No se puede activar un protocolo y desactivarlo en función de que la aguja del medidor marque por encima de un valor o por debajo.
A dos días de acabar el año, Manuela Carmena, la polémica alcaldesa de Madrid vuelve a hacer una de las suyas. Esta vez, a cuenta de la contaminación, activa la alerta 3 que establece que solamente los coches con matrícula impar circularán por «la almendra central», es decir, dentro de la M-30, o calle 30.
Antes de eso, restringió la velocidad de circulación en dicha vía y prohibió aparcar en Madrid a no residentes, estábamos en alerta 2. Más de una semana antes, la alcaldesa desplegaba una operación de tráfico con ocasión de las vacaciones de Navidad y restringía el tráfico de la Gran Vía de Madrid, primero a un carril por dirección y después, ante las protestas y atascos, a dos carriles por dirección.
El problema existe: hay contaminación en Madrid que aumenta cuando no llueve ni hace viento. Y en la capital ese es el clima invernal normal: frío, seco y sin viento. Si bien es verdad que los niveles de Madrid no son tan altos como los de otras capitales europeas, tal vez es plausible pretender que la nuestra sea la menos contaminada. Incluso es posible que si se hiciera un referéndum la mayoría de la población eligiera sacrificarse a cambio de menos contaminación. También es cierto que las medidas que ha emprendido Carmena fueron diseñadas por Ana Botella y que nunca se activaron porque los medidores estaban en las afueras y no en el medio de la ciudad. Entonces, ¿dónde está el problema? En la alarma y la improvisación.
Resulta que los niveles son tan elevados que no se puede dar ni una tregua en una época tan complicada para el centro de Madrid. Resulta que el día 29 de diciembre, con miles de madrileños circulando para entrar y salir del trabajo, con otros tantos visitantes que vienen a pasar el Fin de Año, con el trasiego normal de las fechas en que estamos, solamente los vehículos de matrículas impares pueden circular por la ciudad. De manera que si usted pensaba salir de viaje solo podrá hacerlo si su matrícula se lo permite. Y lo mismo aplica si su hijo no es residente y va a ir a buscarle porque usted está impedido o cualquier circunstancia.
¿No se sabían estas medidas? Dos días antes se mandó un whatsapp a quienes están suscritos al servicio de alertas del Ayuntamiento, que ni por asomo representan a los madrileños. La adopción del protocolo era una posibilidad. Dependía del clima. Pero no se puede dejar un problema tan complicado como el tráfico de Madrid en manos de un factor como el clima. Y si lo hacen, que tengan en cuenta los escenarios más probables.
En base a las previsiones a diez días vista (que se encuentran hasta en internet) se debería haber hecho una campaña de información y tranquilización de la población. ¿Y qué ha pasado cuando se ha despertado la alarma social? Que Carmena ha desactivado el dispositivo de alerta 3 y el día 30 de diciembre se podía circular por Madrid.
Y aquí viene la segunda queja: la improvisación. La contaminación es un problema serio. No es un fenómeno que aflora de repente y se va de un día para otro. No se puede activar un protocolo y desactivarlo en función de que la aguja del medidor marque por encima de un valor o por debajo. Si el Ayuntamiento quiere que la población se conciencie, se mentalice y cambie sus costumbres para que disminuya la contaminación, no es una buena idea presentarlo envuelto en la niebla de la alarma social, y guiados por criterios que cambian de un día para otro.
Aproveche su posición, señora alcaldesa, hable con los agentes sociales involucrados (transporte público, taxistas, empresas como Cabify o Uber, asociaciones de consumidores y comerciantes de los distritos afectados), hágase cómplice de los ciudadanos y organice un conjunto de medidas que se adopten paulatinamente, explique desde septiembre las medidas extraordinarias que se van a adoptar en épocas como Navidad.
No suponga que la lluvia es lo normal y las medidas se adoptarán «si no llueve o hace viento», considere la lluvia y el viento la excepción, de manera que las cosas, en caso de sorpresa, solo puedan mejorar. Hay una razón económica que explica esta actitud: estamos a fin de mes y hay que hacer caja. La ciudad está plagada de agentes poniendo multas a los incautos que no se han enterado. La sorpresa aumenta la recaudación. Este aspecto resta credibilidad a las buenas intenciones ecológicas del consistorio. Lo mejor de todo es que mientras los madrileños estábamos pendientes de la humareda, el Ayuntamiento decretaba un aumento de la fiscalidad del 13%. Buena jugada, Carmena y compañía (no olvidemos la inestimable ayuda que los socialistas madrileños han prestado a Podemos en Madrid).
La situación de Madrid no es exclusiva, al revés, tanto la improvisación como la alarma social y las extrañas alianzas son características que han estado presentes en este 2016 que se va. Y siempre con consecuencias económicas imprevisibles. Aún no sabemos las consecuencias que va a tener a nivel mundial la subida al trono del emperador Donald Trump, lamentablemente apoyado por algunos libertarios. Y menos ahora que parece que Barack Obama ha decidido morir matando. Aún no sabemos qué consecuencias económicas va a tener la salida del Reino Unido de la Unión Europea, un asunto en el que hemos visto unirse a extremistas de ambos polos.
Los ciudadanos en el 2016 eligieron Trump, Brexit y Rajoy. En el 2017 todos disfrutaremos o padeceremos las consecuencias.