Pero de entre todos los cuadros, el más sugestivo es uno de Julio Vila Prados realizado a comienzos del siglo pasado, justo después de que esta provincia (que no colonia) española se independizara. En esta "Vista del malecón habanero", que recrea una estampa típica de la vida en La Habana durante esa época, uno percibe el aroma de un tiempo que no conoció pero es capaz de intuir, acaso por la tenue vibración que ciertas imágenes provocan en los herederos de una determinada tradición espiritual, aunque hayan transcurrido varias generaciones.
Lo relevante de esta pintura es la constatación de que el nivel de vida en Cuba, era en la época tan elevado como en la metrópoli, cuando no superior. En 1903, por el malecón pasean parejas elegantes mientras al fondo los veleros de recreo surcan la bahía. En la actualidad, el mismo malecón es el territorio de las jineteras (y jineteros), y en lugar de veleros hay barcos repletos de europeos en busca de carne fresca.
Un año antes de la revolución castrista, La Habana era una ciudad refinada, cosmopolita, bella y felizmente desigual. Hoy, tras cincuenta años de continuos "éxitos" revolucionarios, los cubanos han alcanzado la igualdad, a costa de vivir todos con el mismo grado de miseria. Lo dijo un dirigente del Partido Comunista Chino unos minutos antes de estirar la pata: "Para evitar que un millón de chinos condujeran mercedes, condenamos a mil millones a ir toda su vida en bicicleta". La igualdad forzosa es la mayor negación de la libertad. O libres o iguales. Esa es la única elección.