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¿A qué juega la Reserva Federal?

Publicado en Libertad Digital

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Sin embargo, el caso Madoff no tiene nada que ver con la gestación de la crisis. Se trata de un fraude típico de nuestras sociedades (de hecho, nuestro sistema de pensiones se asienta en las mismas bases), cuyas consecuencias se limitan a las pérdidas que sufren los estafados. En concreto, es un esquema de venta piramidal o Ponzi, denominado así precisamente en alusión al estafador Carlo Ponzi.

Básicamente, Madoff ofrecía rentabilidades altísimas a los inversores no porque fuera muy hábil utilizando su dinero, sino porque sufragaba esas rentabilidades con las sucesivas remesas de dinero que iban entrando en su fondo. Obviamente, cuanta más alta fuera la rentabilidad que ofreciera, más inversores se sentirían atraídos y más tiempo le duraría el chiringuito. Pero en esta crisis lo que escasea es la liquidez, así que cuando los inversores de Madoff empezaron a retirar su dinero, el fondo no tuvo más remedio que quebrar.

Desde luego, Madoff trató de forrarse a costa de los demás, y para ello no tuvo reparos en saltarse la ley y violar los derechos de propiedad. Pajín, uniendo algunos retazos de especulaciones, ha tratado de presentar esta estafa como algo inherente al capitalismo que cuando se generaliza provoca graves crisis económicas, como la actual.

En realidad, la estafa no es que sea algo inherente al capitalismo, sino a la naturaleza humana. El capitalismo no es el mejor sistema económico porque modifique la naturaleza humana, sino porque procura cauces e incentivos para favorecer la cooperación entre los individuos, y no el parasitismo. Dicho de otra manera, el capitalismo permite a la gente forrarse engañando a los demás (lo que debería dar lugar a una proceso judicial destinado a resarcir a las víctimas), pero también beneficiándolos. Difícilmente puede decirse esto mismo de la política, que es precisamente el arte de lograr que la gente haga lo que no quiere.

Pajín no sólo yerra en su diagnóstico torcido de la naturaleza inherentemente corrupta del mercado y del comercio, sino en su análisis de la crisis. Ya expliqué por qué sólo es parcialmente cierto que fuera la avaricia lo que la engendrara: ciertamente, los bancos actuaron fraudulentamente cuando se endeudaron a corto plazo y prestaron a largo. Pero lo grave en esta historia no es que haya gente que quiera enriquecerse demasiado rápido por cualquier medio, sino que el Estado estimule y espolee ese proceso corruptor, que es justo lo que se calla Pajín.

Para llevar a cabo su estafa, Madoff tuvo que esconderse del Estado y torcer la ley. Los bancos lo hicieron no ya con luz y taquígrafos, sino con la colaboración entusiasta de los bancos centrales. Recordemos simplemente que en 2003 la Fed colocó los tipos de interés al 1% para que las entidades de crédito pudieran refinanciar su deuda a unas tasas más baratas y, así, pudieran prestar todavía más dinero a un mayor número de personas y a unas condiciones más asequibles: aquí, claro, se produjeron las hipotecas subprime.

No sólo eso, el propio jefe de Pajín amenazó hace una semana a la banca española con adoptar "medidas extraordinarias" si no concedía nuevos créditos. Dicho de otra manera: en unos momentos en los que la banca está intentando reestructurar sus balances para reducir el peso de la deuda a corto plazo y casar el vencimiento de activos y pasivos, Blanco les presiona para que sigan cometiendo el fraude que está en el corazón de la crisis: la transformación de plazos o la práctica de endeudarse a corto e invertir a largo.

Desde luego, sin tener esto claro no parece aconsejable ponerse a regular masivamente el sistema financiero. Primero, porque el caso Madoff ilustra, entre otras cosas, que el supervisor es incapaz de controlar todas las operaciones que se están realizando en todos los mercados (Madoff fue inspeccionado por la SEC hace apenas un año); segundo, y sobre todo, porque no necesitamos más, sino mejor regulación, y el PSOE no parece tener claro en qué consiste esa mejor regulación.

Habrá Pozis y Madoffs en cualquier sistema financiero: la tentación de la corrupción está ahí, y ni puede eliminarse de la mente humana ni puede fiscalizarse a toda la sociedad de manera efectiva para prevenirla. Tampoco son, con todo, especialmente dañinos. Por lo general, como ya he indicado, sus víctimas no van más allá de quienes les habían confiado (directa o indirectamente) su dinero.

Sin embargo, sí podemos evitar (o minimizar extraordinariamente) los ciclos económicos que desde hace varios siglos vienen lastrando a nuestras sociedades, y cuyas consecuencias afectan –en forma de desempleo, contracción crediticia e inflación– a toda la sociedad. No es necesario tener regulaciones complejas, sino una legislación mercantil clara que proscriba la transformación de plazos, un banco central que no se dedique a promover este tipo de operaciones, sino a defender el valor de su moneda, y un Gobierno austero que no recurra al sistema bancario para financiar sus abultadísimos déficits públicos.

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