El otro día fui a ver la película The imitation game donde relatan la vida de Alan Turing, y cómo pasó de ser un héroe por su decisiva contribución a descifrar las comunicaciones alemanas en la segunda guerra mundial a ser un delincuente cuando fue descubierto que mantenía relaciones sexuales con otro hombre a cambio de dinero.
Es un buen ejemplo de las miles y miles de personas que han tenido que pasar por situaciones similares, y mucho peores, a lo largo de la historia simplemente por tener una orientación sexual distinta a la de la mayoría. Y lo peor es que en muchos lugares del mundo sigue ocurriendo.
Por eso, precisamente porque la persecución de los homosexuales se ha realizado en base a una mayoría que persigue a una minoría, es por lo que los comentarios, bromas y opiniones injuriosas contra los homosexuales deben ser repudiados, consiguiendo así que sus autores sean conscientes de que en estos tiempos ellos son la minoría, y que no podrán imponer más leyes absurdas sobre este ámbito.
En cambio no se puede caer en algo que sería mucho peor: aplicar el rodillo de la mayoría a quienes tienen opiniones minoritarias, por muy absurdas y repugnantes que éstas sean.
Si algo se puede aprender del caso de Turing es que las leyes, y las condenas que conlleva incumplirlas, son un tema muy serio que puede marcar la vida de muchas personas de forma injusta. Es el último recurso a utilizar en casos donde el comportamiento de una persona perjudique de forma clara y objetiva a los derechos fundamentales de otras personas.
Y aunque mucha gente crea lo contrario, las opiniones no pueden ser un delito. Y no necesitan ser un delito para ser penalizadas socialmente.
Para mí es mucho más trágico que en España se siga implicando a la justicia para perseguir bromas sin gracia y de pésimo gusto, que en Francia dos extremistas hayan tenido la capacidad para matar a dibujantes que ofendían su religión. No podemos controlar que no sucedan más casos como el de Charlie Hebdo, pero sí podemos concienciar a la sociedad para que el Estado respete la libertad de expresión en todos los casos dentro de nuestras fronteras.
De nada sirve ponernos una caricatura de los dibujantes asesinados en nuestras redes sociales si luego miramos para otro lado cuando imputan a la persona que nos ofende. No, no nos convierte en asesinos, ni mucho menos, pero en el Estado Británico también pensaban que eran muy civilizados cuando en 1951 condenaron a Alan Turing a una terapia de hormonas en vez meterle en la cárcel. Más de 60 años después miles de espectadores salen del cine avergonzándose de dicho pensamiento. Intentemos que dentro de otros 60 años nadie se avergüence de los nuestros.
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