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Daniel Ortega aprendió a reprimir de las peores dictaduras del siglo XX

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Asesinar opositores sin juicio previo es una forma de evitar aprobar una ley que contemple la pena de muerte.

La represión en Nicaragua es mucho más que una aterradora cifra de muertos que no deja de crecer (Ver más: La represión de Daniel Ortega suma 309 asesinatos). Es un conjunto de prácticas criminales que retrotrae al pequeño país centroamericano a las más oscuras páginas de la historia de las dictaduras en América Latina y Europaen el siglo XX. La participación de paramilitares leales a Daniel Ortega, la existencia de desaparecidos y la instalación de centros de detención ilegales son propios de los peores regímenes autoritarios y totalitarios que impusieron el terror en numerosos puntos del Viejo y el Nuevo Continente.

La comparación de la represión de Ortega con la ejercida por Nicolás Maduro contra las protestas en Venezuela en 2017 es algo casi natural. Los suyos son regímenes hermanos, unidos en lo ideológico y aliados en la arena americana y mundial. El nicaragüense ha superado ya con creces las cifras de asesinatos de manifestantes por las fuerzas chavistas el año pasado. Pero no es, ni mucho menos el único espejo en el que se puede mirar el tirano nicaragüense.

Paramilitares en el fascismo y el comunismo

La participación de paramilitares armados en actos represivos junto con fuerzas policiales es una vieja costumbre de las dictaduras. En la Cuba castrista, un referente tanto de Ortega como de Maduro, es algo habitual desde hace décadas. Grupos de civiles leales al Partido Comunista llevan a cabo los llamados “actos de repudio” contra opositores bajo la atenta mirada de las fuerzas policiales. Esas prácticas van desde insultos hasta palizas de quienes osan disentir con el régimen creado por Fidel Castro y prolongado por Raúl Castro.

Lo mismo ocurrió en varios regímenes comunistas de Europa Central y Oriental (por no hablar del papel de los estudiantes comunistas en la sangrienta Revolución Cultural de Mao Tse-Tung en China). Pero no es algo exclusivo del totalitarismo de la hoz y el martillo. El fascismo europeo en sus distintas versiones y su primo hermano, el nazismo, también fueron muy dados a eso.

Al margen del protagonismo que tuvieron en la ejecución del Holocausto, las SA (Sturmabteilung) de Erenst Röhm (hasta su desaparición en la Noche de los Cuchillos Largos en 1934) y las Schutzstaffel (SS) de Heinrich Himmler agredían, llegando al asesinato, en la Alemania nacionalsocialista a todos aquellos a los que el régimen consideraba sus enemigos.

Un papel similar jugaron los paramilitares del Partido de la Cruz Flechada de Ferenc Szálasi en Hungría en los últimos meses de la II Guerra Mundial (tras derrocar a un Miklós Horthy que había tratado de firmar la paz con los aliados).

En Italia, los “camisas negras” de los Fasci Italiani di Combattimento disolvían con violencia las manifestaciones contrarias al gobierno de Benito Mussolini y ejercían otras labores represivas.

En América Latina también existe un historial de dictadores que recurrieron a grupos paramilitares para reprimir, y asesinar, a opositores. No sólo es el caso de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela. También lo hizo Alberto Fujimori en Perú. Y, antes que ellos, fueron tristemente célebres los “escuadrones de la muerte” que actuaron en El Salvador en los años 80 del siglo pasado y la Triple Apuesta en marcha por el gobierno de Juan Domingo Perón en la Argentina de los años 70. Estos últimos combatían ilegalmente a los terroristas del grupo Montoneros, también peronistas pero de extrema izquierda.

Centros ilegales de detención, una vieja práctica

La Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH) ha denunciado la existencia de centros de detención ilegales que operan al margen de la legislación. Están controlados por paramilitares orteguistas, según esta organización. También en esto es un calco de las peores dictaduras.

Adolf Hitler puso en manos de las SA y de las SS el control de los primeros campos de concentración, el germen de la terrible red de lagers en la que se asesinó a seis millones de judíos y otros muchos seres humanos, del régimen nazi. En la Guerra Civil española, milicianos de uno y otro bando (falangistas y carlistas en el franquista; socialistas, anarquistas y comunistas en el republicano) contaron con sus propios centros de detención y tortura en una gran cantidad de ciudades).

También existieron centros de detención ilegales (entendido como tales aquellos que operan al margen de la legislación teóricamente vigente) en las dictaduras del Cono Sur. Estos, eso sí, estaban controlados por las fuerzas policiales y militares oficiales. El caso más conocido es la Escuela Mecánica de la Armada en Buenos Aires en la época de la dictadura militar de finales de los 70 y principios de los 80. Aunque no estaba controlada por paramilitares, en ella no se aplicaban tampoco las leyes oficialmente vigentes.

En el museo de los horrores de Daniel Ortega no faltan tampoco los desaparecidos. De un día para otro, opositores son detenidos sin que sus familiares y amigos conozcan cuál es su destino ni tengan prueba de vida alguna. Esta práctica fue común entre las dictaduras militares suramericanas de los años 80. Las cifras en Nicaragua no llegan a las registradas, o sospechadas, en aquella época. Sin embargo, la práctica responde a la misma filosofía.

Cinismo unido con la crueldad

Todas estas prácticas no son gratuitas. La utilización de paramilitares, los centros ilegales de detención y los desaparecidos sirven a los tiranos para intentar aparentar que existe todavía un respeto a la ley o a los derechos humanos. Las dictaduras muchas vecen no refrendan como legislación sus normas más sangrientas.

Asesinar opositores sin juicio previo es una forma de evitar aprobar una ley que contemple la pena de muerte, por ejemplo. De esta manera, el cinismo confluye con la crueldad. Que actúen civiles leales al Gobierno en vez de las fuerzas policiales, o junto a ellas, busca el mismo fin.

Daniel Ortega ha dado sobradas pruebas de que ha aprendido de los más sangrientos y tiránicos maestros. Da igual que sean de extrema derecha o de ultraizquierda, se puede mirar en el espejo de los peores dictadores.

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