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‘Abenomics’ y el timo de la estampita

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  • El 62% de los trabajadores españoles estaría dispuesto a perder parte de su salario a cambio de asegurar su posición en la empresa. De los 32 países incluidos en el WorkMonitor de la primavera de 2013 de Randstad, sólo en India este porcentaje era superior.
  • En 2012, el 40% de los licenciados universitarios de la promoción 2005-06 tenían un puesto de trabajo de inferior cualificación a su formación, según datos del informe Datos y Cifras del sistema universitario español 2014 que se conoció la semana pasada. Y apenas un 56% de ellos tenía un empleo indefinido a jornada completa.
  • Según Eurostat, de los 28 países de la UE, España es el segundo en porcentaje de "temporalidad no deseada": más del 90% de los trabajadores temporales querrían un contrato indefinido (en Austria no llegan al 10%; allí los que aceptan un empleo sólo por tres meses es porque quieren).
  • Y algo parecido ocurre con los empleos a tiempo parcial. Más del 60% de los españoles en esa situación querrían trabajar ocho horas al día, pero no pueden. De nuevo, la comparación con Austria es dolorosa. En aquel país, este porcentaje cae al 10% (ver aquí, gráficos 6 y 8).

Todos estos datos apuntan en la misma dirección. El problema de España no reside sólo en sus casi seis millones de parados, un 26% de la población activa. Es que además, muchos de los ocupados tienen un trabajo que no les gusta, pero que no pueden dejar, fundamentalmente por miedo al desempleo.

Desde el punto de vista de los nuevos trabajadores, esos jóvenes con más de un 55% de tasa de paro, se dibuja un panorama desolador. Salvo que tengan mucha fortuna o una excelente formación, al entrar en el mercado laboral saben que les espera como mínimo una década de contratos temporales y paro. Y en muchos casos la proporción de cada uno de estos ingredientes dependerá más del sector o la empresa que de su propia valía. Con este panorama, las probabilidades de labrarse un buen currículo, consolidar su carrera o lograr unos ingresos razonables en un período corto de tiempo son mínimas.

Por todo ello, no sorprende que exista esa obsesión por el contrato fijo. El objetivo deja de ser cumplir una vocación, emprender nuevos retos o incluso mejorar salarialmente. La meta es tener un contrato indefinido. El sistema ha consolidado un modelo dual, con un grueso de trabajadores en teoría muy protegidos (los fijos) y otro grupo con mínimas opciones de subirse al tren en marcha. Sus defensores hablan de un régimen "garantista" y desde la perspectiva de un indefinido podría parecer que una cosa compensa la otra. 

Pues bien, según la misma encuesta de Randstad, el 91% de los españoles no cree que viva en un país con "seguridad laboral". Incluso los fijos, que deberían sentirse seguros con su situación, tienen tanto miedo a las consecuencias de quedarse en el paro (básicamente, un reingreso costosísimo al mercado) que ni siquiera ellos están contentos con la situación.

El caso Coca-Cola

Hasta aquí, las cifras hablan desde el punto de vista del trabajador. Tampoco las empresas parecen mucho más felices. En los últimos días, el conflicto que más comentarios ha generado ha sido el que ha enfrentado a la embotelladora de Coca-Cola en España con sus empleados por el plan de cierre de cuatro de sus plantas. La secuencia de los hechos es la siguiente (una explicación más precisa en el excelente artículo de S. McCoy del viernes en El Confidencial):

  • La compañía presenta un plan para un ERE que afecta a más de 1.250 empleados
  • Los trabajadores se movilizan
  • Las administraciones apoyan a los sindicatos
  • Se presiona a la empresa (y a la marca estadounidense), incluyendo una campaña de boicot a sus productos
  • Coca-Cola Iberian Partners mejora las condiciones que ofrece a sus empleados, "hasta llegar a una oferta excepcional para bajas voluntarias (10.000 lineales más 45 días por año con límite de 42 mensualidades), prejubilaciones (80% del sueldo neto desde los 56 hasta los 63 años, revalorización anual del 1% y Seguridad Social a cargo de la empresa) y recolocaciones (15.000 euros upfront más ayuda mensual de 500 euros para vivienda durante 24 meses para el 70% que cambiaría de residencia)".

Ni siquiera con estas cifras es seguro que se alcance un acuerdo. El viernes, los sindicatos se negaban a aceptar incluso este tipo de condiciones.

Pero supongamos que al final se llega a un pacto. Si es así, se saludará con alboroto en medios de comunicación y partidos políticos. Hay un acuerdo, se preservan los empleos y no hay despidos, sino bajas voluntarias. ¿Todos contentos? Aparentemente sí, pero a medio plazo, las consecuencias quizás no sean tan positivas. Podría decirse que se lanza un triple mensaje:

  • Si vas a abrir una fábrica en Europa, mejor que no sea en España, porque cuando tengas que hacer ajustes de plantilla te saldrá carísimo (y los medios te masacrarán por destruir empleo).
  • Si no tienes más remedio que tener centros en España, ficha todos los temporales que puedas. Así, cuando caiga la producción o necesites recortar plantilla, podrás tirar de estos. Simplemente no les renuevas el contrato y ya está.
  • Cuando tengas que despedir -por una caída en la facturación, la reestrucutración de una planta o cualquier otra causa- despide a los temporales, o lo que es lo mismo, no les renueves. Incluso aunque alguno de ellos sea más productivos que alguno de los indefinidos que se quedan en la planta. Te saldrá más barato y no te buscas problemas.

Miedo

Para la empresa, un temporal con estas condiciones es un trabajador al que sólo se pueden confiar tareas de poco valor añadido y en el que no merece la pena gastarse dinero en formación. Para el empleado temporal, la empresa es sólo un medio de ganarse la vida durante unos meses; no le importa su futuro, ni sus beneficios, ni cómo funciona por dentro y los incentivos para aprender son mínimos. No puede haber una relación laboral fundada en peores términos.

¿Cuáles son las consecuencias? Pues que España tiene empresas temerosas de contratar y aún más de hacerlo con contrato indefinido; empleados fijos temerosos de cambiar de trabajo, incluso aunque estén asqueados del que ahora tienen; jóvenes temerosos de no encontrar nunca un trabajo; y temporales temerosos de no alcanzar nunca un puesto fijo. Todo el mundo tiene miedo.

Dicen que sólo dos personas conocen la fórmula de la Coca-Cola y que no se les permite viajar juntos. Quizás es sólo una leyenda urbana, pero en cierto sentido sería lógico que fuera así. La compañía norteamericana teme perder la clave de su prosperidad. La fórmula del 26% de paro es mucho más conocida. Está delante de todos, en la legislación laboral vigente. Y hay decenas de propuestas bien encaminadas para su solución: contrato único, mochila austriaca, descentralización de la negociación colectiva, reducción de las cotizaciones,… ¿Por qué no se hace nada? Probablemente por la misma razón que guía la actuación, en el día a día, de empresas y trabajadores (y de Coca-Cola): miedo.

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