El economista Ludwig Lachmann explica en su Capital and its Structure que el capital, esta estructura cambiante y dinámica que sostiene las sociedades libres, es ante todo heterogéneo y complementario. Heterogéneo como son nuestras actividades y los medios de que nos valemos para realizarlas.
Pero es también complementario, es decir, que cada bien de capital, cada pieza en esa estructura, necesita al menos de otra, y generalmente de muchas más, para poder hacer contribuciones. Necesitamos un ordenador para trabajar, pero también la energía eléctrica para que funcione, los programas necesarios, una formación adecuada… Hay una necesaria relación complementaria, casi solidaria, entre las distintas partes de la estructura productiva. ¿Qué pasa si un atentado de suficiente envergadura o una guerra da al traste con una pieza del engranaje?
El capitalismo es débil, concluía Lachmann; y es cierto. Si se paraliza el Metro de Madrid se forma un caos de enormes proporciones. Si estalla una guerra entre dos grandes productores de petróleo y se reduce drásticamente la oferta, se paralizan infinidad de proyectos y parte de los bienes que tenemos para producir dejan de ser útiles. Si un atentado logra paralizar Barajas durante un día, las consecuencias se extienden en cadena por toda España y otras partes del mundo.
Afortunadamente, esto de vivir en sociedades más o menos libres no sólo tiene desventajas. Esa libertad nos permite adaptarnos con cierta celeridad. También esto depende del tiempo que cueste reponer la pieza dañada, no es lo mismo una presa que un camión o éste que el horno de una panadería.
En cualquier caso, los grupos que se oponen con más violencia de la habitual a las sociedades libres son muy conscientes de esta debilidad, y seguirán explotándola. Pero no lograrán hacernos cambiar nuestra forma de vivir.