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Desigualdad lacerante

Publicado en Libertad Digital

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Oxfam es un buen ejemplo de pensamiento único, porque combina un análisis superficial con una fuerte carga moralizante. Véase este párrafo de un reciente informe:

La fortuna de las 85 personas más ricas del mundo es equivalente a la de la mitad más pobre del planeta. La brecha entre ricos y pobres se ha disparado estos últimos años. Es una amenaza para reducir la pobreza pero también para construir sociedades más cohesionadas, democráticas y justas. Es hora de cambiar unas reglas del juego que ahora están diseñadas a favor de unos pocos. Es hora de que hablemos de desigualdad.

La principal deficiencia analítica es la sugerencia de que desigualdad y pobreza están relacionadas. No se trata sólo de que hay personas muy ricas sino que su riqueza es comparada con la de quienes no son acaudalados, como si ambos fenómenos estuviesen relacionados, cuando no tienen por qué guardar entre sí vinculación alguna, salvo que se demuestre realmente lo que este párrafo sugiere, es decir: que los ricos son tan ricos porque los pobres son tantos y tan pobres.

Dirá usted: qué disparate de planteamiento. Pero es lo que dice Oxfam para cualquiera que lea: se trata de una "brecha", que "amenaza" la reducción de la pobreza, y nada menos que la democracia y la justicia. Se trata de unas “reglas” pensadas para “unos pocos”. Nada de esto se sostiene, pero se repite sin cesar, igual que sin cesar las jeremiadas contra la desigualdad excluyen la enorme desigualdad que en el último siglo se ha abierto entre la riqueza del Estado y la de sus súbditos. 

No abundaré hoy en el informe de Oxfam, ya criticado por Juan Ramón Rallo en Voz Pópuli (puede verse también su análisis sobre el informe de Cáritas en Libertad Digital). Pero me interesa subrayar una de las fuerzas más importantes del pensamiento único: su impacto en el periodismo. La combinación de análisis insuficiente y ostentación moralizante puede tener efectos devastadores si los periodistas que lo recogen carecen de espíritu crítico y, como suele suceder con Oxfam, están dispuestos a aceptar como verdad revelada todas sus argumentaciones.

El modo en el que El Periódico se hizo eco de dicho informe es ilustrativo de esa actitud acrítica y ditirámbica. Con una llamada en portada que denuncia "España, fábrica de desigualdad", que ya nos invita a pensar en una siniestra conspiración de algunos que se dedican realmente a fabricar esa cosa tan mala, Agustí Sala llena dos páginas del diario con gran entusiasmo y ni un solo matiz ni cuestionamiento. Los ricos, así, no sólo tienen riqueza sino que la acaparan. El lector sólo puede concluir que es imprescindible una intervención pública mayor para redistribuir y luchar contra la desigualdad. Y todo para bien, sólo para bien en todos los sentidos:

El informe destaca que la desigualdad no es un mal necesario para el progreso, como se sostiene desde algunos ámbitos, sino una traba.

Ni un matiz sobre la lógica aparentemente impecable que fuerza la conclusión de que es imprescindible subir los impuestos. No puede haber objeción alguna, y menos cuando dicha conclusión viene avalada por el peso de la moral. Después de todo, queda claro, como señala un recuadro, que los datos de Oxfam no sólo son indiscutiblemente ciertos sino además "lacerantes".

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