Sebastián trató de convencer al auditorio, en su conferencia inaugural, de que los liberales españoles se hallaban suficientemente representados en el PSOE, por lo que no sentían necesidad de formar un tercer partido político. Para el fontanero zapateril, el PSOE disfruta de una contundente superioridad social y económica frente al PP en defensa de la libertad.
El matriomonio gay, el divorcio exprés, la reducción en el impuesto de sociedades o el respeto a los medios de comunicación privados (sic) desfilaron como principales ejemplos de su simposio procapitalista. En la apoteosis de su alocución llegó a afirmar que Montilla había sido el ministro de Industria más liberal de la democracia. A estas alturas nadie dudará de que la militancia izquierdista de Sebastián está suficientemente acreditada: en mentira, demagogia y propaganda no les gana nadie.
Si Sebastián quería demostrar el talante liberaloide de su jefe debería haber recurrido a sus propios méritos, y no tanto a las chapuzas del PP. Cuando la referencia del liberalismo es un partido que no vacila en incrementar el gasto, endeudar a las generaciones futuras, defender subvenciones masivas a la I+D, construir hospitales públicos a mansalva o proseguir con la política de adoctrinamiento lingüístico allí donde gobierna, es relativamente sencillo sacar pecho. ¿Se imaginan a dos boxeadores discutiendo sobre quién de los dos es más tierno al noquear al adversario? El espectáculo no sería menos lamentable.
Lo cierto es que si Sebastián quiere medir los éxitos del PSOE en materia liberal, lo tiene bien sencillo: basta que acuda a la hemeroteca para comprobar que su partido no ha dejado de cercenar la libertad en dos años y medio de Gobierno.
En materia social, el liberalismo a lo PSOE se ha dejado sentir en la represión contra los fumadores y los bebedores ocasionales de alcohol, el adoctrinamiento de los escolares, la persecución de los medios de comunicación privados, las leyes de discriminatorias, la perpetuación de la manipulación en la televisión pública, la fiscalización de las opiniones, la creación de un ejército personal para el presidente del Gobierno, el creciente intervencionismo en asuntos internacionales o la expedición de carnés para el ejercicio del periodismo.
En materia económica, la influencia liberal de Sebastián se ha dejado notar en asuntos como el incremento del salario mínimo, la ratificación de la ultraintervencionista Constitución europea, la dirección política de absorciones empresariales, el redescubrimiento de la fijación de precios, la planificación de la actividad económica, los códigos de buena conducta para las empresas, la redistribución mundial de renta, el fin de la estabilidad presupuestaria obligatoria o los multimillonarios costes que el Gobierno impondrá a las empresas para cumplir con Kioto.
Pero, sobre todo, la falacia de Sebastián es de principios. El liberalismo defiende la primacía de la libertad y la propiedad privada sobre cualquier otra consideración, incluidos los torticeros objetivos que él y sus jefes pretendan imponer al resto de seres humanos a través del Boletín Oficial.
Existe una radical incompatibilidad entre el socialismo y el liberalismo. Quien quiera adscribirse al liberalismo deberá, en primer lugar, renunciar a dirigir coactivamente las vidas ajenas; algo que ningún político español, incluido ZP y su cohorte de rojos liberaloides, ha realizado hasta la fecha.
El simple hecho de que Sebastián se preguntara qué partido representa a los liberales españoles ya denota una profunda incomprensión del asunto. El liberal no necesita representación política, no necesita que le tutelen obligatoriamente su vida ni que le repriman para ser feliz. El liberal repele y se enfrenta al Estado, a los chupópteros como Sebastián y a su liberalísimo PSOE.
No deja de ser curioso que a la misma hora que Sebastián nos cantaba las alabanzas liberales del PSOE su compañero de travesía, Gaspar Llamazares, ofreciera en la sala contigua una charla sobre el fin de la globalización neoliberal. Sería gracioso preguntarle al líder comunista qué opinión le merece estar apoyando al partido más liberal de España.
Apuesto a que la verborrea de Sebastián sería capaz de convencerle de que se puede satisfacer a los liberales y a los comunistas al mismo tiempo. Como diría Burke, basta con que los buenos no hagan nada para que el mal triunfe; en este caso, basta con que Sebastián convenza a los liberales de que asuman el papel de tontos útiles de los políticos para que el comunismo nos corte las orejas, el rabo y dé la vuelta al ruedo. Esa es su visión liberal de España.