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¡Abajo con la ciencia!

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Si, ante una tormenta, alguien dijera que es cosa de brujería, nuestra primera reacción sería reírnos de él. Nosotros sabemos que las tormentas tienen causas explicables por la ciencia. Pero tampoco tenemos mucho derecho a sentirnos orgullosos al decirlo, porque resulta que cada uno de nosotros está lo suficientemente lejos de las cuestiones científicas como para que el papel social de la palabra “ciencia” no esté muy alejado del que en su momento representaba la apelación a la brujería. Esto puede parecer paradójico, pero pronto verá que es muy claro.

En una sociedad civilizada, cada uno de nosotros nos concentramos en una parte muy pequeña del conocimiento que abarca toda la sociedad, y del que nos estamos beneficiando constantemente. Eso ocurre, por ejemplo, con la ciencia. La gran mayoría de nosotros, por ejemplo, desconocemos en qué medida podemos decir que se está calentando el planeta y especialmente ignoramos las causas de ese calentamiento, si es que ciertamente está teniendo lugar. Solo sabemos de estas cuestiones por los medios de comunicación. En algún momento oímos hablar de “los científicos” y nos rendimos ante esa expresión con la misma reverencia con que tres siglos atrás nos rendiríamos ante una acusación de brujería. Nosotros sabemos hoy que la explicación de los fenómenos naturales está en la ciencia. Pero cuando entramos en materias concretas, cuestiones como la evolución del clima nos resultan absolutamente insondables. Y nos fiamos, sin mayor prueba, de lo que nos digan los medios.

El problema surge cuando la palabra “ciencia” se manipula por criterios estrictamente políticos. Es el caso del protocolo de Kyoto. Quien haya leído la entrevista de Libertad Digital con Christopher Horner se habrá sorprendido levantando las cejas y abriendo los ojos en más de una ocasión. Horner explica que los científicos que se reúnen en el IPCC, el órgano de Naciones Unidas (esa institución tan prestigiosa) para lidiar el calentamiento global, no son precisamente los mejor preparados. Patrick Michaels, él sí un climatólogo de prestigio, explicó en uno de sus libros que no más de un tercio de los científicos convocados por el IPCC son climatólogos. Los otros dos tercios hablan sobre el clima sin haberse dedicado a estudiarlo.

Tampoco es que importe mucho, porque como explica Horner, luego se cambian las conclusiones de los científicos por otras que elaboran políticos y ONGs, es decir, lobbys. Y aunque no tengan relación con las conclusiones que han alcanzado los científicos, nuestros salvapatrias nos dicen que forman parte del “consenso científico”. Total, ¿Quién se va a leer centenares de páginas con una jerga incomprensible para descubrir que los políticos nos están mintiendo una vez más?

Este mangoneo ha llegado a las revistas otrora científicas Recientemente, el diario Daily Telegraph, recogía en una noticia la censura que han recibido varios científicos por poner en duda el mantra de que el calentamiento global está causado principalmente por las emisiones de nuestra industria. Estos casos se han dado en la revista Nature, que lleva tiempo pisoteando su prestigio, perdido hace mucho tiempo, así como en Science. Esta última se está esforzando por situarse en las cumbres científicas del Reader digest.

Valga como prueba un artículo de diciembre que decía, nada menos, que el consenso científico (una expresión contradictoria, por cierto) respaldaba la teoría de que el aumento de la temperatura global estaba causada por las emisiones de gases por parte de los hombres. Este disparate lo habría basado en el análisis de 1.000 artículos científicos publicados desde comienzos de los 90’. Según el autor, tres de cada cuatro artículos aprobaban esta teoría, y ninguno la atacaba.

El resultado es de lo más sorprendente, porque muchos de los climatólogos más prestigiosos han dicho exactamente lo contrario. Que no hay respaldo científico para tal teoría. Varios de los climatólogos más prestigiosos lo han puesto por escrito en la Declaración de Leipzig. Este mismo lunes, 16 se reúnen varios de los climatólogos más prestigiosos en Madrid, y han denunciado por extracientífica la teoría de que el efecto invernadero de origen humano sea la principal causa del calentamiento global.

Un científico que sospechaba de esos datos, Benny Peiser, analizó los mismos 1.000 artículos y el resultado era el previsible: el artículo publicado en Science había mentido. Sólo un tercio respaldaba esa teoría, aunque sólo un 1% lo hacía de modo explícito. Science se ha negado a publicar este segundo artículo. ¿Porqué esta manipulación de la ciencia? Por motivos políticos. Ya Jacques Chirac dijo en noviembre de 2000, en La Haya, que el protocolo era “el primer paso hacia un gobierno mundial”. Un camino en el que la búsqueda de la verdad, a la que se dedican los científicos, no juega ningún papel.

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