Begoña Villacís podría haber abortado en Estados Unidos a su hija Inés en plena campaña electoral.
Siendo liberal, estoy bastante a favor de que las mujeres puedan usar su cuerpo como prefieran. De hecho, lo estoy incluso en el caso de que decidan emplearlo para gestar hijos que no son suyos, con o sin dinero de por medio, o para follar por motivos exclusivamente pecuniarios, algo que las feministas de hoy –que sólo acuden a los argumentos liberales cuando son útiles a una causa que de liberal no tiene nada ya– consideran motivo de excomunión. El problema del aborto es que, como sabe cualquiera que sepa contar, involucra dos cuerpos, de ahí que sea frecuente motivo de discusión. Y, como hablamos de acabar con una vida humana, de discusión generalmente áspera y desagradable. Otra cosa significaría que no nos tomamos la vida suficientemente en serio.
La razón por la que ha vuelto este debate a la luz pública estos días ha sido la aprobación en Alabama de una ley que permite el aborto sin excusas ni preguntas sólo hasta que en ese segundo cuerpo empiece a latir el corazón, y a partir de ese momento queda prohibido, con penas de cárcel no para las mujeres que abortan sino para los médicos que lo llevan a cabo. Los periodistas y la progresía patria, valga la redundancia, nos lo han vendido aquí como que se prohíbe en casos de violación o incesto. No es verdad. Simplemente no se consideran casos especiales: antes del plazo se puede, después no. Para quienes no tienen en cuenta como sujeto de derecho a ese segundo cuerpo, sería un asalto intolerable contra la libertad de las mujeres, y desde esa única perspectiva, que no se tengan en cuenta las circunstancias de ese embarazo supone una monstruosidad. Pero para quienes sí consideran que ese otro cuerpo tiene derecho a la vida, las circunstancias en que la ha adquirido caen a un segundo plano.
La norma de Alabama es sólo una más dentro de una suerte de revival legislativo sobre el aborto que se está viviendo en Estados Unidos. Hay unos 15 estados de mayoría republicana que están trabajando en leyes parecidas, y alguno como Georgia ya ha aprobado la suya. Mientras, estados demócratas como Nueva York han aprobado leyes que rozan la bendición del infanticidio. Desgraciadamente, la decisión del Tribunal Supremo en los años 70 de sacarse de la manga que el aborto era un derecho constitucional ha llevado a que estas últimas sean, en la práctica, la única ley del aborto realmente existente. Así, el debate en Estados Unidos es muy distinto al nuestro, porque la Justicia decidió hurtar a los procedimientos políticos normales la capacidad de decidir. Y así hemos acabado viendo cómo el Partido Demócrata ha llegado al extremo de votar en contra de una ley que pretendía obligar a los médicos a considerar a un niño nacido accidentalmente durante un aborto como un bebé al que hay que proteger y cuidar. Una norma que se propuso porque el gobernador demócrata de Virginia apoyó un proyecto de ley según el cual, y según sus propias palabras, si el niño nacía, «el médico y la madre debían tener una conversación» sobre qué hacer con él, si salvarlo o matarlo.
En definitiva, si viviera en Estados Unidos, Begoña Villacís podría haber abortado a su hija Inés en plena campaña electoral de forma completamente legal. Creo, o quiero creer, que incluso a la mayoría de la izquierda española eso le parecería una aberración. Pero es la norma en vigor.
Aunque la famosa sentencia de Roe vs Wade ha hurtado del ámbito político las normas que deben regir sobre el aborto, los activistas provida no se han quedado quietos durante estas décadas. Y no me refiero a los piquetes frente a las clínicas que tantas veces hemos visto en series y películas, que también, sino haciendo campaña por enfoques gradualistas a los que resulta difícil oponerse. Y pese a que los tribunales han echado atrás esas reformas, han logrado así recabar el apoyo de una mayoría de la población, que es favorable por márgenes bastante amplios a varias restricciones al aborto, especialmente en lo referido a plazos.
La aprobación de leyes como la de Alabama podría arruinar esa estrategia. Están construidas con habilidad emocional al poner como plazo no una semana concreta, sino el momento en que el corazón empieza a latir, que es un cambio a partir del cual es más difícil negar que lo que se está gestando no es una extensión del cuerpo de la madre sino un segundo ser humano. Pese a ello, son tremendamente controvertidas incluso dentro de estados como Alabama, mayoritariamente contrario al aborto. ¿Por qué? Porque eso sucede muy pronto, tan pronto como seis o siete semanas, lo cual deja muy poco tiempo –o incluso ninguno– entre la noticia del embarazo y el fin de la posibilidad de elegir. Es decir, abandona por completo esa campaña gradualista que había logrado convencer a la mayoría de los estadounidenses, activistas y políticos demócratas aparte, de la bondad de restringir el aborto, aunque sea sólo un poquico.
Tiene su explicación. Después de décadas viviendo con una ley que consideran monstruosa, la composición del Tribunal Supremo tras los dos nombramientos de Trump les hace pensar que por fin Roe vs Wade podría ser revocada. Pero aun en ese caso, si el objetivo es salvar vidas, y no sentirse moralmente más cómodos consigo mismos, la estrategia gradualista que tantos corazones ha ganado para su causa sigue siendo la más adecuada. Al fin y al cabo, si el Tribunal Supremo da libertad a los 50 estados para legislar sobre el aborto como prefieran, la lucha de los provida seguiría en pie, trasladándose de los juzgados a esas 50 legislaturas, y tendrá que ganar en todas ellas todo lo que pueda. Si la alternativa a los políticos demócratas de Nueva York o Virginia es la casi total prohibición, será difícil convencer a la opinión pública de que les den la espalda en esta cuestión. Ese enfoque, es cierto, nos llevaría a una guerra larguísima, que aun si tuviera éxito duraría décadas. Pero nadie dijo que fuera fácil.