Les tenemos tan presentes en nuestras vidas que en el día a día apenas nos fijamos en ellos, sólo cuando son molestos o, en el caso de algunos afortunados, cuando pretenden conseguir algo. Su influencia es descomunal y sin embargo, en muchos casos pasa desapercibida, hasta el punto de que exigimos su acción sin pensar que, más que solución, son causa. Endiosamos a algunos y abominamos de otros, pero en ningún caso les rechazamos en conjunto. Pero alguna vez deberá pasar, alguien pondrá al político donde debe estar.
Nos hemos acostumbrado que dominen nuestra vida. Allá donde miremos, siempre hay un reglamento, una normativa, una ley estúpida que hay que cumplir pese a que el sentido común diga lo contrario, incluso cuando el único perjudicado sea el propio infractor. Leyes como la que obliga a llevar el cinturón de seguridad en el coche ejemplifica bien esta situación. Toda acción alentada y dirigida por un político conlleva necesariamente un ejército de burócratas y funcionarios que deben ser mantenidos por el contribuyente que en último caso somos todos, aunque sólo sea cuando pagamos el IVA en una transacción económica. Cuanto más deciden, cuantas más responsabilidades les cedemos, más nos cuestan; cuanto más poder les otorgamos, más difícil es recuperarlo después.
El político es por lo general, egocéntrico, narcisista y nos hace saber en todo momento que su labor no solo es importante, sino que básicamente es esencial. En el peor de los casos nos enfrentamos a un iluminado que cree tener en su "privilegiado" cerebro la solución final a todos los males de la sociedad; cuanto mayor es la sociedad, más grande es su ego. Asistimos pasmados a un proceso de ingeniería social que se llama construcción europea y donde un grupo de vividores no hacen nada más que parir constituciones y tratados que sistemáticamente terminan siendo rechazados, iniciándose así de nuevo el ritual. Cuántas veces los políticos justifican sus actos y cuántas veces escupen justificaciones "democráticas" para meter con calzador sus ideas y proyectos. No sé si será el siguiente engendro nacido de la burocracia europea, pero en algún momento se aprobará algo que ya será irreversible, queramos o no. Si no lo aprueban los ciudadanos, lo harán los parlamentos nacionales y en último caso, el Parlamento Europeo, que también ha sido elegido democráticamente.
El verdadero opositor a un político no es otro de diferente ideología, sino la sociedad civil. Es ella, a partir de las instituciones y sus individuos quien tiene que dar cuenta y pedir responsabilidades, pero en tanto este proceso siga evolucionando como hasta ahora, eso será cada vez más difícil. Si hay un poder que hoy por hoy puede hacerle frente es el de la prensa, pero hasta esta institución ha caído en las redes de lo público. Licencias, normativas, incluso las propias políticas empresariales invitan a tomar partido por una de las partes y condenar a la otra, alejándose por sistema de principios morales y éticos. Sería beneficioso para todos que en programas de radio y televisión salieran más periodistas, no riendo sus gracias, alabando o criticando sus políticas, sino recordándoles, en directo, su papel de mero gestor de ciertos intereses públicos que por tradición o coacción han caído en sus manos, que en el mejor de los casos su papel es prescindible y que sus ideas para alcanzar la utopía no dejan de ser parecidas a las de un dictador, pero con fecha de caducidad. Alguien necesita una cura de humildad.
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