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Yo, El Consenso

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Parece poco creíble que una venerable institución científica arremeta contra la posibilidad misma de que se anime el debate en torno a, digamos, la teoría de las supercuerdas. Aunque Brian Green y otros hayan intentado ponerla a pie de calle, sigue resultando un misterio del que se desvelan pocas aplicaciones mundanas. Así que, al margen de un presupuesto abultado para que siga su curso en la academia, poco más. Sospecho que tal teoría (fascinante, densa y, dicen algunos, poco científica) no tiene un interés inmediato para nuestros políticos, así, al menos de momento, no necesita de un comisario que separe el grano de la verdad de la paja del engaño, ni en lo que concierne a su repercusión mediática ni, fundamentalmente, para preparar la divulgación y el contraste de hipótesis, mecanismo que hasta la llegada de El Consenso parecía uno de los principios básicos en el funcionamiento de la ciencia, de cualquier ciencia.

Ante la inminente publicación del Cuarto Informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, en sus siglas inglesas), que se publicará en febrero del año próximo, hay señales inquietantes de que El Consenso viene arramblando con los escépticos para así acaparar codiciosamente la atención de los medios mayoritariamente afines e insistir en el Mensaje, a saber, que el homo sapiens es el principal responsable del cambio climático por su irresponsable abuso de los gases satánicos. Puntos suspensivos.

Ya en abril de 2005, la venerabilísima The Royal Society, a través de su vicepresidente, envió cartas a periodistas británicos en las que solicitaba a los destinatarios que estuvieran “vigilantes frente a los intentos [por parte de los escépticos] de distorsionar la evidencia científica sobre el cambio climático y su efecto potencial sobre la gente y el medio ambiente en el mundo.”.

A principios de septiembre de este año la misma institución, por boca de un destacado miembro de su staff, ha conminado a Nick Thomas, director de Esso UK (ExxonMobil), para que la sucursal del gigante americano deje de financiar a aquellas organizaciones o individuos que a juicio de la Royal “han estando desinformando al público sobre la ciencia del cambio climático”. Bob Ward, que así se llama el miembro de la Royal, advierte a Mr. Thomas de que ha realizado una revisión “ad hoc” de las páginas web de aquellas organizaciones que figuran en el en el 2005 Worldwide Giving Report de la empresa energética, encontrando que 25 de ellas “ofrecen visiones que son consistentes con la literatura científica” y que, sin embargo, 39 presentan “información que desfigura la ciencia del cambio climático, bien por flagrante negación de la evidencia de que los gases de efecto invernadero están provocando el cambio climático, bien por sobreestimar la cantidad y el significado de la incertidumbre en el conocimiento […] del impacto potencial [del hombre en dicho cambio]”. Más aún, dado que el citado documento sólo figuran organizaciones estadounidenses Mr. Ward solicita la relación completa de los grupos a los que ExxonMobil ha estado dando soporte en Europa, para poder seguir repartiendo credenciales de honorabilidad, ahora en el anquilosado continente. Acabáramos.

Naturalmente en la carta de marras no hay ni una palabra de autocrítica ni una mención a las millonarias donaciones que reciben los grupos defensores de El Consenso, coartada científica indispensable para sacar adelante el protocolo de Kyoto. A decir verdad estos grupos reciben cantidades que convierten en calderilla los fondos que reciben las organizaciones señaladas por Mr. Ward.

Resulta descorazonador que la organización científica más antigua del mundo recomiende la censura para poner fin a un debate científico o que determine quienes puedes ser interlocutores en dicho debate. Hay que recordar que las polémicas suscitadas sobre los diversos aspectos que toca la ciencia del cambio climático (deshielo, huracanes, efectos sobre la biodiversidad, la acidificación de los océanos, etc) no se dan necesariamente sobre los datos aportados, hay vida más allá de la controvertida gráfica del “palo de hockey”. Es decir, el IPCC y los informes que le han seguido en estos cinco años, no sólo aportan datos sino también interpretaciones. Asumiendo la validez de los datos (véase el reciente ejemplo de la “convergencia” en la medida de las temperaturas de la superficie y las de la troposfera), son las interpretaciones de los mismos las que en no pocas ocasiones se ponen en evidencia. Porque, no hay que olvidar, pese a que Mr. Ward no lo menciona, que el IPCC también se compone de valoraciones cualitativas. El famoso “probable” que acompaña a no pocas conclusiones volcadas en los resúmenes ejecutivos de último informe del IPCC se traduce en que existe, por lo menos, un 33% de incertidumbre y por lo tanto de debate abierto a la interpretación cabal de los resultados.

En fin, la censura grosera que preconiza la Royal Society es lamentable, muy particularmente en un tema, el del alegado cambio climático, cuyas implicaciones económico-políticas podemos comenzar a pagar todos muy pronto.

Por terminar, y a modo de ejemplo “seminal”, recordemos el tristísimo caso de Bjon Lomborg, que al menos sirvió para que su libro, “El ecologista escéptico” recibiera la atención que merecía, polémica aparte.

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