Zapatero va a necesitar mucha "justicia social" para enmascarar su gran plan: comprarle a los archimillonarios promotores todo el suelo que no tiene salida para socializar las pérdidas de quienes se han enriquecido estos últimos años con el negocio inmobiliario. Hace bien, me siguen pareciendo pocos los Cayenne que veo en la carretera.
Su gran plan "social" es una ley para la que, por vez primera, empieza a reconocer que no tiene dinero suficiente. El nombre, eso sí, no puede ser más a propósito: "Ley de Dependencia" se llama, porque esta será, en la medida en que se implante, su verdadera realidad: la dependencia de decenas de millares de familias del dinero que haya en la caja del Estado, que es el que sale de los bolsillos de todos. Por de pronto, el que hay no es suficiente para todas las promesas que ha hecho Zapatero con el dinero de los demás.
La dependencia es un arma en manos del Estado. Recordarán que el pte. González ganó unas elecciones diciéndoles a millones de pensionistas que Aznar les iba a robar las pensiones. La dependencia económica del Gobierno es también una dependencia personal y política. Por eso la mejor política social es la de crear ciudadanos que se valgan por si mismos, que puedan sostenerse con un patrimonio propio creado con años de ahorro y juiciosas inversiones. Una sociedad de propietarios es una sociedad de hombres y mujeres libres.
Una sociedad libre tiene hueco para los pobres. De hecho, es la única en la que tienen una oportunidad real generalizada de escapar a su situación. No ya porque una sociedad libre produzca riqueza para todos; no sólo porque las grandes fortunas se hacen produciendo bienes de consumo masivo, acercando a quienes menos tienen lo que antes era exclusivo de los más ricos. Es que, incluso para quienes no tienen absolutamente nada, una sociedad en libertad es la mejor opción.
Porque la caridad privada no crea dependencia; huye de ella. A lo largo de la historia, a medida que se ha ido acumulando experiencia en este terreno (y la hay desde hace hace cuatro mil años) se ha visto claro que, en la medida de lo posible, la caridad no es una cuestión de dinero, sino de comportamiento. Que lo importante es la persona y su capacidad para salir adelante por sí misma.
Nada que ver con la dependencia que busca el Gobierno de quienes necesitan ayuda.