La segunda teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid pretende tener razón en su cruzada personal contra la prostitución y, fina socióloga que es, tiene "la impresión de que está cambiando algo la percepción social de la prostitución". Su sermón moralizante se resume en recordar que se trata de "una realidad que debería avergonzarnos a todos". No se conforma con gobernar la ciudad de Madrid, también quiere controlar nuestras mentes y ordenarnos qué debe avergonzarnos, y no sólo a unos cuantos sino a todos.
Botella se refiere a "la violencia y las condiciones de esclavitud que sufren las mujeres prostituidas". Mete a todas las prostitutas en la misma categoría de esclavas violentadas, lo cual puede ser cierto para muchas pero seguro que no lo es para todas: conviene saber distinguir.
Critica que "durante mucho tiempo en nuestra sociedad ha predominado una actitud complaciente y permisiva, por no decir cínica e hipócrita". No especifica si ese "mucho tiempo" son días o siglos; y quienes no estén de acuerdo con su autoritarismo prohibicionista son cínicos e hipócritas.
"En la Europa del siglo XXI, son muchos los que todavía defienden que se trata de un trabajo más. Una posición fácil cuando se trata de personas desconocidas. Habría que comprobar esta opinión si la ‘trabajadora’ en cuestión fuese un familiar".
Resaltar en qué continente estamos y en qué siglo no parece muy informativo: pero la prostitución es un trabajo, una forma de ganarse la vida; diferente de los demás por la percepción moral de algunos (especialmente los más estrictos puritanos), pero perfectamente legítima mientras sea una decisión libre en la que no medie agresión de o a terceras personas. En el ámbito social de la señora Botella seguramente esté muy mal visto tener familiares prostitutas (o clientes): pero convendría que recordara que existen prostitutas que ejercen libremente y que tienen parientes a quienes no parece haber consultado. Además ¿desde cuándo la opinión de los parientes puede utilizarse para limitar la libertad de las personas?
Botella resalta que "estamos demasiado acostumbrados a mirar hacia otro lado", pero que "muchos reaccionan cuando se produce en su propia calle". Tal vez sabemos que hay realidades humanas que podemos deplorar pero que difícilmente vamos a cambiar mediante la coacción política. Y pedimos a nuestros representantes que al menos se ocupen de gestionar con un mínimo de eficiencia algo que es bastante público, las calles: es perfectamente consistente defender la prostitución voluntaria pero exigir que no se practique en ámbitos públicos.
Botella está tan perdida en sus malos argumentos que no para de darse la razón a sí misma, siempre escondida tras un plural mayestático: "Ante todo, teníamos razón cuando afirmamos que la prostitución atentaba contra la dignidad de la persona. Pues es una forma de explotación inhumana y degradante, cuya legalización atentaría contra derechos fundamentales". Cuando alguien no tiene argumentos sólidos en un discurso moral recurre al vaporoso concepto de la dignidad humana, en el cual cabe todo aquello que le disguste profundamente y que además no pueda aceptar que otros lo toleren. ¿En qué consiste la explotación si se presta un servicio voluntariamente a cambio de dinero? Lo de degradante es claramente su visión particular disfrazada de hecho objetivo. Y el derecho fundamental, el de la propiedad de cada persona sobre sí misma, difícilmente sufre en relaciones voluntarias.
Sigue: "Teníamos razón cuando defendimos que la prostitución es una forma de esclavitud… las mujeres son retenidas contra su voluntad, ellas y sus familias sufren amenazas y son coaccionadas mediante todo tipo de métodos, como palizas o violaciones en grupo". Algunas mujeres, quizás muchas, pueden estar esclavizadas para el sexo. Y los poderes públicos revelan su sistemática incompetencia al no ser capaces de solucionar esta lacra y proteger los derechos más elementales a la seguridad física; para distraer la atención, atacan a todas las prostitutas y a todos los clientes en general, y así de paso imponen su moral a todos.
Y sigue: "También teníamos razón cuando sostuvimos que la prostitución era una forma de violencia de género. A nadie se le escapa que las víctimas de prostitución y tráfico de personas son mujeres y que los mal llamados ‘clientes’ son hombres". En la categoría de violencia de género, que sobre todo se refiere a las relaciones afectivas, ya cabe cualquier cosa. ¿Es que las víctimas de la violencia tienen más derechos por ser mujeres? Parece que la igualdad ante la ley está muy pasada de moda.
No para: "Por tanto, el rechazo social de esta práctica debe ir paralelo a nuestra condena de la violencia de género en el ámbito doméstico. Para concluir, también teníamos razón cuando lanzamos el mensaje de que el cliente era cómplice y tenía una responsabilidad en la explotación sexual de cientos de miles de mujeres". Tenemos que mezclarlo y rechazarlo todo en bloque, sin hacer distinciones que sobrecarguen la inteligencia: la violencia en la pareja, la violencia de la explotación sexual y la prostitución consentida. Las cruzadas morales son así.