La oposición venezolana dio un paso fundamental de cara a poner punto y final a los años de Chavismo, organizándose alrededor de un candidato único, Henrique Capriles. Frente a la desunión que la caracterizó tiempo atrás, esto suponía un avance evidente.
La siguiente etapa consistió en enfatizar la importancia de la participación, pese a que existen dudas razonables sobre la limpieza de las votaciones. En este sentido, la misión de la UNASUR cobra una especial trascendencia, toda vez que la OEA se ha mostrado, históricamente, excesivamente condescendiente con los liberticios de Chávez (y de los Castro, y de Ortega, y de Correa y de Morales…).
Durante la campaña electoral, la estrategia de Hugo Chávez se ha centrado en descalificar a su rival y coaccionar a la sociedad venezolana. En efecto, el actual Presidente no ha tenido reparos en desempolvar los fantasmas característicos conforme se acerca el 7-O.
Esta prolongada campaña electoral venezolana ha servido, igualmente, para que los problemas congénitos del país sigan sin solucionarse. Si en Europa Occidental la principal amenaza hoy en día es el paro, en Venezuela lo es la ausencia seguridad pública y jurídica, sin olvidar que la pobreza caracteriza a amplios sectores sociales.
Este último fenómeno trató de eliminarlo Chávez a través de las "misiones", lo cual no ha sido más que una herramienta para afianzar el modelo económico del socialismo del siglo XXI, creando un elevado grupo de ciudadanos dependientes y cuya fidelidad al Chavismo está fuera de toda duda.
El resultado de estos años de gobierno del PSUV no es otro que la irrupción de organizaciones subsidiadas que muestran más lealtad hacia la figura caudillesca que a su modelo de organización política, económica y social, el cual, probablemente, desconozcan.
Las misiones se están convirtiendo en protagonistas de la campaña. El propio candidato Capriles ha afirmado que "mantendrá las que funcionen". Esto supone una forma de huir hacia delante con la que busca evitar (sin éxito) las críticas de que gobernará siguiendo las directrices del FMI. Como se observa, aparece otra de las características definitorias del populismo latinoamericano: estigmatizar al oponente.
En efecto, este es uno de los puntos que más está enfatizando Hugo Chávez: Capriles tiene una "agenda secreta neoliberal", término que en América Latina ha sido desfigurado, pervirtiendo su significado real, de tal modo que se emplea como arma arrojadiza contra aquellos que desafían el statu quo, en este caso, el socialismo del siglo XXI.
Ahí es donde ha fallado el candidato opositor a la hora de explicar sus propuestas, reculando y presentando una visión edulcorada de las misiones. Dicho con otras palabras, no ha sabido asociar "neoliberalismo" con la defensa de la propiedad privada, de un Estado de Derecho dotado de instituciones sólidas e independientes, ni con la óptima utilización de los recursos con que cuenta el país, en particular el petróleo, que hasta la fecha han sido empleados como herramienta de proselitismo ideológico por parte de Hugo Chávez.
Asimismo, en los últimos días ha habido una parte del discurso de Chávez que nos pone en alerta del clima clientelar que se vive actualmente en Venezuela y que puede mantenerse en caso de sea el ganador el 7 de octubre. Al respecto, ha pedido el apoyo en las urnas de las clases pudientes "para que puedan seguir haciendo negocios con tranquilidad". Clientelismo y amenaza se combinan a partes iguales en esta premisa.
El pasado mes de agosto lanzó la otra parte de este mensaje: "si la burguesía regresa al gobierno (en alusión a Capriles), el país entraría en una tormenta de violencia". El carácter mesiánico, rasgo consustancial del populismo, combinado con dosis de coacción, ha irrumpido y se traduce en una suerte de chantaje electoral lanzado por el oficialismo: o Chávez o la desestabilización. Más correcto sería decir: o Capriles o la revolución permanente. O Capriles o el caos.
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