Para los políticos, el recorte de la autonomía individual a cargo del Estado está bien, porque el Estado no puede abusar.
La Instrucción 3/2016 del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, sobre intensificación del control en materia de tiempo de trabajo y de horas extraordinarias, empieza así:
De entre los elementos configuradores del Derecho del Trabajo, las reglas sobre limitación de la jornada laboral se alzan, quizá, como las más trascendentes para evitar el abuso a que conducía el libre juego de la autonomía individual en la fijación de las condiciones de trabajo. Estas reglas se aglutinan, como se sabe, en torno al establecimiento legal de una jornada máxima de trabajo, que cristalizó en los ordenamientos europeos con el logro histórico de la jornada diaria de ocho horas. Este significado avance quedó finalmente consolidado por la indisponibilidad para el trabajador de estas reglas sobre jornada máxima, y de manera especial por la existencia de órganos públicos de control y vigilancia de las mismas, como es la Inspección de Trabajo.
En primer lugar, se demoniza la libertad y se diviniza la coacción. La «autonomía individual» es mala, es sinónimo de «abuso», con una extensión implícita pero incuestionable: el recorte de dicha autonomía a cargo del Estado está bien, porque el Estado no puede abusar.
En segundo lugar, se demuestra el aserto precedente alegando que la fijación por ley de la jornada diaria de ocho horas fue «un logro histórico», con, otra vez, la extensión tan implícita como diáfana de que sin dicha coacción las jornadas laborales jamás habrían disminuido. La bondad de la coacción es a menudo justificada sosteniendo que protege la salud del trabajador, e incluso que, al limitar el tiempo de trabajo, promueve un empleo mayor.
En tercer lugar, la coacción se aplaude a sí misma. El hecho de que los trabajadores no puedan decidir sobre su jornada (esto es, la «indisponibilidad») se considera la consolidación de un «avance». Y, lógicamente, la consolidación del «avance» es… el propio Estado que impone la coacción.
Nada de esto deja de estar abierto a cuestionamientos y refutaciones. Pero como planteamiento justificador del recorte de la libertad de los trabajadores, y como síntesis de las consignas que lo avalan, está bastante bien, creo yo.