidente de Estados Unidos, y muchos de sus seguidores, y, muchas veces, los argumentos no llegaban a todos los puntos esenciales de la cuestión.

Entiendo que, como dicen algunos, la libertad y la propiedad privada puedan considerarse derechos irrenunciables y que ello obligue a defenderlas incluso cuando los resultados no sean de nuestro agrado, pero de ahí a que sea el único criterio a tener en cuenta por un liberal y que lleve, además, a afirmar que las redes sociales privadas pueden limitar el contenido y las afirmaciones -incluso bloqueando cuentas de usuarios- cuando y donde quieran, va un abismo. Y es que, junto a la libertad y el derecho de propiedad, los liberales defienden otros principios -complementarios a esos dos- y que permiten que exista una dinámica en la vida social, como el de la libertad de pactos y que los pactos están para ser cumplidos (o “pacta sunt servanda”), sin los cuales, a pesar de la libertad y la propiedad, la vida social y el progreso serían imposibles.

En efecto, los pactos se establecen precisamente para modular y/o modificar el contenido y las implicaciones de los principios arriba señalados -de la libertad y de la propiedad-. Y por mucho que se diga, entre los usuarios de una red social y ésta se establecen, en mi opinión, una serie de derechos y obligaciones respectivos y recíprocos, a veces implícitos, pero no por ello inexistentes; y esos derechos y obligaciones no pueden ser alterados a placer y arbitrariamente por una sola de las partes, y menos cuando se hace de forma contraria a lo que se venía realizando hasta el momento.

El acceso y la utilización de una red social es, aparentemente, gratuito porque no se cobra directamente al usuario, sino a través de la publicidad o de la información que de él se obtiene. Pero me parece evidente que la elección de la red social, el deseo o la confianza de aparecer en ella frente a terceros, y el coste de oportunidad que supone para mucha gente dedicarle tiempo y esfuerzo a labrarse en su seno una red de contactos es claramente un coste que debe implicar, a mi modo de ver, una serie de obligaciones por parte de la entidad. Máxime cuando el éxito de la misma depende, precisamente, del efecto red, para el que es necesario que esté dada de alta en la misma el mayor número de personas. Al fin y el cabo, el usuario, con sus habilidades y reputación, consigue un beneficio para la red al conseguir unos seguidores que lo son también de aquélla. Es decir, el usuario que usa y disfruta de una red social, aunque sea “gratis”, sí está aportando algo a ésta y sí hace inversión (en tiempo, imagen y esfuerzo) de la que también se beneficia la red, que se lucra gracias a ello. Establece así un vínculo entre las partes en el que ambos aportan y reciben, en función de las expectativas que se generan según el comportamiento expreso y tácito de ambas. Al menos es una de las cuestiones que, creo, debería analizarse en profundidad ya que no se trata de un simple beneficio donado gratuitamente por la red al usuario, como parecen querer decir algunos; al contrario.

Si desde el primer momento la red social de turno manifiesta de manera expresa que no va a tolerar manifestaciones, opiniones o exposición hechos que perjudiquen o vayan en contra de un determinado partido político, o tendencia ideológica, el que quiera ser su usuario sabe a lo que se expone. Pero cambiar las reglas del juego, por sorpresa y sin posibilidad de oposición, sí sería una clara vulneración de los principios a los que me vengo refiriendo. Una decisión que deberían tener consecuencias jurídicas, también según los postulados liberales. Y creo que es uno de los puntos que habría que analizar con detalle en los casos que están ocurriendo, ya que el problema no es sólo de aquéllos cuya voz se calla, sino de otros muchos que dedicaron tiempo y esfuerzo a labrar una lista de gente a la que seguir para estar informados según sus gustos e inclinaciones. Personas que ven truncadas, arbitrariamente y sin aviso previo, sus expectativas. A lo mejor si lo hubiesen sabido un par de años antes (por afirmación expresa o por el comportamiento) se hubiesen hecho usuarios de otra red, que incluso podrían ser ahora de las mayoritarias.

Se trata, por tanto, de una cuestión mucho más compleja de lo que a primera vista pueda parecer. Una cuestión que depende de cómo se interprete la voluntad de las partes y de las expectativas razonables y de buena -o mala- fe creadas en el otro, los costes para ambos, el grado de satisfacción final de las mismas, su grado de exigibilidad y el margen para alterar las condiciones unilateralmente. EL asunto tiene una gran trascendencia social. Creo que a nadie ayuda que se solucione con análisis superficiales y simplistas.

Y todo ello sin olvidar, además, que no parece razonable que a la red social de turno no se le responsabilice del contenido que en ella aparece cuando ella misma activamente controla, limita, o fomenta según qué contenidos. Pero eso es otra cuestión.

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