El lío de estos tres años se ha debido a que los parlamentarios no acordaron por mayoría aplicar lo que el pueblo había aprobado por mayoría.
La tierra de Milton y de Locke, de Hume y de Smith, la tierra donde murieron Burke y Popper, necesita lecciones de democracia liberal, y los demás europeos se las impartiremos.
Les enseñaremos que cuando el pueblo no vota en un referéndum lo que quieren los políticos, los burócratas, los intelectuales, los periodistas y demás grupos de presión, lo último que hay que hacer es obedecer el mandato de las urnas. ¿A quién se le ocurre? El voto de la gente solo vale si vota lo que les ordenan quienes mandan, que para eso han estudiado y son claramente más listos que los pobres ciudadanos de a pie.
Si a los votantes, por casualidad, o vaya usted a saber por qué, se les ocurre pensar por su cuenta y, por ejemplo, votar algo diferente de lo que los dirigentes han decidido que es lo mejor para el pueblo, el camino a seguir es no hacerles caso.
Aquí, en el Continente, a los políticos y los burócratas se les ocurrió la genial idea de redactar una Constitución. Muchos la tacharon de liberal, cuando no lo era. Sea como fuere, varios países, empezando por Francia, la rechazaron en referéndum. ¿Se acabó la historia? Claro que no. Lo que aquí hicieron las autoridades fue dejar de preguntarle cosas a la gente, impedir que votara, y obligarla vía el Tratado de Lisboa a aceptar prácticamente la misma Constitución que millones de europeos habían rechazado.
Son demócratas pero no ciegos al progreso, y hay que tener cuidado, porque igual algún día, qué sé yo, a la gente se le ocurre que no quiere pagar tantos impuestos, ni soportar tantas regulaciones de las burocracias nacionales e internacionales. Y hasta ahí podríamos llegar.
El lío de estos tres años en Gran Bretaña se ha debido a que los parlamentarios no acordaron por mayoría aplicar lo que el pueblo había aprobado por mayoría.
El caso es notable: pretendemos darles lecciones a los británicos cuando sus autoridades no han hecho más que intentar copiar lo que hicieron los políticos del resto de Europa cuando los ciudadanos les dieron la espalda. Y el drama ahora es que parece que en el Reino Unido puede que no les salga bien la jugada, y finalmente se cumpla la voluntad popular.