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Copiar no es robar

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Su defensa simplista de la propiedad intelectual es meramente intuitiva y no tiene en cuenta una distinción básica en este debate: los bienes tangibles son de uso excluyente (si me quitan el coche quedo excluido de conducirlo), mientras que los bienes intangibles como la música, las invenciones o las ideas en general, no son de uso excluyente. La botella de Coca Cola que cita Sostres es un buen ejemplo: si yo te doy mi botella ya no puedo bebérmela, pero si te dejo copiar una canción puedo seguir escuchándola.

Vayamos primero a la teoría. La función del derecho de propiedad es evitar el conflicto en torno al uso de un recurso. De acuerdo con el principio de apropiación liberal, el derecho a decidir qué hacer con el recurso corresponde en exclusividad al individuo que tenga una reclamación más justa sobre él, que es aquel que le da utilidad antes que nadie lo haya hecho (o lo recibe de un tercero).

La propiedad intelectual no es coherente con este planteamiento. Imaginemos que Juan ocupa una parcela yerma de tierra y la cultiva, deviniendo propietario de ésta. Un individuo en la otra punta del país, Pedro, que jamás ha puesto los pies en esa parcela, concibe un nuevo sistema de regado. La lógica implícita en la propiedad intelectual sugiere que Pedro, en virtud de su invención, tiene derecho a impedir que Juan aplique esta técnica de cultivo en su parcela de tierra, o a cobrarle royalties cada vez que lo haga. Pero, ¿acaso no está Pedro violentando el derecho de propiedad de Juan, al impedirle que haga lo que quiera con la parcela que ocupó en primer lugar? ¿Por qué no puede Juan copiar esa técnica y aplicarla en su parcela?

Dependiendo del contexto copiar puede ser poco elegante o deshonroso. Nos molesta que se aprovechen de nosotros y es lógico que intentemos evitarlo. Pero hay numerosas formas legales de aprovecharse de la gente, desde el adulterio a la falsa promesa pasando por el chantaje emocional o el despotismo hacia un subordinado. Las leyes están para reprimir crímenes, no para imponer buenos modales y blindarnos contra nuestra inocencia.

Con todo, el acto de "copiar" no merece tan mala reputación. Forma parte de la vida, copiamos comportamientos y tomamos ideas de los demás continuamente, y en la mayoría de casos ni sentimos remordimientos ni el que concibió la idea se siente traicionado. El progreso humano está basado en la copia, en la emulación de ideas que han materializado otras personas en el pasado, en la mejora competitiva de las creaciones ajenas, en la incorporación y combinación de diversas ideas con sólo una pequeña aportación original propia.

Sostres aborrece a los holgazanes que parasitan la sociedad y no tengo nada en contra de esta postura. Pero si hoy estuviéramos pagando royalties a los herederos del inventor del supermercado, de la bombilla o del teléfono, ¿saldría Sostres en su defensa, o los criticaría por beneficiarse de privilegios legales a costa de otros potenciales competidores y el resto de la sociedad? ¿Cree Sostres que la legislación debe modificarse para que los modistos puedan proteger sus diseños, los arquitectos sus estructuras, los matemáticos sus fórmulas, o los coreógrafos nuevos movimientos de danza?

A lo largo de los últimos dos siglos en Estados Unidos los límites temporales del copyright se han dilatado con el evidente propósito de prolongar monopolios legales muy rentables para determinadas empresas (de 14 años se ha pasado a toda la vida del autor más 70 años). La legislación de patentes está tan alejada de su propósito oficial que hay compañías trolls que simplemente se dedican a patentar "invenciones" y a cobrar royalties sin producir nada, o lo que es lo mismo, a lucrarse extorsionando a las empresas que sí producen en base a esas ideas.

Nadie tiene un "derecho a la cultura" y es perfectamente legítimo que los artistas busquen mecanismos de exclusión que dificulten la copia. A lo que no tienen derecho es a llamar a papá Estado para proteger sus intereses a costa de la libertad de los consumidores, aplicando impuestos sobre la venta de CDs o persiguiendo a usuarios que descargan canciones que otros ponen a su disposición en la red. Sin olvidar que si tuviéramos que pagar por todo lo que "copiamos" rutinariamente porque nos gusta seríamos pobres al final del día.

Albert Esplugas Boter es miembro del Instituto Juan de Mariana, autor del libro La comunicación en una sociedad libre y escribe regularmente en su blog.

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