Aquí se acaban las diferencias. En todo lo demás, incluyendo el paisaje y el paisanaje, son tan parecidas como dos gotas de agua.
Los griegos llevan varios años cocinando las estadísticas oficiales. Nosotros estamos en ello, empezando por las del paro, cuyos números sólo se creen Corbacho y la Salgado, esa calamidad que Zapatero puso de testaferro para poder gestionar personalmente el desastre. Está por ver si, llegado el momento, quiere seguir gobernando el barco cuando se encuentre debajo del agua como ya está haciendo su colega Papandreu.
Grecia no dispone de capacidad de recuperación porque no produce nada que otros países deseen y porque su Gobierno ha endeudado a todos, incluso a los que todavía no han nacido. España tampoco hace nada que sea deseable fuera, a excepción del sector turístico que es moderno, competitivo y multinacional. Pero del turismo no comen los 46 millones de españolitos.
Nuestra industria principal sigue siendo, dos años después del crack, la de la carretilla de cemento, el andamio y el alondra que apura el sol y sombra en el bar de enfrente antes de ponerse al tajo. Esos han sido los artífices del espejismo español de esta década y nadie, empezando por el propio Gobierno, quiere jubilarlos. Por eso los han puesto a adoquinar aceras y a hormigonar pistas para que unos inexistentes niños monten en patinete.
En cuanto al endeude, es cuestión de tiempo que Zapatero (vía Salgado) nos hunda en la sima del impago. S&P ya no se fía; creen estos remilgados señores de Wall Street que, en un par de años, la deuda española alcanzará ya el 80% del PIB, mucho más de lo que la Unión Europea está dispuesta a tolerar. Luego Dios dirá. O nos echan, o nos vamos, o se van ellos; pero lo que no puede soportar el euro es un país tan grande como éste haciendo el indio a su costa.
Grecia, como España, está paralizada ante la adversidad, resacosas ambas de socialismo quejumbroso e irresponsable. Las algaradas violentas y los coches calcinados de Atenas o Tesalónica no tardarán en verse por Madrid o Barcelona en cuanto se acabe el maná del dinero que el Gobierno pide prestado para arrojar después por la alcantarilla de la dilapidación pública.
La izquierda radical, que se crece con la miseria, espera esa oportunidad para sacar de paseo a sus camisas negras. Zapatero, entretanto, emulando a Papandreu, prefiere quedarse sentado viendo el incendio, esperando a que lleguen los bomberos y arreglen el desaguisado para luego ellos presentarse como los artífices del milagro. No sería la primera vez en la historia que esto sucede. A Roosevelt le salió a pedir de boca, ¿por qué no habría de sucederle lo mismo a Zapandreu?
Fernando Díaz Villanueva es periodista.