Violencia es una de las palabras que mejor definirían la situación actual. El parón de cierto sector de los transportistas está causando estragos, afectando al conjunto de la economía española y generando violencia en muchos aspectos.
Ya ha habido un miembro de un piquete muerto tras ser atropellado por otro camionero y un herido en trágicas circunstancias, que sufrió quemaduras importantes por el incendio de su camión, presuntamente provocado por compañeros suyos mientras él dormía. Personas que probablemente tengan comportamientos diarios pacíficos y normales, pero que en circunstancias como éstas, en las que el efecto arrastre de la masa tiene mucha relevancia, manifiestan lo peor de ellas mismas; algo similar a lo que podría ocurrir en los campos de fútbol. Estos hechos serían lo más visible del brote de violencia que estamos padeciendo, pero no los únicos.
En segundo lugar tenemos la violencia que los huelguistas están ejerciendo hacia los que no quieren parar. Como era de esperar en una huelga, no se conforman con no trabajar (perjudicando a otros sectores e individuos no relacionados directamente con ellos) y reivindicar lo que crean oportuno, sino que se dedican a coaccionar ilegítimamente a los que sí quieren trabajar. Y el gobierno, supuesto garante de nuestros derechos y libertades, tardando en reaccionar y mirándolas venir durante los primeros días; una actitud que debería extrañar a muy pocos a estas alturas.
Además, como nos enseñó el fantástico economista francés del siglo XIX Bastiat, debemos mirar más allá de los efectos que se ven a primera vista, y prestar atención a lo que permanece más oculto. Este parón, con todas sus implicaciones, también puede causar sentimientos violentos en parte de la población hacia los transportistas, hayan participado o no de la huelga. Algo que contribuye a caldear el panorama social en tiempos no excesivamente tranquilos.
Por último, habría que tener en cuenta las exigencias de los huelguistas, que como decía Juan Morillo, consisten básicamente en "sacar dinero del bolsillo de los contribuyentes en beneficio de unos pocos privilegiados… socializar las pérdidas y vulnerar derechos". Es decir, piden más violencia y coacción institucionalizadas a través del estado, produciendo más tiranteces y conflictos sociales entre distintos agentes, ya que si el gobierno les concede lo que piden, ¿por qué no protestamos todos? Quizá haya suerte y consigamos algo, siempre a expensas de los demás, pero eso importa poco con tal de conseguir lo que queremos. Y es que así es como funciona el intervencionismo, generando incentivos inadecuados que hacen que unos se beneficien a costa de otros, algo que no sucede mediante el intercambio voluntario característico del sistema de libre mercado. Cuanto mayor sea el peso y tamaño del estado, mayores posibilidades habrá de que un grupo o sector de la sociedad presione al gobierno para conseguir ciertos privilegios por encima del resto de la sociedad.
Mientras tanto, se culpa al "neoliberalismo radical" (estaría bien que nos explicara la vicepresidenta en qué consiste eso exactamente) de los problemas de nuestra economía. Algo totalmente absurdo, pero que no sorprende en absoluto viniendo de quien viene.
Sin embargo, ya no hay razón por la que preocuparse: el Gobierno se ha puesto manos a la obra. Rubalcaba acaba de invitar a los transportistas a salir a trabajar "porque no existe ningún riesgo", y si tienen alguna duda o problema, que llamen a la policía. Y Zapatero advirtió que "el Gobierno tendrá tolerancia cero con cualquier acto de coacción o de violencia". ¿Se refiere también a todos los actos coactivos que realiza el Estado coartando la libertad y los derechos de los individuos? Me temo que no.
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