La posición avanzada de Europa derivó de la existencia simultánea de un poder político dividido.
Muchos atacan el cristianismo y en particular el catolicismo en nombre del progreso. Podrían pensarlo mejor.
Es indudable que la Europa occidental del siglo XVIII registró una mejoría en las condiciones de vida de mucha gente con una velocidad, profundidad y extensión inéditas. La aparición de la Ilustración, y su componente racionalista anti-religioso, promovió la fantasía, que perdura hasta hoy, según la cual el progreso se debió a la razón humana, y en especial a su liberación de las ataduras religiosas.
Esta explicación es sumamente deficiente, empezando porque no toda la Ilustración fue hiper-racionalista y hostil a la religión, y siguiendo porque los ilustrados generaron un movimiento que iba a arrasar con vidas y libertades en medio planeta, un movimiento reaccionario y contrario a la Iglesia: el socialismo.
Pero detengámonos hoy en el argumento que correlaciona positivamente progreso y razón, y correlaciona, pero en sentido negativo, progreso y religión.
Esta última noción está tan firmemente enraizada que el grueso de la opinión pública identifica Edad Media con atraso, y lo enlaza con el predominio de la Iglesia. En realidad, no solo la época medieval fue un tiempo de importantes adelantos, sino que la base del progreso ulterior se asentó en esa despreciada Edad Media católica.
Una característica política fundamental del medioevo fue la fragmentación, que impulsó la competencia y limitó el margen del autoritarismo. No se trató, ni de lejos, de un paraíso, como lo prueban las guerras. Sin embargo, como escribe el destacado historiador económico Joel Mokyr, “muchos estudiosos piensan que los beneficios de largo plazo de los Estados que competían fueron mayores que los costes, especialmente porque esa competencia múltiple animó la innovación científica y tecnológica”.
Y para la perspectiva de los supuestos méritos de la razón, el profesor Mokyr añade algo importante: este progreso no se debió a ninguna acción racional ni voluntaria: “El milagro económico de Europa fue el resultado de unos procesos institucionales contingentes. No fue diseñado ni planificado. Pero sucedió, y una vez que se puso en marcha, generó una dinámica auto-reforzante de progreso económico que hizo que el crecimiento impulsado por el conocimiento fuera a la vez posible y sostenible”.
Y en todo este proceso, ¿qué papel cumplió la Iglesia Católica? Pues un papel relevante en el mundo de las ideas, porque las ideas se desarrollan con la libertad, y esa libertad fue promovida en la Europa pre-moderna por dos caminos. Uno fue el ya mencionado de la fragmentación política. Y el otro fue la religión. Hubo sin duda conflictos, que llevarían al cisma protestante en el siglo XVI, pero la religión brindó a los europeos no solo un contrapoder frente a los gobernantes sino la continuación de una herencia clásica; y no solo un idioma académico común, sino también la unidad cultural en torno a la fe cristiana. Como dice Mokyr: “Mucho antes de que la palabra Europa fuera comúnmente empleada, su nombre era cristiandad”.
Así como el progreso descansa en los mercados libres para las personas y sus bienes, también se ve propiciado por la libertad en el mundo de las ideas. Y esto es algo que tuvo la Europa cristiana en un grado apreciablemente superior al de cualquier otra civilización, aunque fuera tan importante y antigua como la china o la musulmana.
La posición avanzada de Europa, por lo tanto, derivó de la existencia simultánea de un poder político dividido, cuyos méritos iban a resaltar los pensadores políticos liberales, y de un mercado relativamente libre y competitivo tanto en bienes como en ideas, cuyas ventajas subrayarían los economistas liberales. La Iglesia Católica tuvo mucho que ver con este contexto que propiciaría el progreso de Europa y del mundo.