Para expresarlos de modo sencillo, el informe divide las personas estudiadas en cinco grupos iguales en número (quintiles), ordenadas de menor a mayor renta. Bien, pues según ha observado el estudio, el 58 por ciento del quienes estaban en 1996 en el primer grupo, el de ingresos más bajos, habían pasado en 2005 a otro de mayores rentas. De media aumentaron la renta que generaban en un 90,3 por ciento. Sólo el 1 por ciento con mayores rentas ha caído en este tiempo.
Este resultado es compatible con el de otros informes, como uno que siguió la evolución de las rentas de un grupo de personas entre 1975 y 1991. Según éste, sólo uno de cada veinte personas que estaban en el quintil más bajo en 1975 seguían allí 16 años después. Cuatro de cada cinco habían dado el salto a los grupos intermedio, cuarto y quinto.
Estos datos dan que pensar. Resulta que las estadísticas que miden la desigualdad de rentas también miden la desigualdad de edades. Es decir, que en los ingresos más bajos están los más jóvenes y que la edad media va subiendo con la renta (o viceversa), hasta llegar al quintil con mayores ingresos, en la culminación de la carrera profesional, justo antes de jubilarte y disfrutar de la jubilación más todo el capital que haya logrado acumular en una vida de trabajo y ahorro.
La correspondencia entre ingresos y edad no es exacta, claro, pero sí alta. Nada que no podamos apreciar simplemente mirando en nuestro derredor. Pero no lo solemos tener en cuenta cuando vemos estadísticas de desigualdad de rentas. Resulta que lo que miden es cuánto puede progresar una persona en aquella sociedad. Quizá por ello son siempre mayores las desigualdades en Estados Unidos.