Un grupo de funcionarios de Naciones Unidas han coordinado la producción de un papel que nos advierte del anhelado y temido deseo del fin del mundo, que profetas de toda laya llevan milenios anunciando. La escatología es un arma poderosa y las sectas se han valido de ella para aterrar a sus seguidores y exigir adhesiones inquebrantables y renuncias a todo lo terrenal. El mundo nunca ha acudido a la cita con su fin miles de veces invocada por iluminados de todo tipo, pero ello no ha impedido a muchos otros erigirse en el verdadero profeta. Últimamente, de forma paralela a quienes solo contaban con la pretendida comunicación con Dios, otros agoreros del fin del mundo reclaman tener el respaldo de la Ciencia para sus armagedón. Por suerte, la relación de ésta con la ciencia es a menudo tan lejana y mística como la que mantienen con Dios, aunque la función de invocar ante el público a una u Otro sea en estos casos la misma: infundir el miedo no quiero pensar con qué objetivos.
El informe, de título milenarista, tiene luces y sombras. Lo peor es el planteamiento. Alude al fantasmagórico concepto de “capital natural”, a medio camino entre una mala teoría económica y los efluvios de la new age. El capital es un concepto inseparable de los planes y la interacción humanas. Referirse a recursos que aún no han sido incorporados a la corriente productiva como capital sólo sirve para revestir de ciencia lo que no son más que prejuicios y pretensiones sin base. Sólo sirve para el ecologismo. Con ese extraño concepto se llenan titulares como “Estamos consumiendo dos tercios de los recursos del mundo”.
Esta pretensión sólo tendría alguna relación con la verdad si los recursos fueran algo estático. Si, por ejemplo, una tonelada de carbón sirviera para mover otra tonelada de peso durante un kilómetro desde el comienzo de los tiempos y hasta el fin anunciado por los ecologistas. Pero el desarrollo tecnológico y de organización propios de las economías capitalistas permiten un aumento de los servicios que podemos obtener de cada recurso. Es decir, permiten un aumento de la productividad, que en el caso citado llevaría a la tonelada de carbón llevar la carga también de una tonelada a 100 ó 1.000 kilómetros de distancia gracias al desarrollo. A ello hay que sumar que podemos encontrar sustitutos para un recurso si éste empieza a escasear. De hecho históricamente sustituimos la leña por el carbón, éste por el petróleo, y cada vez encontramos nuevas fuentes de energía, como el gas natural o la energía nuclear, la del futuro. También hemos aprendido a aprovechar la que nos ofrece el sol, o las mareas.
Todo lo cual no quiere decir que no haya problemas medioambientales, o que el informe no haga bien en señalarlos, o llamar la atención sobre ellos. Pero al menos tan importante como conocerlo es saber de dónde proceden y qué podemos hacer por ellos. No basta con señalar un problema, achacárselo sin más a la presencia humana y no mirar bajo qué entramado institucional se desenvuelve. La mayoría de los problemas que señala provienen por lo que se conoce como la tragedia de los bienes comunales. Cuando no hay derechos de propiedad que unan las consecuencias de las propias acciones con quien las hace, cuando los bienes son comunales, se produce un efecto perverso. Quien explota un bien común recibe todo el beneficio de hacerlo. Pero las consecuencias de una explotación excesiva se reparte con todos los demás, por lo que el comportamiento racional, en ausencia de propiedad privada, lleva a la sobreexplotación. Es lo que ocurre con los recursos marinos, como recuerda el informe de la ONU. Eso no ocurre donde reina la propiedad privada, porque el dueño, junto con los beneficios de la explotación, es responsable de los costes de un uso excesivo. De este modo lo que le conviene es un buen uso del recurso, e incluso aumentar su valor con el paso del tiempo.
Para hacernos una idea de cómo desarrollo y medio ambiente no sólo no están reñidos sino que van de la mano, pongamos de manifiesto que si bien el informe señala que la superficie mundial cultivada ha aumentado en los últimos años, en los países desarrollados se ha reducido. En consecuencia, en estos países, el área cubierta por árboles no sólo no se ha reducido sino que ha crecido de forma clara. En Canadá en un 28% sólo de 1976 a 1988. En Europa occidental un 143% desde 1950 a 1991. La superficie cubierta por bosque en los Estados Unidos ha aumentado un 23% de 1920 a 1994.
De este modo, si pasamos de los grandes titulares falsos a un análisis más cercanos, se ve que no es negativa cualquier actuación del hombre en la tierra. Es más, donde se respetan los derechos de propiedad los efectos más negativos se evitan y hay un buen uso de los recursos.