Resulta difícil destacar alguno, pero acaso, por la permanente vigencia de su legado, cabría destacar a Jean Baptiste Colbert, administrador de la hacienda de Luis XIV. Desde su privilegiada posición puso en marcha como ningún otro el programa mercantilista hasta sus últimas consecuencias, con una decisión y un convencimiento dignos de mejor causa.
Colbert no conocía límite. Al proteccionismo sin consideración más la creación de empresas públicas o la promoción de gremios, se suma un afán desbocado por regularlo todo, que le llevó del control de la economía al control de la sociedad.
El profesor Cabrillo ha llamado al capítulo dedicado a nuestro hombre Colbert, ministro de cultura. No puede ser más a propósito, porque uno de los afanes de este hombre era el control de las artes y las letras. Para alguien que había ordenado incluso el número de hilos que puede tener un paño, claro está que no quería que ninguna representación del teatro o de música se escapara a sus designios.
Colbert hubiera podido quedar para las curiosidades y extravagancias de la historia, si no fuera porque su legado se mantiene gracias al eviterno deseo de nuestros políticos de controlar la sociedad. Como dice el profesor: "esa mezcla de regulación y subvenciones que hoy atenaza la vida cultural de no pocos países encontró en el ministro francés un valedor decidido".
Pero Colbert no sólo se adelantó a futuros ministros de Cultura, sino a los de Industria y, con ejemplos como el de Elena Salgado en España, incluso a los de Sanidad. Aunque aquello de cercenar el comercio de vino en un país productor y consumidor como es España es posible que le hubiera sorprendido incuso al propio Jean Baptiste Colbert. Para que luego digan que todo lo que no es tradición es plagio.