Michelle Bachelet se ha revelado como la versión chilensis de Mr. Gardiner, el personaje de la novela de Jerzy Kosinski (Desde el jardín), que encarnó Peter Sellers en el cine (Bienvenido Mr. Chance). Sí. Porque con una impavidez similar y haciéndose pasar como la mujer que no tiene ideas propias, arroja a la cara de sus oyentes lugares comunes, generalidades banales e invocaciones a la buena voluntad que, según parece, en los aletargados cerebros de sus oyentes toman la forma de verdades reveladas, fórmulas mágicas por su simplicidad e ingenuidad, capaces de resolver cualquier problema.
De Mr. Gardiner todo lo que se podía esperar eran sus genuinos conocimientos de jardinería y él era honesto. Bachelet es una simulación, se hace pasar como la mujer que solo expresa lo que otros quieren, que es simplemente la voz del pueblo y así juega conscientemente con la gente haciéndola creer que ella es pura empatía.
De esa forma su engaño se convierte en habilitante: ella está allí para que, sobre su aparente vacío, todos puedan proyectar lo que quieran. Y les dice a los cándidos que no tiene programa, para que lo llenen a su gusto con todos sus deseos y toda su esperanza. Así, la lógica y el sentido común son invertidos por la calidez de su cercanía, por la magia de los abrazos y las sonrisas que reparte por doquier. En suma, es la populista perfecta. Aquella que lleva el truco de "yo no soy yo sino el pueblo" a la perfección. Todos escuchan en sus palabras lo que quieren oír, como ecos de su propia voz. Y Televisión Nacional de Chile se hace eco de cada movimiento que hace Ella, la Salvadora por sobre los partidos, por sobre la desconcertada Concertación, por sobre todos.
En el curioso personaje de Kosinski del jardinero convertido en estadista, desde expertos hasta presidentes, ministros, diputados y periodistas aguardan expectantes las palabras y la bendición de Mr. Gardiner. Están pendientes de la más mínima de sus muecas y cuándo dice banalidades, por ejemplo, que después del otoño viene el invierno, todos se lanzan a interpretar esa sabiduría recóndita. Pero no es un truco y por ello Mr. Gardiner perdura gracias a su autenticidad.
La Mr. Gardiner chilena sabe, por el contrario, que está embaucando a su público y puede terminar haciéndole mucho daño a todos. De su boca comienzan ya a emanar promesas populistas, "lo que la gente quiere oír". Por ejemplo, prometió acabar con el lucro en educación y más de alguno se preguntará ¿por qué no fiscalizó las universidades que se lucraban cuando gobernó el país?
¿Qué dirá mañana? ¿Cuándo aceptará preguntas de los periodistas o tratará, como su colega trasandina, de hacerse inalcanzable a toda pregunta, a todo cuestionamiento? No lo sabemos, pero del Mr. Gardiner chileno podemos esperar una lluvia de promesas, como lo hizo su colega español, el socialista Rodríguez Zapatero que dejó a España embargada, endeudada y desacreditada. Ojalá que Chile no pase por ello y que Michelle Gardiner nunca más abandone su jardín.