España no es un país poblado por liberales. Al igual que en el resto de Europa, la mayoría de la población se ubica cómodamente en el consenso socialdemócrata: el auténtico pensamiento único, el que de verdad marca el terreno de juego político, es el Estado de Bienestar paternalista e hiperregulador. Por consiguiente, cualquier partido político que presentara un programa apreciablemente liberal estaría condenado a ser minoritario: acaso se trate de una tarea necesaria para el largo plazo, pero a buen seguro también ingrata en el corto.
Ciudadanos ha presentado esta misma semana los fundamentos de su próximo programa económico. Siendo Podemos la alternativa política socialista al establishment, muchos esperaban ver en Ciudadanos la alternativa política liberal al establishment. Error de base: en la actualidad, o eres alternativa política o eres liberal. Las dos cosas, por desgracia, no pueden ser a la vez.
El programa económico de una socialdemocracia moderna
Luis Garicano y Manuel Conthe expusieron el pasado martes las líneas maestras de sus propuestas económicas, organizadas en torno a seis ejes: la lucha contra el paro y el endeudamiento familiar, la promoción de la inversión y la innovación empresarial, el nuevo sistema fiscal, la reforma de la educación, la lucha contra la corrupción y la limitación del clientelismo corporativista. Todos ellos problemas que cualquier liberal reconoce como tales y para los que promueve cambios profundos: liberalizar el mercado de trabajo, permitir la libre entrada y ejercicio de la función empresarial, bajar impuestos y gasto público, aceptar la libertad de elección en educación, minimizar el poder discrecional en manos de políticos y burócratas, y suprimir subvenciones y privilegios regulatorios.
Si bien esta semana Ciudadanos únicamente presentó sus propuestas con respecto al primero de esos ejes —la lucha contra el paro y el endeudamiento familiar—, la base de sus reformas se limitan a pulir de incentivos perversos el marco estatista actualmente existente: contrato único con indemnización creciente para no desincentivar el trabajo indefinido, mochila austriaca para no sobreconcentrar los despidos en los recién llegados, créditos fiscales para complementar las rentas salariales de los trabajadores con bajos sueldos, bonificaciones empresariales en las cotizaciones a la Seguridad Social para premiar la estabilidad de las plantillas, cheques formativos para que el parado escoja dónde recibir formación y en qué materias obtenerla y una ley de segunda oportunidad que facilite la renegociación de sus pasivos a los deudores de buena fe.
Todas ellas medidas razonables dentro del marco político socialdemócrata pero alejadas de las que propondrían los liberales: contrato laboral libre, libertad de pacto de la indemnización por despido, reducciones de impuestos y de cotizaciones a la Seguridad Social (especialmente las referidas al desempleo y a la formación) y libertad contractual para determinar la extensión de la responsabilidad personal en el repago de las deudas. El contraste es más que evidente, no sólo por el alcance, sino por el enfoque: no se trata de que Ciudadanos se quede a medio camino por cuanto contemporice con un electorado insuficientemente liberal, sino que toma una dirección distinta de aquella recomendada por el liberalismo; es decir, no más libertad y autonomía personal (salvo acaso en el cheque formativo), sino más diseño paternalistamente centralizado de los arreglos contractuales buscando minimizar las ineficiencias y los incentivos perversos generados por la regulación estatal.
Más que en la radicalidad de las medidas hay que fijarse en la ideología subyacente a las mismas: el liberalismo promueve la libertad y la responsabilidad individual; la socialdemocracia, el intervencionismo estatal so pretexto de proteger al individuo y a la sociedad de sí mismos. ¿A qué marco ideológico se adscriben las medidas propugnadas por Ciudadanos? Diría que resulta obvio.
Contra cleptocracias y populismos
Que Ciudadanos no haya optado por un programa liberal no es sorprendente: si aspira a tener opciones de gobierno, no puede hacerlo. Y, a la vista del panorama política circundante, necesitamos partidos políticos con voluntad de gobierno que muestren ideas no suicidas y que actúen como freno frente al exbipartidismo cleptocrático y al neopartidismo populista. Ciudadanos tal vez pueda jugar ese papel y, si así fuera, constituiría una buena noticia para los liberales en el corto plazo: no porque su programa (al menos el conocido hasta la fecha) despierte entusiasmos proliberales, sino porque al menos supone una amenaza —y una alternativa— a la degeneración antiliberal promovida por la casta y por la neocasta.
Lo prioritario ahora mismo es parar los golpes que unos no nos han dejado de propinar durante más de 35 años y otros aspiran a pasar a hacerlo con igual contumacia. Por desgracia, con una de las ciudadanías más antiliberales de Europa, el liberalismo no es ahora mismo una alternativa de gobierno verosímil para España: probablemente podamos darnos con un canto en los dientes si de momento evitamos mayores recortes a nuestras libertades.
El imprescindible papel reivindicativo del liberalismo
¿Mas acaso lo anterior no implicaría caer en la trampa de un pragmatismo político que enterraría cualquier cambio institucional de fondo en el largo plazo? ¿Acaso apostar por el mal menor y no por el bien mayor no nos condena a atascarnos en el statu quo y a renunciar a los ideales liberales? No: justamente porque el liberalismo tiene una identidad propia que merece ser reivindicada como un proyecto ideológico y político independiente, hay que ser meridianamente claros —y críticos— a la hora de reivindicar las reformas liberales frente a las no liberales. Ahora bien, lo anterior no debería cegarnos a la hora de analizar la realidad tal cual es, reconociendo cuáles de los distintos escenarios futuros posibles son peores, malos y menos malos. El idealismo coloca la mirada en el horizonte y uno no puede distinguir los obstáculos de su alrededor manteniendo los ojos fijos en el horizonte.
Que el liberalismo no sea probable en la actualidad no debería llevarnos ni al desánimo ni al sectarismo: ni a tirar la toalla para abrazar los principios aliberales de aquellas formaciones con opciones de gobierno, ni a obcecarnos con que todas las alternativas aliberales son igual de nefastas. El contexto nos impone su agenda: y, precisamente, la misión de los liberales debe ser la de intentar cambiar el contexto para que otros no nos impongan su agenda. Pero esa crucial batalla de las ideas no debería llevarnos a ser absolutamente indiferentes con el resultado de las refriegas políticas que nos rodean siempre que, en particular, existas opciones aliberales menos negativas que otras.