Carmena nos acerca a su sueño norcoreano de un Madrid con calles vacías y ciudadanos andando en un único sentido.
Desde que hemos empezado a poner calefacciones en Madrid, los coches han aumentado la contaminación y Carmena nos limita su uso, o nos lo prohíbe. Tendremos que esperar al largo y cálido verano que nos espera en 2018 para que los indicadores de contaminación bajen y Carmena nos conceda circular por nuestra ciudad como si fuésemos ciudadanos libres.
Mientras, tendremos que ver qué ha planificado la camarilla carmenita para nuestro día siguiente. Puede habernos rebajado la velocidad de circulación a 70, o prohibido el acceso a las matrículas pares o impares, o prohibir el estacionamiento a los no residentes, o la circulación a los vehículos diésel. Todo, nos dicen, para mejorar la calidad del aire madrileño.
Los efectos de estas medidas no están claros. A punto de terminar el año pasado, Carmena y su mariachi prohibió a medias la circulación por Madrid. El día despertó con un aire limpio, pero a medida que los agentes atascaban la ciudad poniendo multas, la contaminación se fue acumulando y aumentó casi un 2 por ciento. Aquello fue el día de los inocentes. Esta semana ha impedido acceder a los no residentes, a quienes les ha concedido un indulto el viernes. La contaminación no ha bajado.
Carmena nos acerca a su sueño norcoreano de un Madrid con calles vacías y ciudadanos andando en un único sentido. La contaminación es sólo una excusa, y es absurdo echarle en cara que no remita ante sus arbitrios. Sus medidas son un éxito porque consiguen lo que buscan, que es disponer de nuestro tiempo y demostrar que pueden condicionarnos la vida.
Carmena recurre a la contaminación como una palanca para hacer de la ciudad su Pyongyang, con los ciudadanos como mano de obra esclava recogiendo colillas y las madres barriendo las calles. Pero eso no quiere decir que no sea un problema de salud pública muy importante. Cada año mueren prematuramente miles de españoles a causa de la calidad del aire menos que perfecta.
Lo sigue siendo. Y eso a pesar de que, sin la participación de Manuela Carmena ni de Ahora Pyongyang, la sociedad todavía no controlada por los políticos, lo que llamamos capitalismo, ha logrado mejorar la calidad del aire gracias a las mejoras tecnológicas. Según los datos de la Agencia Medioambiental Europea, las emisiones de óxidos de sulfuro y óxidos de nitrógeno, los principales contaminantes, han caído desde 1990 en un 88,1 y un 48,9 por ciento, respectivamente. Las emisiones de monóxido de carbono, en un 82,6 por ciento.
Como nada de esto depende de Ahora Pyongyang, no hay miedo a que este avance tecnológico se detenga. Lo que ocurre es fácil de entender. Cuanto más ricos somos, más medios tenemos para hacer el mundo que nosotros, los consumidores, queremos. Y queremos que nuestras máquinas consuman y contaminen lo menos posible. Y eso es lo que tenemos. ¿Qué podría hacer un Ayuntamiento para contribuir a mejorar el aire sin molestar mucho? Cambiar el transporte público contaminante o favorecer la adopción de tecnologías limpias en calderas y vehículos de los ciudadanos. Y ya.
El resto, como hasta ahora, lo hará la sociedad. El coche eléctrico sacará la polución de las ciudades. El autónomo hará el tráfico mucho más fluido. Y nadie, nadie, deberá nada a Manuela Carmena.