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Vivir dentro de nuestras posibilidades

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Seguimos a la espera de las noticias que Mariano Rajoy tiene que darnos. Seguimos a la espera de saber qué medidas nos traerán los Reyes Magos para este 2012. Y mientras tanto, con una prima de riesgo más relajada de momento, la población española, la de base, aún se pregunta "qué es lo que ha pasado".

Esta semana publica Truman Factor una estupenda entrevista con el Nobel de economía Vernon Smith. En ella, el economista explica su visión sobre la crisis europea, y acaba con una reflexión:

"La lección a largo plazo podría ser que aquellas viejas virtudes como el trabajo, el ahorro y el vivir dentro de nuestras posibilidades son más valiosas que el oro y los diamantes, y sobre todo dignas de encomio pues nacieron de la experiencia humana".

Una sabia conclusión. Pero, puestos a darle una vuelta de tuerca más, no tan sencilla como podría pensarse a primera vista, la razón es que en la España en que vivimos es difícil saber cuáles son nuestras posibilidades, los límites dentro de los cuales deberíamos vivir.

Seguramente por deformación profesional, creo que lo que sucede en la calle, las decisiones políticas, la forma de vida de la gente descansa en una concepción particular del ser humano y de su relación con su entorno. Y en este país, desde hace demasiado tiempo lo que prima es eso que Ayn Rand, la controvertida y criticadísima filósofa libertaria, llamaba la moral del esclavo de la tribu.

Una cosa es que por naturaleza el ser humano sea social, que necesitemos del grupo para sobrevivir, y otra que acabemos siendo secuestrados moralmente por el pensamiento colectivista. Claro que llevamos impresa en nuestra naturaleza la tendencia al intercambio, la reciprocidad: de hecho, ha sido una de las llaves de nuestra supervivencia. Claro que hemos aprendido a defender al débil y ayudar al que no tiene sin que nadie nos obligue. Pero en lo que hemos acabado es en dejarnos imponer una moral que premia al que no se esfuerza, al que no ahorra, al que no vive dentro de sus posibilidades.

Y no solamente eso. Nuestros gobiernos se han comportado siguiendo ese mismo criterio. Así que gobernados y gobernantes se han dedicado a gastar lo que no tienen y a vivir por encima de sus posibilidades. Pero ¿cómo se sabe cuáles son tus posibilidades más allá de lo que dicta el equilibrio presupuestario?

La clave está en la competencia. Ese concepto que Adam Smith consideraba como sana rivalidad, y no necesariamente como codazo en los riñones del adversario. El ser medido en un entorno competitivo con tus pares te lleva a darte cuenta cuál es tu nivel respecto a los demás. Y a partir de ahí, puedes mejorar, corregir, cambiar tu estrategia… perfeccionarte. Pero ¿qué sucede cuando no hay competencia? Pues sucede lo que estamos viviendo. La competencia se ha demonizado, resulta que es cruel porque pone a cada cual en su sitio, porque deja en la estacada al que no está al nivel requerido. Y en realidad, solamente la competencia nos da información relevante de qué quieren los que demandan y qué tienen que ofrecer los oferentes. Y sobre todo, nos dice cuál es el precio que hay que pagar. No solamente en el mercado de bienes, o de factores, o de dinero… en la vida cotidiana. Si tú no sabes el esfuerzo que debes aplicar para conseguir tus metas, si no sabes si ese objetivo está realmente a tu alcance o debes reconsiderar tus planes, si crees que todo es gratis y fácil, y alguien "mágico" va a venir a dártelo con el dinero de otros, entonces estás perdido, y la sociedad en la que vives también lo está.

Y ese ha sido nuestro "modus vivendi" durante muchos años.

Pero ahí no acaba el drama. Hay dos aspectos muy preocupantes que no hay que olvidar.

El primero es que ese es el ejemplo que hemos dejado en herencia a las generaciones más jóvenes, justo a aquellos ciudadanos que van a tener que pagar nuestros desmanes.

El segundo es que la cosa no parece haber cambiado. Cuando se habla de recortes hay mucha gente dispuesta a tirarse a la calle para protestar porque no pueden seguir viviendo de los demás. Y enarbolan la bandera de los más desfavorecidos para defender subvenciones a la "cultura" o a lo que sea.

Ha llegado el momento de meditar seriamente las palabras de Vernon Smith y de recuperar el sano espíritu de rivalidad que infunde la competencia.

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