El chofer que ahora mismo se recupera de graves quemaduras, sufridas mientras dormía en la cabina de su camión en un polígono de la provincia de Alicante, encontrará sin duda un gran alivio espiritual al saber que fue el camión el que se incendió, él solito, y por tanto, sus heridas no son consecuencia del acto vandálico de un "piquete informativo" formado por compañeros de profesión. Pero tras el bálsamo proporcionado por los presentadores del telediario, vendrá la angustia de pensar si acaso no fue él mismo quien, en un rapto de locura transitoria, prendió fuego a la cabina, porque en ese caso se va a ver obligado a dar abundantes explicaciones a su empresa y a los investigadores del seguro.
Ocurre en este caso como en los libros de Historia de la LOGSE cuando relatan el incendio de iglesias y conventos ya en los albores de la Segunda República, paraíso de derechos y libertades, de tolerancia y progreso. "Ardió", es la explicación que suelen ofrecer al lector sus autores, como si todos los sacristanes de las iglesias madrileñas hubieran olvidado el mismo día apagar las velas del retablo de la patrona. "Ardió". Igual que el camión de este trabajador. Con él dentro.
Está mal quemar a una persona para lograr una subvención estatal para el gasóleo o una nueva coacción institucional hacia el resto de ciudadanos para premiar a un grupo organizado, pero peor aún es insultarle de esta manera mientras intenta recuperarse en una habitación de hospital. Cuatro camiones más, aparcados junto al del herido, "ardieron" también esa noche. Espontáneamente, por supuesto. Algún chispazo eléctrico de una bujía defectuosa que, asombrosamente, se produjo con el contacto apagado y el ocupante durmiendo en la cabina.
Los miembros de ese "piquete informativo" seguramente estarán durmiendo a pierna suelta con la satisfacción del deber cumplido. Sorprendente lo que el ser humano puede llegar a degenerar por trincar una subvención.